9.9.15

Joseíno

El pasado 5 de agosto murió en Plasencia José Gómez Clemente al que todo el mundo conocía por Pepe y, en mi familia, por Joseíno. Así se refería a él, afectuosamente, mi padre, del que fue buen amigo. Una amistad a lo largo, que duró toda la vida.
Joseíno solía contarme cómo iba a mi casa con Claudina, su mujer, una de las personas más cariñosas que conozco, para hacer compañía a mis padres, recién estrenados en esa compleja condición. Lo imposible era dormirme. Mientras jugaban a las cartas en las tórridas noches de mi primer verano, se turnaban para mecerme y, cuando ya parecía rendido, mi costumbre era volver a berrear sin consuelo. Así una hora y otra, un día y al siguiente también. Desesperante, decía este buen hombre, que, como uno, caminaba deprisa por nuestras calles con aire nervioso. Más en aquel tórrido verano del 59 y en aquella casina de la calle Ramón y Cajal donde uno vivió los primeros seis años de su vida. 
Recuerdo a Joseíno en la tienda que tenían en la calle Zapatería, a un paso de la plaza. Y a su padre, todavía allí con él, el señor Elías. Pasábamos por ella de vez en cuando. Para comprar o sólo para saludar. En Navidades traía juguetes, lo que acrecentaba mi interés. 
En su casa (un edificio singular de la calle Cartas) vio uno la televisión por primera vez. A Herta Frankel con la perrita Marilín, pongo por caso, y algunos partidos de fútbol. Como nunca me gustó, aprovechaba para jugar con Mercedes, su hija, y con otros críos (Julián, Sebi, Maripili, mi hermano Fernando...), hijos mayores del resto de amigos de mis padres: Julián, Delfina, Jesús y Gloria.
Como buen aficionado a la fotografía, fue el autor de algunas de las que conservo de cuando era niño. En los Jardines, por ejemplo, o en el río, al que íbamos a bañarnos juntos en verano. Al charco de la Trucha, por el Camino de las Huertas... Ya que lo menciono, persona culta y miembro de la Asociación Cultural Pedro de Trejo, forma parte de la nómina de fotógrafos placentinos ilustres elaborada por José Antonio Pajuelo, donde consta que poseía (y ahora su hija) una excelente colección de imágenes en su archivo.
Nunca dejamos de tratarnos. Era dicharachero, simpático y conversador, siempre encantado de echar un rato contigo bajo los soportales de la plaza o en cualquier esquina del pueblo. 
Fue una buena persona y un buen cristiano, comprometido con los más necesitados, como resaltó en su inspirado sermón, por decirlo de algún modo, Don Gonzalo, tan excesivo en sus maneras como siempre (y eso que hacía años que no le escuchaba). 
Echaremos mucho de menos a nuestro amigo. Por suerte, memoria mediante, Claudina nos seguirá saludando con el cariño que la caracteriza cuando nos encontremos con ella por alguna calle secundaria y podremos seguir charlando en la farmacia con Mercedes, a la que no dudo en calificar de amiga. Desde la infancia, donde nunca dejará de estar presente, cámara en ristre, nuestro querido Joseíno.