26.10.15

Bousoño

Ha muerto Carlos Bousoño. A los 92 años. No he sido, a decir verdad, un lector suyo, aunque lo haya leído, y lo traté muy poco, también es cierto, pero acaso lo suficiente como para sentir su partida definitiva. Como se ve en la fotografía (con el brazo en cabestrillo), formaba parte del jurado que concedió el Loewe a Una oculta razón. Era vital, simpático y dicharachero, o eso me pareció. Al final de la comida de la entrega del premio (estamos en el desaparecido restaurante Jockey), tuvo el detalle de llevarnos a Yolanda y a mí en su taxi hasta el garaje donde teníamos aparcado nuestro coche, a pesar del largo rodeo. Al año siguiente, cuando coincidimos en el jurado, recuerdo que en la fiesta del Círculo de Bellas Artes (aquella noche conocimos a Rosa Chacel) lo primero que me dijo es que me veía más gordo (efectos, imagino, de los excesos en el comedor escolar de Galisteo, donde trabajé aquel curso).
Fue el encargado de presentar mi libro en la comida organizada a tal fin con la prensa cultural madrileña, en el restaurante Cabo Mayor. No conseguí, y me dio pena, que me entregara las notas que había tomado a tal efecto. 
Durante estos años nos hemos encontrado alguna vez en los fallos y entregas de las sucesivas ediciones del famoso galardón y en alguna de las conmemoraciones que han tenido lugar por su ya larga trayectoria. Siempre acompañado por su mujer, más joven que él, exalumna suya (puertorriqueña y madre de dos hijos), lo que le rejuvenecía. Llevaba tiempo entre las nieblas de la desmemoria. Fue profesor de varias universidades estadounidenses y de la Complutense de Madrid, académico y había conseguido, salvo el Reina Sofía y el Cervantes, todos los premios grandes, digamos, de la literatura española, incluido el más importante de su tierra (y alrededores): el Príncipe de Asturias. Pertenece a una generación brillante: la de Valverde, Gaos, Nora, Blas de Otero..., recuerda García de la Concha.
Quedarán, o eso creo, a pesar de las 864 páginas de Primavera de la muerte, su poesía completa (Tusquets), algunos versos de Oda en la ceniza (Premio de la Crítica, 1967) y Las monedas contra la losa (Premio de la Crítica, 1973). También, en lo ensayístico, Teoría de la expresión poética y sus escritos en torno a lo que denominó poesía superrealista. Sí, fue un teórico de primer orden, como explica Darío Villanueva. Con todo, Bousoño ya ha estado pasando su purgatorio lírico en vida. Como su estudiado Aleixandre. Pocos, jóvenes o no, aluden a su obra o le citan en sus epígrafes. Y no será, ay, por epígrafes.