10.11.15

Atreverse

Álvaro García/El País
Javier Marías escribía aquí atrás en su artículo de El País Semanal: «me percato de que desde hace bastantes años está “mal visto” que un escritor opine negativamente sobre otro. El que lo hace es tachado en seguida de envidioso, o de inelegante, o de resentido, o cuando menos de competitivo. No es que el ataque no se dé en absoluto. Hay excepciones, pero son sobre todo jóvenes a los que, por así decir, “toca” rebelarse contra la generación anterior o fingir que ésta no ha existido, o “matar al padre”, o intentar hacerse sitio expulsando a quienes ellos creen que lo acaparan. O bien son escritores con vocación “transgresora”, y la mayoría sufren la maldición terrible de que sus denuestos y provocaciones pasen inadvertidos. Lo que parece “prohibido” es que uno opine sincera y críticamente sobre sus iguales. Yo mismo noto esa presión, que en cambio no siento cuando hablo de un arte que no practico». Sí, dice más adelante, «Es como si todos hubiéramos interiorizado aquel viejo consejo, "Si uno no tiene nada agradable que decir, mejor callarse"».
El texto lleva por título "No me atrevo" y vuelve sobre el asunto de la crítica del que hablamos en este blog hace poco y que en su versión de Facebook (donde publico cada día un enlace con la nueva entrada de esta bitácora) tuvo bastante recorrido, tanto en número de asentimientos como de comentarios.
Uno sigue dándole vueltas al tema en cuestión y, aunque ni soy joven ni transgresor ni necesito matar a padre alguno, me veo con ganas de pasarme al lado oscuro y arrear algo de estopa. A ratos siquiera. Más que nada, y sin que cunda el pánico, pobre de mí, por aquello de que algunos, a golpe de premios y de libros, se creen, como nuestros políticos, que somos (con perdón) gilipollas.