19.11.15

Es la Educación, idiota

En el aula
Pobres profesores. Y pobres maestros. Relataba el escritor Julio Llamazares en una entrevista que se ha publicado recientemente en El Cultural de El Mundo lo que le decía un amigo suyo, sufrido profesor de instituto, a propósito de los males que aquejan desde tiempo inmemorial a los enseñantes o educadores, que cada cual elija el término que más le guste, en este país de todos los demonios: "El problema de la enseñanza en España es que todo el mundo opina de ella menos los que nos dedicamos a su ejercicio profesionalmente". Y es verdad. En los encuentros previos a las clases, en los paseos que damos mientras vigilamos los recreos, en las conversaciones en la sala de profesores, es frecuente comentar entre compañeros asuntos relacionados con nuestro oficio. Un oficio del que todo el mundo opina, protagonistas y aficionados, sin ton ni son; ahora, por ejemplo, mediante siniestros grupos de wasap, un invento del que, por suerte, no soy usuario.
Las últimas risas (ya paso de cabreos) se las ha echado uno con las ocurrencias del señor Marina tras el encargo del nuevo ministro de Educación de un estatuto del docente (dichosa palabreja). Llaman mucho la atención estos personajes sabijondos (dicho a la extremeña) que abandonan las aulas (si algunas vez estuvieron dentro) para darnos lecciones a los demás, curritos de a pie, sobre el día a día de la instrucción pública, que es como más le agrada a uno denominar a esta gustosa tarea que algunos nos traemos entre manos. 
El primero que confesó su ignorancia en materia educativa fue el mismísimo ministro y, por supuesto, a nadie se le ocurrió cesarle de inmediato. ¿Se imagina alguien, no ya al responsable máximo, sino a cualquier otro presunto profesional, diciendo algo parecido, que de lo suyo no sabe? A los de Economía y Hacienda, por ejemplo. Buenos se pusieron con las clases intensivas sobre esas complejas materias que debía recibir el incauto Zapatero. Sí, estas cosas sólo pueden decirlas los ministros. Bueno, los políticos, seres especiales y privilegiados donde los haya. Y lo peor, añado, no es reconocerlo, sino encargar a los marina de turno que se encarguen de su trabajo. Penoso, sin duda. Sí, dan ganas de recordar a Clinton y parafrasear su famosa respuesta a Bush: es la Educación, idiotas.
Sufrir la Ley Wert ya es una dura realidad con la que nos toca lidiar a los maestros a diario. Sé de lo que hablo. También los alumnos. Y hasta algunos progenitores. Con independencia de que la mayoría absoluta del PP lo ha podido todo, en forma de rodillo, durante esta legislatura que por fin termina, no creo que los maestros y los padres y madres de nuestros alumnos hayamos hecho lo suficiente para impedir que esa norma nefasta acabara entrando en vigor. O tal vez no imaginábamos el tamaño del desatino. Por si eso fuera poco, viene el de la autoayuda a decirnos que hay que pagar sueldos distintos a maestros iguales, dependiendo de su rendimiento. Puede que sea lo menos significativo de su proyecto, pero la bobería es de tal calibre que uno prefiere ignorar lo demás y rogar que se acaben cuanto antes las felices ideas del simpatiquísimo ministro y del no menos encantador filósofo. 
Añade el citado Llamazares (nieto, hijo y sobrino de maestros): "es mucho más importante dar al maestro el valor que siempre tuvo, devolverle su statu quo. Es el gremio más noble que existe, porque enseña bastante más que conocimientos, enseña el gusto por saber, el disfrute del conocimiento, el pensamiento crítico, y eso no se paga con dinero. No es cuestión de euros sino de devolverles la dignidad y el respeto que siempre tuvieron".
Dignidad y respeto que acabaron de tirar por los suelos, cabe matizar, con el beneplácito general de su partido y mediante escarnio público, Wert y señora, con la colaboración directa de otros dirigentes (recuerden a Esperanza Aguirre), lo que no les restará el voto, ay, de muchos... docentes.
Gracias, Julio. Te aseguro que ahora que se cumplen mis primeros treinta años de servicio como "maestro nacional" (que se decía entonces), a la vista de cómo se han esforzado y se esfuerzan mis compañeros y la solvencia de su labor, leyes mediante, es lo menos que el resto de los españoles deberían reconocerles. Luego, cuanto antes, que tirios y troyanos (y todos los demás) se pongan de una santa vez de acuerdo y firmen un Pacto de Estado por la Educación que permita concebir, con la debida grandeza de miras, una nueva Ley (dispuesta a durar) digna de tal nombre y de un país que por fin pueda presumir de serlo. De ahí a todo lo demás, sólo hay un paso. ¡La educación, idiotas!