15.1.16

Barbarie

Sí, Barbarie (Rialp) es el lacónico título, con ecos cavafianos, que Andrés García Cerdán, albaceteño de Fuenteálamo (1972), ha puesto a un libro breve pero intenso que ha llamado poderosamente mi atención y que he leído, no me duelen prendas decirlo, con creciente interés. Más allá de que conociera la entrega anterior de Cerdán, La sangre, y, por tanto, al autor, la primera pista fiable sobre la calidad de la obra no me vino dada por la fajita con el anuncio de que había conseguido el premio 'Alegría' del Ayuntamiento de Santander, eso más bien me inquietaba, sino por los nombres que formaban parte del jurado que se lo concedió: además del director de Adonais (me niego a colocar la enojosa tilde), Martínez Mesanza, Carlos Alcorta y Luis Salcines. Que esos tres excelentes lectores estuvieran ahí, me pareció, de antemano, una garantía. Y el premio en sí, por qué no, de esos no controlados por los de siempre; galardones provinciales, como los otros, pero limpios y honrados. Yendo a lo que importa, Barbarie empieza con Flash, donde leemos: "Este poema explota en ti: / tú eres su estallido". Pero que nadie se alarme. Aunque el título sea tan contundente, la cita de Girondo, con "cápsula de dinamita" incluida, tan explosiva y el primer poema aluda, con aquél, a la falta de cultura y de civilidad y a la violencia (según el DRAE), no es tan fiero el león como lo pintan. En "La piedra", el segundo, se asoma Valente, lo que a uno le tranquiliza, y en el tercero, "Pescadores", ya ve uno claro por dónde camina Cerdán y que lo que al lector le espera es una sucesión de agradables sorpresas en forma de versos. Sí, que nadie se llame a engaño, lo que aquí se plantea es un problema de lenguaje. Un problema, aclaro, muy bien resuelto. "Ludus magnus" nos da la clave clásica del conjunto, una reinterpretación certera del viejo tema de las ruinas. "Los bárbaros", un largo poema central (por algo se eligió como título), nombra a los terroristas que destruyen esas ruinas, de Nínive a Mosul y Bamiyán: "Hoy el mundo es un sitio más vulgar", leemos. Y: "No merecemos / este destino innoble". Que después titule un poema "Raimond Carver" (y en el "Brindis" final lo relacione con Roger Wolfe) no es, me parece, significativo. Uno no ve aquí "realismo sucio" por ninguna parte. Cerdán está por encima de algunos de sus modelos. Para bien, claro. Creo que es menos maldito de lo que cree. Y si no, léase "Eloy", dedicado a su "maestro" Rosillo, donde éste le dice, y él lo escribe, "que mis poemas seguían siendo radicales / pero que ahora había serenidad en ellos". Esta es, tal vez, la clave. Frente al libro anterior (el único que he leído de Cerdán), donde la música sonaba mucho más fuerte, si vale la modesta metáfora. Porque "Al fin, / la inspiración no es más que ese deseo / vehemente -aclaró- de escribir / el poema". Porque "Desde luego, la poesía / necesitaba entrega / y disciplina / y soledad".
Estamos ante una poesía culta (que evoca a Yorick). Y fresca. En "Fresas", por ejemplo, donde muestra el contraste entre la dulzura de la fruta y la amargura de lo que ocurre en Kenya. O en "Manzana".
En "Arroyos", otro de los poemas logrados del libro, escucha uno ecos del mencionado Rosillo. O de Trapiello o Gallego, cada cual en su onda. Su clara sencillez, nos redime de tanta y tan injusta barbarie.
Lo natal está presente "En la piscina de Fuenteálamo", donde no cesa el verano con los amigos. Luego viaja a Ámsterdam y elogia la juventud: "No tienen edad los jóvenes". "Sus cuerpos / no saben de la muerte". O a Harar, al desierto: "me entrego a su espejismo".
Preciosa resulta la presencia del "lirio del jardín" en "Historia naturalis": "Perdonadlo por su belleza, / por su arrogancia".
"Óxido" es pura precisión. Y siguen los aciertos en "19 de marzo" (los libros, los autores, que menciona por sus nombres de pila), "Correr en la cinta" (la vida, lo autobiográfico), "Bañeras" , uno de los mejores, que empieza con un verso rotundo y provocador: "No hay nada más hermoso que la muerte".  A continuación, menciona a Sócrates, Zweig, Cobain y otros ilustres suicidas. De nuevo, la potencia, una suerte de energía lírica que sobrecoge. Como en "La muerte del derviche": "Vuélcate en el delirio", "deshazte de ti mismo", que termina: "Y a los pies de la nada cae muerto".
Se cierra el volumen (tan bonito y manejable como todos los de esta legendaria colección) con "Autrorretrato (Reloaded)", que a uno le parece, sin recargo, un broche perfecto para concluir este libro de poesía digno de tal nombre. No es poco.