25.1.16

Los dones de Cereijo

José Cereijo, madrileño de Redondela (1957), publica en Pre-Textos Los dones del otoño. Lo componen seis logrados poemas al uso y un séptimo, no menos conseguido, extenso y fragmentario, que a uno se le antoja una suerte de diario. Lo meditativo, en el tono, y lo clásico, en las formas, donde la reflexión y las preguntas abundan, marca el ritmo, diría, del volumen. Los lectores de Cereijo ya saben a qué me refiero: la suya es una poética asentada, la que ha venido labrando a través de sus libros que, por cierto, no son muchos: éste es el quinto. De "natural crecimiento" habla, con sensatez, el autor.
Por aquello de la estación -que, a modo de metáfora, es la de su vida, previa a la vejez, por más que no pocos poemas se sitúen en esa época del año-, la melancolía aquí lo tiñe todo. Una melancolía, cabe precisar, de la mejor estirpe. Ni ñoña ni llorona. "Ya es tuya la nostalgia de ti mismo, / de tu propio presente. / Mala cosa, / cuando tu mismo ser es una despedida / silenciosa y secreta". No por eso, en actitud contemplativa ("que nada busca y nada espera"), se evita la celebración de la existencia y del mundo, una constante de estos versos. Ni las frecuentes referencias a la muerte, que siempre está a la vuelta del camino: "No es fácil vivir; / morir tampoco es fácil". Cada vez más cerca. Como el dolor.
En estos poemas, donde suena una música callada, el silencio impera. Como estado de ánimo. "Una vida que calla, pero que es verdadera". Se puede decir que Cereijo es alguien que "sabe callarse largamente". Y que sabe estar solo: "Vive tu soledad. Acéptala".
También hay paciencia ("Sé paciente"), austeridad, discreción y algunas dosis de sabiduría que proceden de ese estar a la espera, a la escucha, observando la realidad con "armonía y lentitud". 
Los dones del otoño es un libro hospitalario: "Así debería ser lo que uno escribe: / capaz de acompañar sin que pueda notárselo, / igual que una riqueza invisible y sin peso".
Al padre dedica un poema precioso ("Ya eres mayor de lo que era tu padre cuando murió"), una emocionada conversación que vuelve a recordarnos que vivimos, siquiera a ratos, una doble vida: la que sólo es nuestra y la que vivimos por los que se fueron.
Abrocha el conjunto un breve poema sobre el mismo, reiterado asunto donde leemos: "Que la muerte te sea / persuasiva, no hostil, / como una compañía largo tiempo esperada".