20.2.16

Las islas del río

Sergio Álvarez (Salamanca, 1973), es doctor en Biología y vive en Bruselas, donde trabaja en su especialidad: la protección del medio ambiente, el desarrollo sostenible y la cooperación internacional. Las islas del río es su primer libro de poemas y lo publica Ediciones Evohé con dibujos de Marta Muñoz.
La cita inicial es de Aníbal Núñez, lo que no es, como síntoma, un mal comienzo. Después, una vez dentro, se comprueba que la presentida influencia no es tal (nada más difícil y peligroso que seguir al desaparecido poeta salmantino), aunque haya algún rastro suyo en el poema "Historia de un molino" (con epígrafe del autor de Alzado de la ruina). Álvarez tiene su propia voz. Una voz, cabe precisar, muy acorde a lo musical, tal es así que no faltan poemas que parecen canciones como "Pura música" o "Pero no importa". 
Lo paradójico -c'est la vie- se alía con lo divertido y humorístico, en poemas como "Inquilinos", "Berlanguiana" o "Si-no".
Hay experimentación y juego en "La vida: un inventario (soneto Boulez)", Windows Vida", "Efecto dominó"...
Ya que lo menciono, usa no pocas veces el soneto como forma de composición. La mezcla de lo popular y lo clásico también se da. En "La niña miraba el agua...", por ejemplo, algo que enlaza con lo dicho anteriormente sobre las canciones. 
En "Collar" encontramos la ligereza oriental y en "Insomnio", cierta vena flamenca (y no precisamente de Flandes), dos series de "Si breve dos veces". 
En el poema que abre el libro, "Punto de mira", y en otros como "Poética" (I y II), reflexiona sobre el quehacer poético: "Mis palabras no son / mercadería". 
En "Como quien va de viaje" hallamos al poeta viajero. De Saint-Malo a Nueva York, de Roma a Calatañazor, de Zamora a las Maldivas, de Budapest a Irlanda. A orillas del Danubio escribe: "Tener un río cerca ayuda mucho", un verso que evoca otro de Ángel Campos: "Es bueno tener a mano un río".
La sección final de este libro, "Paraguas para 2", acoge poemas amorosos y ligeramente eróticos donde el deseo y la celebración de ese sentimiento lo inundan todo. 
El asombro marca el tono de Las islas del río y esa perplejidad está dicha con sencillez y naturalidad, sin más pretensiones que la del paseante que, una vez alcanzada una pequeña isla situada medio del río incesante de la vida en la que de momento puede refugiarse, se dispone a dar cuenta de su testimonio.