16.4.16

Tomás

Para mi familia, generalizo, Tomás será recordado por sus trucos de magia. Me lo decía mi hija Leticia, que puede evocar algunas lejanas tardes de invierno al amor del fuego de la chimenea francesa de la abuela Ana observando, entre la incredulidad y el entusiasmo, cómo sin previo aviso el cochecito se movía o la carta imaginada de pronto estaba allí. Nos acordaremos de él por eso, pero también por su bondad, su discreción y su talante tranquilo. En este país de gritones, hablaba en voz baja. Su presencia, sin embargo, no pasaba desapercibida. Era un buen conversador. Aprecio a las personas que suelen comportarse siempre igual y no según el día, sin esos altibajos emocionales que unas veces las hacen en exceso cercanas y simpáticas y otras distantes, huidizas e insoportables. 
Hasta hace dos meses trabajó como probo empleado de banca. Suponemos que de joven no se imaginó ese destino y sí, tal vez, otro más artistizante, digamos; no en vano fue amigo de los dos aníbales literarios salmantinos, como él: Núñez y Lozano. Pero la vida manda. 
Hace unos días, a Tomás Rincón de Sales se le paró el corazón sobre el andén de una desangelada estación del Metro de Madrid. Tenía 61 años recién cumplidos. Qué mala suerte. Antonia (para nosotros, Toñi) estaba a su lado. Todo sucedió muy deprisa, lejos de sus hijos, Ana y Daniel, del resto de los suyos y de su casa de Salamanca. En esa ciudad descansa ya para siempre.
Aunque a uno le resultara extraño (tanto quiere uno a ese lugar), se acercaban en cuanto podían a su piso placentino. Aquí, hace poco, un sábado por la mañana, presenté a Tomás a otro amigo, Álex Chico. Estábamos tomando un café en el bar Retorno, en la familiar Avenidísima. Lo hice con el orgullo y la alegría de quien descubre a otro que está ante una buena persona; alguien que apreciamos y, para colmo, sentimos que nos aprecia. 
Que la tierra te sea leve, Tomás. Te echaremos de menos. Mientras la memoria no nos falle, tu magia seguirá con nosotros.