16.9.16

El lector Bonilla

Biblioteca en llamas era el título de un blog que Juan Bonilla (Xerez, 1966) mantuvo abierto entre 2012 y 2015 en el diario El Mundo y ahora el de un libro, publicado por Renacimiento en su colección Los cuatro vientos, que rescata parte de lo allí publicado, con ligeras variaciones, y algunos textos de diversa procedencia que vieron la luz en revistas como Clarín o Cuadernos Hispanoamericanos, todos relacionados con los libros y la lectura, de ahí que pensara en titular el volumen Andarse por las tramas. Su espíritu se puede resumir con estas palabras que figuraban en la cabecera de aquel blog: "Contra la dictadura de la mesa de novedades y contra el grito de los escaparates, esta Biblioteca se propone rescatar de las llamas del presente, obras y autores de los que apenas se habla porque no son, no están de actualidad".
Uno, que había leído no pocos de los artículos que lo componen, sabía de antemano que iba a disfrutar mucho con este libro. Así ha sido. Se puede decir que lo he paladeado. Entre baño y baño en la piscina, que es, ya lo he dicho alguna vez, un sitio ideal para según qué empeños. 
En la primera parte, "Lecturas", Bonilla ha reunido lo más sesudo, digamos, de la obra. Es donde su condición de crítico literario queda del todo patente. Destacaría las referidas a Ruano, a Falange y literatura de Mainer (del que también comenta su Historia mínima de la Literatura Española), así como a la obra de poetas como Julio Mariscal, Gloria Fuertes y Ted Hughes (a propósito de su impresionante Carta de cumpleaños) y de composiciones poéticas como el haiku (en español). 
En "Gente que ya no está" se ocupa de distintos muertos que unas veces echamos de menos (como los editores Ana Santos -de El Gaviero- y Jaume Vallcorba -de Sirmio y Acantilado-) y otras no tanto, como a la familia Panero. Aprovecha para volver sobre una de sus pasiones confesas: la de bibliófilo. De primera ediciones de la "Vanguardia Latinoamericana", "el nombre de una rara enfermedad que padezco desde hace años". Por eso viaja a Bogotá, en busca de Álvaro Castillo y de San Librario.
Mención aparte merece la narración de cómo publicó su primer libro, El que apaga la luz, título que dijo haber tomado de Somerset Maugham; una cita, confiesa, apócrifa. Tan falsa como la presunta identidad de Matilde Urbach, la dama del famoso poema de Borges, un dato que figura en las notas de algunas ediciones de la poesía borgeana y que, a buen seguro, habría divertido al escritor argentino. La impostura como una de las bellas artes. 
Tal vez la parte más genuina del libro sea "Opina que algo queda" o, cuando menos, en la que uno ve al Bonilla más agudo y fresco, el tipo capaz de, aun hablando con toda seriedad y con conocimiento de causa (este hombre es un lector consumado con criterio), hacerte reír; aunque, en general, estos textos muevan a la sonrisa, que es más difícil. El humor es carta de naturaleza en su escritura y la mejor manera de quitarle cualquier atisbo de solemnidad a lo que acaso mereciera tenerla. El aburrimiento, una imposibilidad. Si por algo se caracteriza Bonilla es por su enseñar (u opinar) deleitando. Su amenidad es de ley.  Y su desparpajo. Con los juegos de palabras es un maestro.
En esta sección habla de genealogías literarias (que cada cual puede escoger), de listas de libros, de blogueros avant la lettre (como Eugenio D'Ors), de la crítica (negativa e ideológica, que da para lúcidas reflexiones que uno ha subrayado profusamente), del premio Cervantes, del futuro de los escritores, de la feliz experiencia del premio de la Bienal de Novela Vargas Llosa (y lo mejor del galardón: la reseña elogiosa del Nobel peruano sobre su libro), de la responsabilidad de los lectores (uno de sus textos más recientes) o, en fin, de la imposible ordenación de una biblioteca casera. 
El epílogo lo ocupa "La velocidad correcta", un intenso relato real donde Bonilla narra la búsqueda de una casa para vivir con su pareja, su definitiva localización y lo que vino después: mudanza, reformas... Todo a la correcta velocidad, de ahí el título, del "poquito a poco". "Era nuestro sitio", afirma feliz cuando evoca las estancias y su piscina. Y a su gato Explorer, su inmortal higuera y su precioso naranjo.
¿Lo peor del libro? Dejémoslo en un par de erratas (en las páginas 143 y 260) que no consiguen afear este largo ejercicio de inteligencia crítica. 
¿Lo mejor? Sin duda, una aparente obviedad que no lo es: lo bien escrito que está. Ya nos advierte que "la crítica literaria sí debe ser literatura", a diferencia de la de arquitectura, por ejemplo, que no es arquitectura. "Porque el de crítico es un oficio -afirma con razón-, si es que lo es, que se defiende sólo y exclusivamente en el acto de criticar, es decir, en los textos donde se formula una crítica".
Destaco además esa mezcla de vida y literatura que el de Xerez, ahora en las afueras de Sevilla, traslada a cuanto escribe con una naturalidad pasmosa. "La crítica como autobiografía", que Piglia.