30.10.16

En la muerte de Elvira Muñiz

Marcos León
Me acabo de enterar de que la profesora Elvira Muñiz ha muerto en Gijón a los 93 años. Informan de ellos tanto El Comercio como La Nueva España. Lo siento mucho. Llegué a conocerla personalmente y cruzamos algunas cartas. Nos vimos en Gijón, en el café Dindurra. Vivía en la calle Fernández Vallín, si no recuerdo mal, a un paso del Paseo de Begoña y de esta cafetería mítica. Fue cuando presentamos mi primera novela en esa maravillosa ciudad. Ella estuvo en el jurado del premio Café Gijón en la que quedó finalista. Supongo que la defendió, sobre todo, porque en sus páginas está muy presente su ciudad. 
A modo de homenaje, rescato un artículo donde, entre otras cosas, se habla de ella allí, en su mejor lugar. En él se mencionan proyectos y personas que, como esta admirable mujer, han desaparecido. Se publicó en el diario ABC,el 12 de julio de 2000. 

LA CIUDAD ESCRITA

Gijón es mucho más que una deliciosa y elegante ciudad del norte, a orillas del Cantábrico, donde la gente veranea desde tiempo inmemorial a favor de su clima benéfico, de sus playas, de sus cafés o de sus bulevares. Gijón es una ciudad de la cultura y para ello bastaría remitir a la imponente pero aérea escultura de Chillida que la ciudad ha tomado como emblema, Elogio del horizonte (conocida vulgarmente como "el eulogio"), al Palacio de Revillagigedo (donde se celebran exposiciones temporales), al Museo Barjola (un extremeño en Gijón) o al Piñole, por no citar su ya clásica Semana Negra (dedicada a ese inacabable género literario), al pujante mundo editorial (baste como ejemplo Libros del Pexe) o el patrocinio del viejo premio de novela "Café Gijón". Confieso que más que la playa de San Lorenzo, en el paseo del Muro, y toda la infraestructura veraniega que la rodea, me interesan de ese lugar, además del lugar mismo (con cómodas calles peatonales por donde se puede pasear tranquilamente mientras se miran los escaparates o donde uno puede sentarse sin prisa en una terraza), más decía que el sitio en sí, lo que más me gusta de Gijón son sus cafés. Por cierto, uno de los más famosos, el San Miguel, acaba de cerrar sus puertas para siempre. Nos queda, sin embargo, el Dindurra, en el Paseo de Begoña, donde se encierra la memoria, no sólo de los habitantes sedentarios y conversadores de la ciudad, sino también de los escritores que por ella han ido pasando. Y no son pocos. Precisamente a algunos de esos escritores ha dedicado dos hermosos volúmenes, editados por el legendario Ateneo Obrero, en su colección Fortuna Balnearia, titulados Escritores de Gijón, María Elvira Muñiz, profesora hasta su jubilación del no menos legendario Instituto Jovellanos. María Elvira vive a dos pasos del Dindurra y sigue sentándose, sola o en tertulia (una placa recuerda la que allí mismo animaba el mítico Carantoña), ante sus mesas de mármol, para leer o escribir, según costumbre. Tengo la impresión de que la manera de mirar de los escritores gijoneses tiene no poco que ver con el reflejo del verde de Begoña en los espejos del Dindurra (para decirlos con palabras de la profesora Muñiz). Si me consiente el comentario el pintor por excelencia de Gijón, Pelayo Ortega, diría que la luz, aquí blanquecina y salitrosa, es tanto o más importante para un escritor que para un pintor. No otra cosa brilla de forma portentosa en la levísima novela del gijonés de Somió Julio Ayesta, Helena o el mar del verano, felizmente rescatada para el canon literario; o en las versiones de los poemas del genovés Montale debidas al muy sabio y gijonés Joaquín Arce; o en los versos impolutos del secreto Luis Piñer. De estos y de otros escritores se encarga en sus minuciosas semblanzas María Elvira Muñiz y, al mismo tiempo que los rescata a ellos del olvido, nos devuelve, como friso de fondo, una imagen brumosa pero indeleble de su amado Gijón. Por aquello de los libros, otra de las cosas que adoro de Gijón son sus librerías. Con permiso de las demás, por deformación profesional, he recalado sobre todo en ese puerto benéfico (¡con sección de poesía aún!) que se llama Paradiso (no en vano regentada por Chema, el hijo del escritor gijonés Luciano Castañón). Muy cerca, por cierto, acaban de inaugurar la más pujante: la Central. Por fortuna, no son las únicas. Estas y otras circunstancias van a obligar a mi admirada María Elvira Muñiz a preparar pronto otro volumen porque Gijón no ceja en su empeño de dar escritores. Precisamente en la terraza del Dindurra, a la sombra dulce y memoriosa de Begoña, vi por primera vez al poeta Jordi Doce que acaba de publicar en Pre-Textos Lección de permanencia, un libro, éste sí, capital para la cabal comprensión de nuestra poesía reciente, pase o no por El Escorial.