Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) es autor de los libros de poesía La secreta labor de cinco inviernos, Vida del topo, En familia, Ciudadanía y El que desordena, así como de la antología Detrás de los lápices. También de las prosas de Para qué sirven los charcos, Los pormenores y Salvo error u omisión, y de la novela Calle Feria (Premio "Ciudad de Salamanca"). Tras una larga espera de diez años vuelve a la poesía con Pérdida del ahí, que publica Amargord.
El libro consta de tres partes. La primera, "La fruta está quieta", gira en torno a la propia escritura, "el proceso con que el poema va cuajando a su modo en el creador, que conoce la indefensión verbal en principio y llega, generalmente a duras penas, a la convicción consciente de que está escribiendo un poema, de que se expresa por fin en el perímetro de la poesía", como ha explicado con la debida clarividencia el propio Sánchez Santiago. "No tengo de mi lado al lenguaje", dice. O: "Pero habrá que cantar". Este es un viaje hasta "las palabras escondidas, / las que la nieve atravesó / con su dulzura enorme". Aunque en "Último recado" leamos: "No esperes demasiado de la lucidez / si de nombrar se trata". Y: "escarbar: / el oficio del poeta". De ahí, tal vez, la constante presencia de la palabra "uña".
La segunda, "Las acumulaciones", agrupa poemas (escritos, digamos, en prosa) donde los motivos, acumulados a lo largo de la última década, tienen un marcado carácter "de denuncia social". Ahí, entre otros, la tala de árboles de las márgenes del Duero por su Zamora natal, la dejadez, "los maridos cansados" ("Maridos" es un poema que impresiona), los curas pedófilos, "las palabras del frío", los enfermos en los hospitales ("Perfectamente, perfectamente"), los relojes que consuelan en la noche, el Norte (sus hombres, sus ciudades), las "cosas que nos han seguido", el padre, la lección de Holan contra "lo llamativo": "No, ya nunca buscarás las horquillas del mundo en la brillantez. Crees cada vez más en los residuos y en las constelaciones del desdoro" (la emoción de la mugre, que diría el poeta de Praga, ciudad a la que dedica un poema), la crisis (más que un mero accidente histórico), la incompetencia, "la amistad terminal", la memoria histórica y los muertos que perviven en las cunetas y, cerrando la serie, Ángel Campos ("Cuarto aniversario"), su amigo del alma. Por encima de todo, el dolor, que supura en cada verso, y la memoria; de finales de verano, por ejemplo, cuando joven o niño, por tierras castellanas, a la orilla de un río. Más allá, el precario consuelo que proporcionan las palabras. Siquiera este refugio...
La tercera parte, "Pájaros extremos", se sitúa, según su autor, en "ese territorio desbordante que linda con la incertidumbre: poemas a recién nacidos, poemas a ancianos que ya viven en la calcinación, poemas sobre seres que experimentan un dolor intransferible, poemas sobre el desamor... La experiencia de lo extremo en diferentes versiones". Ahí, la madre y el "niño innumerable" que somos cada uno de nosotros, "estos días baratos / y sin amor", "manifestarse / y basta", "a nieve muerta, a lo que saben / los arrepentimientos", la desaparición del poeta José Diego, la vergüenza, la vulnerabilidad de todo, la compasión (una de las clave del libro), "la sinfonía hermosa del vacío", los nombres que se paran en la noche y sólo suenan como deben en el "hermoso desentono" que es la poesía, porque "aquí huele a nombres", leemos en el poema final (con cita de Muñoz Rojas).
Unas cuantas palabras verdaderas podría ser el resumen perfecto de este libro afilado, "sombrío como un trueno al anochecer", de resonancias gamonedianas, tal una "oscura melodía", en el que el resistente Tomás Sánchez Santiago se nos muestra desnudo y entero, sin trampa ni cartón, a tumba abierta, aunque aquí haya de todo menos vulgares frases hechas.
El lenguaje manda. Es él quien gobierna con mano firme esta dolorosa, lenta travesía por el desierto que habitamos. Sí, la verdad se abre paso por entre la fragilidad y el sufrimiento y nos deja un poso de amargura al tiempo que un firme sedimento de esperanza. No está todo perdido, como al cabo parece. No mientras haya hombres como Sánchez Santiago y libros como éste. La autenticidad puede ser revolucionaria.
La segunda, "Las acumulaciones", agrupa poemas (escritos, digamos, en prosa) donde los motivos, acumulados a lo largo de la última década, tienen un marcado carácter "de denuncia social". Ahí, entre otros, la tala de árboles de las márgenes del Duero por su Zamora natal, la dejadez, "los maridos cansados" ("Maridos" es un poema que impresiona), los curas pedófilos, "las palabras del frío", los enfermos en los hospitales ("Perfectamente, perfectamente"), los relojes que consuelan en la noche, el Norte (sus hombres, sus ciudades), las "cosas que nos han seguido", el padre, la lección de Holan contra "lo llamativo": "No, ya nunca buscarás las horquillas del mundo en la brillantez. Crees cada vez más en los residuos y en las constelaciones del desdoro" (la emoción de la mugre, que diría el poeta de Praga, ciudad a la que dedica un poema), la crisis (más que un mero accidente histórico), la incompetencia, "la amistad terminal", la memoria histórica y los muertos que perviven en las cunetas y, cerrando la serie, Ángel Campos ("Cuarto aniversario"), su amigo del alma. Por encima de todo, el dolor, que supura en cada verso, y la memoria; de finales de verano, por ejemplo, cuando joven o niño, por tierras castellanas, a la orilla de un río. Más allá, el precario consuelo que proporcionan las palabras. Siquiera este refugio...
La tercera parte, "Pájaros extremos", se sitúa, según su autor, en "ese territorio desbordante que linda con la incertidumbre: poemas a recién nacidos, poemas a ancianos que ya viven en la calcinación, poemas sobre seres que experimentan un dolor intransferible, poemas sobre el desamor... La experiencia de lo extremo en diferentes versiones". Ahí, la madre y el "niño innumerable" que somos cada uno de nosotros, "estos días baratos / y sin amor", "manifestarse / y basta", "a nieve muerta, a lo que saben / los arrepentimientos", la desaparición del poeta José Diego, la vergüenza, la vulnerabilidad de todo, la compasión (una de las clave del libro), "la sinfonía hermosa del vacío", los nombres que se paran en la noche y sólo suenan como deben en el "hermoso desentono" que es la poesía, porque "aquí huele a nombres", leemos en el poema final (con cita de Muñoz Rojas).
Unas cuantas palabras verdaderas podría ser el resumen perfecto de este libro afilado, "sombrío como un trueno al anochecer", de resonancias gamonedianas, tal una "oscura melodía", en el que el resistente Tomás Sánchez Santiago se nos muestra desnudo y entero, sin trampa ni cartón, a tumba abierta, aunque aquí haya de todo menos vulgares frases hechas.
El lenguaje manda. Es él quien gobierna con mano firme esta dolorosa, lenta travesía por el desierto que habitamos. Sí, la verdad se abre paso por entre la fragilidad y el sufrimiento y nos deja un poso de amargura al tiempo que un firme sedimento de esperanza. No está todo perdido, como al cabo parece. No mientras haya hombres como Sánchez Santiago y libros como éste. La autenticidad puede ser revolucionaria.