Jacobo Cortines
Vandalia, Sevilla, 2016. 416
páginas.
A Jacobo Cortines se le podría aplicar la gastada expresión de “verso
suelto” de la poesía española contemporánea. Y de la andaluza, una tradición dentro
del panorama. Y no un verso cualquiera, sino un endecasílabo de esos clásicos
que él borda. Ajeno a cualquier generación y lejos del mundillo literario, no
por eso este profesor universitario jubilado, traductor de la poesía de Petrarca
(otra rama de su escueta obra lírica), merece menos consideración que otros nombres
del discutible canon.
Su poesía completa, que se publica coincidiendo con su 70 cumpleaños, viene
precedida por un prólogo donde narra con lucidez, veracidad y en detalle su
propio itinerario poético. Introducción, “La escritura del tiempo”,
que casa con la conferencia leída con motivo de su intervención en el
ciclo Poética y Poesía de
la Fundación March. Allí explica la elección del título “por imperativo
temporal”, “dos ejes sobre los que gravita una existencia que reclama tanto la
luz como las sombras para dar expresión a ella misma”. Y alude a sus tres
pasiones artísticas: la poesía, la música y la pintura, aunque se haya
decantado por la primera: “la búsqueda de uno mismo a través de la palabra, el
perfeccionamiento moral, la comunicación con los otros”. Por su “consuelo”;
como “terapia”. Con todo, es a la pasión amorosa a la que se canta. A la que
siente por su mujer (Cecilia, “de celestes ojos”, “con la que siempre voy”), por
la vida, por su familia, por sus amigos…
Y, además, los paisajes, “más que descripciones físicas son
plasmaciones de unas imágenes interiores”. Escritos “desde dentro”. Inscape más que landscape, diría Hopkins. Paisajes humanizados y luminosos del sur:
del campo (“templo donde suena / su secreto misterio”), del mar (“Este mar es
mi vida, mi memoria”), del jardín, del patio. Y de los interiores. De lugares
con nombre: Micones, El Labrador, El Manantial y Armenta; respectivamente,
la hacienda familiar, su retiro en Lebrija, la casa de Puerto de Santa María y
la de Sevilla.
A los libros publicados sin prisa ni pereza, uno por década: Pasión y paisaje (1983; donde se integra
su ópera prima, del 78: Primera entrega),
Carta de junio y otros poemas (1994),
Consolaciones (2004), Nombre entre nombres (2014), se une
ahora una “entrega abierta”, Días y
trabajos, y una “Adenda” extraordinaria: las clarividentes páginas de su diario
inédito, La edad ligera. Fragmentos de
una vida, que tienen relación con la escritura de esos versos. El
documento, insisto, es asombroso y multiplica el valor del libro.
“A favor de la claridad, de la coherencia” gira la voluntariosa y
necesaria obra de Cortines, un resistente. Escrita desde la subjetividad,
autobiográfica (“nada puedo afirmar que exista fuera de mí”) y experiencial (un
consagrado “programa de vida”), quiere ser “testimonio del tiempo en el que
estoy”. Su sinceridad, por íntima, acorde y veraz, impresiona.
Entre la celebración y la elegía, a través de la memoria y la mirada,
avanzan con elegancia, lentitud, ritmo y delicadeza los sobrios endecasílabos
blancos de Cortines que no siempre son capaces de ocultar el dolor (léase
“Europa”), la angustia y la tristeza. Por las pérdidas (de la infancia en Micones). Por los ausentes: su padre, su
madre, su hermana Salud. Pero que también sabe mostrar la alegría: por el amor
(“Réplica final”), por “cuanto me rodea”.
Sin vanos alardes –la poesía es “más que mero juego lingüístico”, dice–,
conviene resaltar sin embargo su maestría al abordar el inusual poema extenso: en
“Tarde de junio” (una carta al padre) y “Nombre entre nombres” (su cortijo
lebrijano, “la gran ilusión de nuestra vida”, al fondo). ¡Qué noble ejercicio
de honestidad!
Nota: Esta reseña apareció publicada el pasado viernes en El Cultural.