28.4.17

Larkin: una poética de la modestia

La obra del poeta inglés Philip Larkin (Coventry, 1922 - Hull, 1985), ha tenido una gradual pero completa recepción en España. En 1990 apareció en Lumen su libro Ventanas altas, en traducción de Marcelo Cohen; en 1991 Pre-Textos editó Un engaño menor, en versión de Álvaro García; en 1998 le tocó el turno a su ópera prima, El barco del norte, traducido para Acuarela Libros por Jesús Llorente Sanjuán; y en 2007, Damià Alou, también en Lumen, dio a la luz su traducción de Las bodas de Pentecostés. Ya en 2014, la editorial barcelonesa lanzaba la Poesía reunida y de la edición se ocupó de nuevo Alou, que es el responsable de la Antología poética que publica ahora Cátedra en su canónica colección Letras Universales.
A esta bibliografía sólo cabe añadir otro florilegio, Poemas sueltos (1964-1984), obra de Valentín Carcelén, que apareció en la Diputación de Albacete allá por 1995.
Aunque a los (pocos) lectores de poesía no les pasó desapercibida la poesía de Larkin (que ha contado, cabe añadir, con traductores de fuste), la aparición de la Poesía reunida propició un feliz e inesperado succès d'estime.
Alou, en su espléndido prólogo –un genuino, informado y completísimo ensayo sobre la poesía del inglés– explica que una de las razones que le llevaron a abordar esta recopilación, más allá de aportar “un volumen donde se compendie lo más esencial de Larkin”, era la de incorporar veinte poemas inéditos. Ha utilizado para ello dos ediciones: The Complete Poems, de Burnett, y Collected Poems, de Thwaite, las dos de Faber and Faber.
Tras un esbozo biográfico, Alou divide su brillante y didáctica introducción (un sesgo muy oportuno si tenemos en cuenta la colección en la que sale) en distintos capítulos, “once apartados temáticos”, tantos como los que usa para agrupar los poemas seleccionados. A saber: “Poética”, “La creación del personaje poético”, “Epifanías”, “El viaje”, “Sabiduría popular”, “Retratos”, “Amor y sexo”, “La soledad”, “la vejez y la muerte”, “Una rebeldía y su retracción” y “Vida animal”.
Cuatro libros componen en rigor la obra poética completa de Larkin. Sus títulos, según Alou: El barco del norte (1945), Engaños (1955), Las bodas de Pentecostés (1964) y Ventanales (1974). Los dos últimos se publicaron en Faber and Faber, la que sería ya para siempre su editorial, en cuyo catálogo figuran las compilaciones reunidas y completas de sus versos citadas con anterioridad. A estos habrá que sumar XX Poems (1951).
Si bien cada lector puede optar por el método de lectura que más le convenga, uno ha elegido el de ir del capítulo del prólogo al de los versos incluidos en el mismo apartado, en la segunda parte de la antología. Para que se hagan una idea, el análisis va de la página 9 a la 107 y los poemas, de la 119 a la 222. Téngase en cuenta, además, que la muestra no es bilingüe.
Hijo de un fascista pronazi aficionado a la literatura y de una mujer, suponemos, anodina, con una hermana diez años mayor, Larkin, un niño tartamudo y con voz de pito, no mostró nunca sentimientos a favor de la familia, del matrimonio y, menos aún, de los hijos, que nunca quiso tener. De su infancia, como de todo lo concerniente a su vida –su poesía es autobiográfica–, da cuenta en sus poemas. En “Recuerdo, recuerdo”, pongo por caso, o en “Sean estos los versos”. Mantuvo, eso sí, numerosas relaciones sentimentales, pero el ejemplo de sus padres y de su complicada convivencia le disuadieron para siempre, ya digo, de cualquier tipo de contrato o responsabilidad ajena a su particular egoísmo.
Apegado a su país natal (“Odio estar en el extranjero”), hoy sería un firme candidato del Brexit. Hombre tímido y retraído, se formó en la Universidad de Oxford (donde entabló una firme amistad con Kinsgley Amis) y ejerció de bibliotecario en la de Hull, tras pasar por Wellington y Belfast. Fue un gran bebedor.
Se le relaciona con el grupo de escritores conocido como The Movement. Amante del jazz (al que dedicó un libro compuesto por piezas sobre ese género musical: All Whatt Jazz), su ópera prima fue una novela: Jill (que como el resto de su prosa está publicada en castellano). El punto de inflexión que marca definitivamente su interés por la poesía, elegida como manera de expresarse a sí mismo y como método de conocimiento, coincide con el hallazgo de la de Thomas Hardy, un novelista que, cosa rara, devino poeta al final de su vida. Elegirlo como maestro da al lector, al menos a quien conozca sus poemas, pistas seguras sobre el tipo de poesía que Larkin escribió y sobre cuál fue su poética. La de la modestia, como la define certeramente Alou.
Nace contra la de otros contemporáneos suyos: Eliot, Auden, Pound y Hughes. Si al primero, a pesar de todo, lo admiraba, al último le odiaba. Su aversión era contra la modernidad, el Modernism anglosajón. “Prefería centrar su poesía –sostiene Alou– en los hechos observables, en una suerte de fenomenología comentada”. Le interesaba “la verdad” y, por eso, hay una gran coherencia entre su vida y su obra.
Si seguimos al editor, estamos ante una poesía “realista” en la que “caben todos los tonos del gris”. Que no prescinde de la Belleza, que reside “en la verdad de la experiencia relatada”.
Larkin aspiró a ser un poeta “comprendido y compartido”. Para el hombre corriente, que él mismo fue. Y lo consiguió: de Ventanales vendió, al salir, 20.000 ejemplares. Fue un poeta “visible” en la sociedad de su tiempo. Andrew Motion, su biógrafo (es una pena que no contemos con una traducción de Philip Larkin, A Writer’s Life), explicó que tenía el deseo de “crear un nuevo lenguaje para sí mismo”. Bayley, por su parte, habla de “poemas-relato”: “que el poema mismo relate el proceso mediante el cual el autor llega a esa verdad”. Betjeman se centra en la emoción: “la poesía es algo emocional, más que intelectual o moral”. De “emoción vivida”. “Metro y rima intensifican esa emoción”. Larkin nunca las perdió de vista y su traductor tampoco.
En el tono, “franco y natural”, se resalta una “oralidad deliberada”. La suya es una “poesía de lo cotidiano”, según Pujals, que se relaciona “con las vivencias diarias”.
Alou destaca los siguientes rasgos estilísticos: “la cautivadora precisión con la que capta la sensación física de la vida en Inglaterra”; la “curiosa mezcla de fluida oralidad y estructura muy marcada”, su “inmensa habilidad métrica” y “su desenvoltura idiomática tan espontánea y personal”; cierto simbolismo, un “intento de expresar lo inconcreto” siempre en el “aquí” (una palabra clave de su poesía, repetida muchas veces para situar la acción); la teatralización: voces, diálogos, frases hechas y anónimas frente a citas cultas, tal vez porque, como dijo Batjin, todo escritor es un “dramaturgo” y el poema, una suerte de “representación”; ya que no cree en la tradición, cada uno expresa “su propio universo exclusivo y recién creado”; la trascendencia; y el humor, el ácido ante todo, aunque Larkin se consideraba divertido.
Si seguimos el recorrido temático de la antología, que, ya dijimos, se corresponde con los poemas seleccionados en cada parte, está en primer lugar “Poética”. Consta de tres poemas. Uno, “Modestias”. Se aprecia, lección aprendida de Hardy, “una poética del detalle”. De palabras sencillas para “aclarar el mundo”.
En la segunda, donde encontramos poemas esenciales como el citado “Recuerdo, recuerdo…” o “Dockery e hijo”, se halla la “búsqueda de una identidad”, de una voz propia. No en vano, como dijo Booth, su obra –y antes nosotros– es “fundamentalmente autobiográfica”. Y una constante: “la muerte infatigable”. En “Albada”, un poema sobre ese vital asunto, leemos: “La vida primero es tedio, luego miedo”.
En la tercera, la “epifanía”. El poema como “instantánea”. Como exacto momento de gozo. Tal en “Ventanales”: “Y más allá, el aire de un azul intenso, que muestra / nada, y está en ninguna parte, y es infinito”.
La cuarta alude al viaje, a cómo Larkin “transmuta (…) el pensamiento en experiencia, en realidad viva”. Y ahí, “Las bodas de Pentecostés”.
La quinta evoca a la inteligencia, más que al sentido común, a la sencillez de pensamientos que perduran. “Simplicidad”, dice Alou. En “Días”, por ejemplo.
“Retratos”, la sexta, habla del otoño (“Madre, verano, yo”), su estación preferida, lo que no deja de ser una poética. Y de “Mr. Bleaney”, un “hombre gris” y de buen conformar. “Somos tal como vivimos”. Y el “eremita de Hull” era “amigos de sus lectores”, comenta Motion.
“Amor y sexo” reúne nueve poemas y es la parte más extensa de la muestra. El del amor y el sexo es un tema prioritario en su obra.”Lo que sobrevivirá a nosotros es el amor”, escribió en “Engaños”. Se aprecian sus intensos monólogos. ¿Los de un misógino? Larkin vivió en la época de los Beatles, en medio de aquella revolución sexual que cambió en mundo. Tuvo amantes, no esposa o esposas. Y siempre recomendó, insistimos, no tener hijos. No es extraño que la octava sección se titule “La soledad”.
A “la vejez y la muerte” se dedica la novena. Se enfrenta a ésta “sin paliativos”. Nada ve de positivo en una u otra. Ya desde la veintena se veía en decadencia. En “Peonzas” nos recuerda que “nacer ya es morir”. Brownjohn se refirió a “la compasiva precisión con que se observan las cosas sin esperanza”. “Ya lo averiguaremos”, dijo Larkin.
El sapo de la cubierta, escultura caricaturesca que se expuso en un festival que le dedicaron en Kingston upon Hull en 2010, tiene que ver con los poemas “Sapo” y “Regreso del sapo”, recogidos en la décima parte, “rebeldía y retracción”; no tanto una metáfora como una “analogía extendida” (Lodge). El sapo del trabajo, por ejemplo. Buena muestra de su humor negro.
En la undécima, por fin, siete poemas sobre animales. “Larkin ve en el mundo animal un microcosmos de la vida de los hombres”. “Aprender es sufrir”.
A pesar de que Larkin no creía en la traducción y en la literatura universal, me temo que sus poemas han trascendido el límite de sus amadas Islas Británicas. A estas alturas, ni siquiera Bloom pondría en reserva su paso a la historia literaria. Para él la poesía era “como intentar recordar una melodía que has olvidado”. No se me ocurre un manera mejor de introducirse en ella y conocerla que mediante el uso y disfrute de esta modélica antología. Para los que vuelven a Larkin, bien está recordar su importancia en la vida corriente de cualquiera al que le guste leer.

Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 802, abril de 2017 (pág. 107-109), de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.