La
obra del poeta inglés Philip Larkin (Coventry, 1922 - Hull, 1985),
ha tenido una gradual pero completa recepción en España. En 1990
apareció en Lumen su libro Ventanas altas, en traducción de
Marcelo Cohen; en 1991 Pre-Textos editó Un engaño menor, en
versión de Álvaro García; en 1998 le tocó el turno a su ópera
prima, El barco del norte, traducido para Acuarela Libros por
Jesús Llorente Sanjuán; y en 2007, Damià Alou, también en Lumen,
dio a la luz su traducción de Las bodas de Pentecostés. Ya
en 2014, la editorial barcelonesa lanzaba la Poesía reunida y
de la edición se ocupó de nuevo Alou, que es el responsable de la
Antología poética que publica ahora Cátedra en su canónica
colección Letras Universales.
A
esta bibliografía sólo cabe añadir otro florilegio, Poemas
sueltos (1964-1984), obra de Valentín Carcelén, que apareció
en la Diputación de Albacete allá por 1995.
Aunque
a los (pocos) lectores de poesía no les pasó desapercibida la
poesía de Larkin (que ha contado, cabe añadir, con traductores de
fuste), la aparición de la Poesía reunida propició un feliz
e inesperado succès d'estime.
Alou,
en su espléndido prólogo –un genuino, informado y completísimo
ensayo sobre la poesía del inglés– explica que una de las razones
que le llevaron a abordar esta recopilación, más allá de aportar
“un volumen donde se compendie lo más esencial de Larkin”, era
la de incorporar veinte poemas inéditos. Ha utilizado para ello dos
ediciones: The Complete Poems, de Burnett, y Collected
Poems, de Thwaite, las dos de Faber and Faber.
Tras
un esbozo biográfico, Alou divide su brillante y didáctica
introducción (un sesgo muy oportuno si tenemos en cuenta la
colección en la que sale) en distintos capítulos, “once apartados
temáticos”, tantos como los que usa para agrupar los poemas
seleccionados. A saber: “Poética”, “La creación del personaje
poético”, “Epifanías”, “El viaje”, “Sabiduría
popular”, “Retratos”, “Amor y sexo”, “La soledad”, “la
vejez y la muerte”, “Una rebeldía y su retracción” y “Vida
animal”.
Cuatro
libros componen en rigor la obra poética completa de Larkin. Sus
títulos, según Alou: El barco del norte (1945), Engaños
(1955), Las bodas de Pentecostés (1964) y Ventanales
(1974). Los dos últimos se publicaron en Faber and Faber, la que
sería ya para siempre su editorial, en cuyo catálogo figuran las
compilaciones reunidas y completas de sus versos citadas con
anterioridad. A estos habrá que sumar XX Poems (1951).
Si
bien cada lector puede optar por el método de lectura que más le
convenga, uno ha elegido el de ir del capítulo del prólogo al de
los versos incluidos en el mismo apartado, en la segunda parte de la
antología. Para que se hagan una idea, el análisis va de la página
9 a la 107 y los poemas, de la 119 a la 222. Téngase en cuenta,
además, que la muestra no es bilingüe.
Hijo
de un fascista pronazi aficionado a la literatura y de una mujer,
suponemos, anodina, con una hermana diez años mayor, Larkin, un niño
tartamudo y con voz de pito, no mostró nunca sentimientos a favor de
la familia, del matrimonio y, menos aún, de los hijos, que nunca
quiso tener. De su infancia, como de todo lo concerniente a su vida
–su poesía es autobiográfica–, da cuenta en sus poemas. En
“Recuerdo, recuerdo”, pongo por caso, o en “Sean estos los
versos”. Mantuvo, eso sí, numerosas relaciones sentimentales, pero
el ejemplo de sus padres y de su complicada convivencia le
disuadieron para siempre, ya digo, de cualquier tipo de contrato o
responsabilidad ajena a su particular egoísmo.
Apegado
a su país natal (“Odio estar en el extranjero”), hoy sería un
firme candidato del Brexit. Hombre tímido y retraído, se
formó en la Universidad de Oxford (donde entabló una firme amistad
con Kinsgley Amis) y ejerció de bibliotecario en la de Hull, tras
pasar por Wellington y Belfast. Fue un gran bebedor.
Se
le relaciona con el grupo de escritores conocido como The Movement.
Amante del jazz (al que dedicó un libro compuesto por piezas
sobre ese género musical: All Whatt Jazz), su ópera prima
fue una novela: Jill (que como el resto de su prosa está
publicada en castellano). El punto de inflexión que marca
definitivamente su interés por la poesía, elegida como manera de
expresarse a sí mismo y como método de conocimiento, coincide con
el hallazgo de la de Thomas Hardy, un novelista que, cosa rara,
devino poeta al final de su vida. Elegirlo como maestro da al lector,
al menos a quien conozca sus poemas, pistas seguras sobre el tipo de
poesía que Larkin escribió y sobre cuál fue su poética. La de la
modestia, como la define certeramente Alou.
Nace
contra la de otros contemporáneos suyos: Eliot, Auden, Pound y
Hughes. Si al primero, a pesar de todo, lo admiraba, al último le
odiaba. Su aversión era contra la modernidad, el Modernism
anglosajón. “Prefería centrar su poesía –sostiene Alou–
en los hechos observables, en una suerte de fenomenología
comentada”. Le interesaba “la verdad” y, por eso, hay una gran
coherencia entre su vida y su obra.
Si
seguimos al editor, estamos ante una poesía “realista” en la que
“caben todos los tonos del gris”. Que no prescinde de la Belleza,
que reside “en la verdad de la experiencia relatada”.
Larkin
aspiró a ser un poeta “comprendido y compartido”. Para el hombre
corriente, que él mismo fue. Y lo consiguió: de Ventanales
vendió, al salir, 20.000 ejemplares. Fue un poeta “visible”
en la sociedad de su tiempo. Andrew Motion, su biógrafo (es una pena
que no contemos con una traducción de Philip Larkin, A Writer’s
Life), explicó que tenía el deseo de “crear un nuevo lenguaje
para sí mismo”. Bayley, por su parte, habla de “poemas-relato”:
“que el poema mismo relate el proceso mediante el cual el autor
llega a esa verdad”. Betjeman se centra en la emoción: “la
poesía es algo emocional, más que intelectual o moral”. De
“emoción vivida”. “Metro y rima intensifican esa emoción”.
Larkin nunca las perdió de vista y su traductor tampoco.
En
el tono, “franco y natural”, se resalta una “oralidad
deliberada”. La suya es una “poesía de lo cotidiano”, según
Pujals, que se relaciona “con las vivencias diarias”.
Alou
destaca los siguientes rasgos estilísticos: “la cautivadora
precisión con la que capta la sensación física de la vida en
Inglaterra”; la “curiosa mezcla de fluida oralidad y estructura
muy marcada”, su “inmensa habilidad métrica” y “su
desenvoltura idiomática tan espontánea y personal”; cierto
simbolismo, un “intento de expresar lo inconcreto” siempre en el
“aquí” (una palabra clave de su poesía, repetida muchas veces
para situar la acción); la teatralización: voces, diálogos, frases
hechas y anónimas frente a citas cultas, tal vez porque, como dijo
Batjin, todo escritor es un “dramaturgo” y el poema, una suerte
de “representación”; ya que no cree en la tradición, cada uno
expresa “su propio universo exclusivo y recién creado”; la
trascendencia; y el humor, el ácido ante todo, aunque Larkin se
consideraba divertido.
Si
seguimos el recorrido temático de la antología, que, ya dijimos, se
corresponde con los poemas seleccionados en cada parte, está en
primer lugar “Poética”. Consta de tres poemas. Uno, “Modestias”.
Se aprecia, lección aprendida de Hardy, “una poética del
detalle”. De palabras sencillas para “aclarar el mundo”.
En
la segunda, donde encontramos poemas esenciales como el citado
“Recuerdo, recuerdo…” o “Dockery e hijo”, se halla la
“búsqueda de una identidad”, de una voz propia. No en vano, como
dijo Booth, su obra –y antes nosotros– es “fundamentalmente
autobiográfica”. Y una constante: “la muerte infatigable”. En
“Albada”, un poema sobre ese vital asunto, leemos: “La vida
primero es tedio, luego miedo”.
En
la tercera, la “epifanía”. El poema como “instantánea”.
Como exacto momento de gozo. Tal en “Ventanales”: “Y más allá,
el aire de un azul intenso, que muestra / nada, y está en ninguna
parte, y es infinito”.
La
cuarta alude al viaje, a cómo Larkin “transmuta (…) el
pensamiento en experiencia, en realidad viva”. Y ahí, “Las bodas
de Pentecostés”.
La
quinta evoca a la inteligencia, más que al sentido común, a la
sencillez de pensamientos que perduran. “Simplicidad”, dice Alou.
En “Días”, por ejemplo.
“Retratos”,
la sexta, habla del otoño (“Madre, verano, yo”), su estación
preferida, lo que no deja de ser una poética. Y de “Mr. Bleaney”,
un “hombre gris” y de buen conformar. “Somos tal como vivimos”.
Y el “eremita de Hull” era “amigos de sus lectores”, comenta
Motion.
“Amor
y sexo” reúne nueve poemas y es la parte más extensa de la
muestra. El del amor y el sexo es un tema prioritario en su obra.”Lo
que sobrevivirá a nosotros es el amor”, escribió en “Engaños”.
Se aprecian sus intensos monólogos. ¿Los de un misógino? Larkin
vivió en la época de los Beatles, en medio de aquella revolución
sexual que cambió en mundo. Tuvo amantes, no esposa o esposas. Y
siempre recomendó, insistimos, no tener hijos. No es extraño que la
octava sección se titule “La soledad”.
A
“la vejez y la muerte” se dedica la novena. Se enfrenta a ésta
“sin paliativos”. Nada ve de positivo en una u otra. Ya desde la
veintena se veía en decadencia. En “Peonzas” nos recuerda que
“nacer ya es morir”. Brownjohn se refirió a “la compasiva
precisión con que se observan las cosas sin esperanza”. “Ya
lo averiguaremos”, dijo Larkin.
El
sapo de la cubierta, escultura caricaturesca que se expuso en un
festival que le dedicaron en Kingston upon Hull en 2010, tiene que
ver con los poemas “Sapo” y “Regreso del sapo”, recogidos en
la décima parte, “rebeldía y retracción”; no tanto una
metáfora como una “analogía extendida” (Lodge). El sapo del trabajo,
por ejemplo. Buena muestra de su humor negro.
En
la undécima, por fin, siete poemas sobre animales. “Larkin ve en
el mundo animal un microcosmos de la vida de los hombres”.
“Aprender es sufrir”.
A
pesar de que Larkin no creía en la traducción y en la literatura
universal, me temo que sus poemas han trascendido el límite de sus
amadas Islas Británicas. A estas alturas, ni siquiera Bloom pondría
en reserva su paso a la historia literaria. Para él la poesía era
“como intentar recordar una melodía que has olvidado”. No se me
ocurre un manera mejor de introducirse en ella y conocerla que
mediante el uso y disfrute de esta modélica antología. Para los que
vuelven a Larkin, bien está recordar su importancia en la vida
corriente de cualquiera al que le guste leer.
Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 802, abril de 2017 (pág. 107-109), de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 802, abril de 2017 (pág. 107-109), de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.