Julio
Martínez Mesanza
Rialp,
Adonais, Madrid, 2016.
En sucesivas ediciones, Julio Martínez
Mesanza (Madrid, 1955), ineludible representante de la Generación de los 80 o
de la Democracia, filólogo y traductor de Dante y Sannazaro, fue dando forma a
su libro Europa, al que siguieron Las trincheras, Entre el muro y el foso y la antología Soy en mayo. Casi una década después, llega Gloria, escrito en los últimos once años, entre Madrid, Túnez, Tel
Aviv y Estocolmo, destinos de su trabajo en el Instituto Cervantes.
Qué bien se adaptan los poemas limpios y
breves que lo componen al sobrio diseño de la colección Adonais. Aunque se nos
anuncia un “cambio de registro”, uno vuelve a encontrar al virtuoso del verso:
el endecasílabo blanco, al lector de los clásicos (“Porque no merece”), al
poeta épico, al que usa la borgeana enumeración caótica (“Ghar El Melh”) y los
“nombre propios” (léase “Los símbolos cansados” o “Les ombrelles”), alguien, en
fin, pendiente de lo pequeño, de lo sencillo (“dame lo extraño, / que es ver
por primera vez lo sencillo”), de los detalles (“Dame palabras fáciles y claras
/ para explicar la sencillez del alma”).
Contra los prejuicios ideológicos y
religiosos, con los que le hostigaron desde el principio, Mesanza, que cumple
lo que dice: “un poco de pasión en lo que haces / y llevar hasta el fin lo que
pensabas”, “el hábito de hablar de lo que siento / en términos morales y
absolutos”, glorifica la vida y canta “la manifestación de Dios en la creación”
a través de símbolos muy suyos: Europa (“Aunque a la muchedumbre no le importe
/ que Europa valga poco y crea en nada”), la luz, el desierto, la batalla, el
muro (con Cirlot), el guerrero, la estepa, el laberinto, las Madonnas, la cruz…
Una palabra, ya mencionada, “alma”, “que es inextinguible”, fundamenta este
viaje (“solo malvivo en sitios diferentes”) a favor del humanismo y en contra
de la nada y del no, donde no podía faltar el amor; así, en “Safo dieciséis”
(“amar el desdén de quien amamos”) y “De luz y rosas”.
Poemas como “Pamplona”, “Anfibia” (sus almas
fenicia y cristiana: el desierto y el mar de Homero), “Jan Sobieski” (el rey
polaco, “la carga de los húsares alados”), “Cuestiones naturales IV” o “Los
carros en Kipur” (“Eres, Señor, la guerra interminable”) dan fe del alcance de
esta intensa meditación moral de Mesanza consigo mismo y con quien lee. Pura
verdad.
Javier Fernández
Hiperión, Madrid, 2016.
Javier Fernández (Córdoba, 1971) ganó
con Canal el Premio "Ciudad de
Córdoba". En el jurado, Pablo García Baena, Juana Castro, Mª
Ángeles Hermosilla, Pablo García Casado y Jesús Munárriz.
«Mi hermano Miguel murió el 5 /
de marzo de 1975, tres semanas / antes de su sexto cumpleaños». Así empieza el
libro. Consta de sesenta fragmentos y una coda. Está escrito en prosa. Lo de
poética sobra. En un momento dado dice: "Necesito contar todo esto, quiero
hablar de ello. Y no me sirve otro lenguaje. Tiene que ser directo, seco. Y así
es. El tono es sumario. Como de informe. Escueto.
Cuando murió su hermano mayor por
accidente, ahogado en un canal (de ahí el título, sí), el autor tenía tres
años. Eran "inseparables". Si le hubiera acompañado, hubieran muerto
los dos. Pero no voy a entrar en detalles. El libro se basta y se sobra. Lo
narrativo prima. Detrás, su madre (a quien dedica la obra), su padre y su
hermana Marian, la pequeña. Y el dolor. Y el miedo. Y el divorcio. Y la culpa.
Y la depresión. Y la cobardía y la valentía. Y los llantos. Y las visitas al
cementerio. Y los sueños: todos sueñan con Miguel, aunque Javier no quiera
hablar de ello.
"Mi hermana dice que me
invento los recuerdos", escribe Fernández. Reconstruir lo sucedido y darlo
a conocer en forma de poemas (cómo si no) ha sido una manera de conjurar el
daño. "No he conocido un tiempo sin mi hermano", reza el verso final.
A modo de coda, el poema
"Dirección prohibida", dedicado a la hermana, primera versión de este
libro, un poema que JF no ha dejado de "reescribir".
Hay momentos muy intensos que era
complicado fijar. No tanto por los hechos que relata, sino por la dificultad
para mostrar ese hondo, inmenso dolor sin caer en la exhibición sentimental y
el patetismo. De esa prueba ha salido airoso. Como dijo García Baena, el libro
es "desgarrador".
Asombra, en fin, la sinceridad
(lo siento, no cabe otra palabra) con la que Fernández cuenta y canta, con voz
melancólica y elegíaca, lo que sucedió aquel día nublado y con mucho viento. Un
día que Javier, su hermana y sus padres habrán intentado olvidar mil veces. Ha debido
ser muy duro. Haberlo escrito (así, en plural) les habrá traído, estoy seguro,
cierta calma.
Nota: Las reseñas de estos libros de Martínez Mesanza y Fernández se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 14 de abril.
Nota: Las reseñas de estos libros de Martínez Mesanza y Fernández se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 14 de abril.