30.7.17

Dos libros mayores

Y no sólo por el tamaño, publicados los dos en la preciosa colección Calle del Aire de la sevillana Renacimiento y en numeración, además, correlativa: 164 y 165. Me refiero a Jardín seco, de Alejandro Duque Amusco (Sevilla, 1949), y Cuestión de tiempo, de Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947). Los dos poetas profesores. Y de la misma promoción, la de los Novísimos, aunque ninguno figure en las antologías canónicas del grupo. Ni falta que hace, añado. 

Jardín seco es un libro redondo, digamos. Logrado. De una madurez meridiana. Acaso el que más me ha gustado de los suyos, que no son pocos. Sobre todo por el tono, entre sereno y atemperado, melancólico (por mucho que, como recalca Juan Lamillar en la contracubierta, en el libro "se celebra la fiesta inagotable de la vida") y sugerente (en tanto que misterioso), alejado, o eso me ha parecido, de esos rasgos de exquisitez y preciosismo que uno considera inseparables de la poesía de uno de sus maestros, Vicente Aleixandre, del que Amusco es uno de los máximos especialistas. Carente de retórica (en el peor sentido), la voz que aquí suena es más cernudiana (a don Luis le dedica un poema) que aleixandrina, más sobria y natural que artificiosa y rebuscada. Más, y perdón por la gastada palabra, auténtica. O menos literaria, si así se prefiere. De una claridad no impostada. Muy cercana a la vida y, por eso, ajena a otros asuntos que no sean los que tienen que ver con la memoria, la infancia, el amor, la muerte y los versos de aquellos que se tiene más cerca cuando la edad se hace evidente y lo que viene es menos sustancial que lo que fue. Los elegantes versículos se deslizan entre poemas de altísima belleza. Poemas como "Heinrich Schliemann", "Icono", "Nudos" "Regreso", "Aurora" o "Jardín seco". 


Cuestión de tiempo reúne la poesía completa y "definitiva" de Díaz de Castro, no sin "supresiones, adiciones y modificaciones" Recoge poemas de sus libros Inclemencias del tiempo, El mapa de los años, La canción del presente, Hasta mañana, mar, Fotografías (en prosa), así como doce inéditos "que llevan el título provisional de Verano con Duke y otros poemas".
Si tenemos en cuenta que el poeta y crítico residente en Palma de Mallorca publicó su primer libro en 1993, a los 46 años de edad, no ha sido escasa su producción lírica. De hecho, a efectos prácticos, por matizar lo expresado más arriba (y dejando en evidencia el dichoso método generacional), este hombre debería formar parte de la denominada Generación de los 80 o de la Democracia y, ya allí, a su más preclara tendencia, la dominante, esto es, la Poesía de la Experiencia. Basta comprobar los nombres de las dedicatorias de sus versos (que se recogen al final de libro en una página a propósito) para certificar lo que digo. Didactismos y simplificaciones aparte, lo cierto es que estamos ante un libro al fin y al cabo unitario; ante "el mismo libro", por decirlo con Trapiello. La fidelidad a su propia poética es innegable. Los saltos y los cambios, apenas significativos. Un libro que se caracteriza por su línea clara, su tono conversacional y meditativo, la ironía y el sentido del humor, su vitalismo (más hímnico que elegíaco), donde abundan las mujeres y el amor (a Almudena del Olmo, dedicataria del conjunto), los lugares y las ciudades (Málaga, Barcelona, Cáceres...), el mar, la música, las lecturas de los maestros y el elogio de la amistad, todo ello sin perder de vista las tradiciones y el clasicismo, en especial, de la poesía española (o en español) y de la inglesa (o en inglés). Donde todo se fija en la mirada y la memoria, los dos reinos poéticos por excelencia.