No sabría uno qué
responder a la famosa pregunta que se formulaba Zavalita en la celebrada novela de Mario Vargas
Llosa Conversación
en La Catedral, la de “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Sí
creo, sin embargo, tener la respuesta a la que da título (perdón por el
exabrupto) a esta reflexión. Sí, porque aquí cultura hubo, como nunca hasta
entonces, tras siglos de incuria, atraso y analfabetismo, a la altura de la de
cualquier Comunidad Autónoma de este país llamado España. Eso fue en torno al
cambio de siglo y de milenio, tras la aprobación de nuestro Estatuto, cuando al
lector Rodríguez Ibarra le pedían los primeros alcaldes democráticos agua y
bibliotecas. La cultura pasó a ser una prioridad. Un asunto central,
digamos. Parte esencial de nuestra razón de ser, de eso que otros prefieren
denominar nuestra marca. Estaba en la política de la Presidencia de
la Junta y, en consecuencia, de sus sucesivos gobiernos. Para eso se creó una
Consejería ad hoc y se puso al frente, en distintas
legislaturas, a personas consecuentes, formadas y con criterio. Veníamos de una
noche oscura y algunos ciudadanos de la sociedad civil (que procedían de
asociaciones y otras entidades), con la imprescindible ayuda de la
administración pública (ay, dichosas subvenciones), lograron levantar casi de
la nada un puñado de iniciativas que conformaron, hasta un punto inimaginable,
eso que podríamos denominar, no sin reservas (la cultura es por definición
universal), una suerte de ilustración extremeña. Modesta e intempestiva, sea,
pero eso al fin y al cabo. Si nos centramos en la literatura, autores,
editoriales, bibliotecas, premios, aulas y talleres literarios mostraron al
resto las obras realizadas por extremeños
(residentes aquí o fuera) y por personas vinculadas a esta tierra. A través de
ellas nos dimos a conocer y, no menos importante, conocimos. El viaje fue de
ida y vuelta. Rompíamos por fin nuestras antiguas murallas, las que nos habían
mantenido al margen de todo cuanto acontecía en la cultura española. Nos
poníamos, por fin, a la hora de España. Pero esto, di a entender antes, se
jodió. ¿En qué momento? Para mí que con la llegada a la presidencia de la Junta
de Fernández Vara (un forense en la inopia cultural), una debacle que
contribuyeron a agudizar la crisis y su interminable secuela de recortes (la
cultura, ya se sabe, pasó a ser considerada un lujo) y el breve gobierno del
PP, con el extravagante Monago al frente. Destartalada aquella solvente
maquinaria (a golpe, por ejemplo, de nefastos nombramientos, en lo que a Vara
respecta, y a la desidia de los populares, proclives a los fuegos de artificio
y a los fastos teatrales), pensó uno en su ingenuidad, o en su más absoluta
ignorancia, que la llegada de nuevo al poder regional, en otras circunstancias,
de los socialistas y de Vara podría resucitar la mencionada cultura, la de
antaño, aunque tan próxima. No obstante, mediada ya la legislatura, se da uno
cuenta de la evidencia: aquellas golondrinas, definitivamente, no volverán. O
no con él. Ni con ellos. Por no tener, ni Consejería existe. Para seguir,
apenas si malviven algunas de las empresas que lograron dotarnos de una
dignidad merecida y nunca alcanzada: las Aulas de la Asociación de Escritores,
la Editora, el Plan de Fomento de la Lectura, la red bibliotecaria y de clubes
de lectura… En la iniciativa privada no están mucho mejor las cosas: la
pobreza, tal vez, nuestro viejo problema. Con todo, se han sumado al empeño,
pongo por caso, editoriales como Ediciones Liliputienses, que organiza en
Plasencia el encuentro literario Centrifugados, y librerías como La Puerta de
Tannhäuser, placentina también y Premio Nacional al Fomento de la Lectura. Más
allá del desprecio institucional a la cultura y a sus agentes, está, claro, la
apatía del común, la maldita indolencia de siempre, uno de nuestros principales
pecados capitales. Entre el agudo silencio de los que han huido y el sonoro de
cuantos permanecen… Es verdad, no se me acuse de derrotista ni de nostálgico, que
siguen publicándose libros dignos, aumentando a duras penas los índices de
lectura, organizándose actividades que impulsan la literatura en bibliotecas y
librerías… No puedo olvidar un hecho histórico reciente: la presentación
en el MEIAC de Badajoz del número extraordinario de la prestigiosa
revista Turia dedicado a Luis Landero y, de paso, a nuestra
pequeña literatura y a sus escritores, de los que no deja de ser el mejor
representante, por él, por Juegos de la edad tardía, empezó acaso
nuestra redención. También hay, en fin, ayuntamientos implicados, como el
placentino o el de Ribera del Fresno (lo urbano y lo rural), y las Diputaciones
siguen tirando del carro. Alguna Fundación... Hasta la Universidad mantiene
encendida su propia llama. No como la que iluminó durante algunas décadas esta
angosta esquina de la tierra, que diría Cavafis, donde unos cuantos ilusos
vislumbramos la salida definitiva de ese penoso túnel llamado incultura, un
término por desgracia inseparable de la palabra Extremadura y de los sufridos
extremeños. Traigo, para terminar, una prueba definitiva de esa triste deriva a
la que me vengo refiriendo. La entrega a Pepe Extremadura de la máxima
condecoración de la Comunidad, una de nuestras devaluadas Medallas, algo que
resulta más incoherente y hasta sangrante cuando advertimos que entre los
propuestos estaba el narrador y ensayista Gonzalo Hidalgo Bayal, autor de una
de las obras más rigurosas, significativas y respetadas del panorama nacional.
Se ve a las claras que nuestras autoridades prefieren la frivolidad a la
excelencia. Pierde la cultura. Perdemos todos.
Nota: Este artículo se ha publicado en la sección Tribuna del diario HOY.