Antes tuvimos una provechosa reunión algunos miembros del jurado y otras personas vinculadas al certamen. Nos preocupa que se presenten tan pocos originales al premio y creemos que la clave está en la inevitable complicidad de los profesores de secundaria y bachillerato, a los que tendremos de convencer para que nos ayuden. En especial a aquellos que conocemos y que, además, fueron compañeros o amigos de Ángel, sabedores por tanto de su intensa labor divulgadora y a favor del fomento de la lectura y la escritura. Ojalá podamos lograrlo en la próxima convocatoria. Como bien dijo Luis Leal, tan portugués como extremeño, este es un acto de resistencia. La poesía lo es.
Buenas noches. Quiero empezar esta breve intervención agradeciéndoles a todos su asistencia. Por lo demás, vuelve uno encantado a San Vicente y eso que hace muy poco, a mediados de marzo (el día de los vientos huracanados), pasé una mañana estupenda con los excelentes alumnos de Eva Romero en el instituto “Joaquín Sama”.
Este
año se cumple la primera década de la muerte de Ángel Campos Pámpano, quien
aquí nos convoca. Cómo pasa el tiempo. Si hacemos balance, su presencia en el
panorama literario español sigue vigente. Por mucho “purgatorio” al que todo
autor esté sometido tras su fallecimiento. No es casualidad. En lo referente a
su obra poética, la que él más estimaba y la que más cuidó, su exigencia fue
muy alta y no la concibió ni la compuso de cualquier manera, ha permitido que
aguante, ya digo, los caprichosos envites del olvido. Por suerte, sus lectores
siguen en pie. No es raro que se le cite en los libros y, lo que es más
importante, que quienes lo hagan no sean sólo sus amigos o compañeros de
generación, quienes le conocieron en vida, sino jóvenes que han llegado a sus
poemas cuando él nos había abandonado. Eso ocurre en Extremadura y fuera de
aquí. Me ha alegrado mucho su mención en las entrevistas que le han hecho a
Elías Moro con motivo de la publicación de su último libro: De nómadas y guerreros, donde reconoce
que fue su maestro. El principal.
En
la otra faceta, la de traductor, su actualidad tampoco cesa. Menos aún que la
lírica. Esa parte de su obra, porque la traducción es inseparable de la
creación, sigue aportando enseñanzas y deleite a cuantos se acercan a la
imprescindible poesía portuguesa del siglo XX (Pessoa, Andrade, Sophia de Mello
Breyner, Ramos Rosa...).
Pero
Ángel fue también más que eso. Mucho más. Por eso en esta tierra se le echa
tanto de menos y algunos seguimos preguntándonos, antes de decidirnos a tomar
este o aquel camino, qué habría hecho él si viviera y uno, ay, pudiera llamarle
por teléfono. O, mejor aún, enviarle un simple guasap.
Su
labor en la Asociación de Escritores, cuyo fruto más precioso fue la fundación
de las Aulas Literarias, no se nos puede olvidar. Ni los Talleres. El otro día, en Miajadas, en
unas Jornadas de Literatura, José Luis Bernal y yo conversábamos a propósito de
eso y recordábamos que no pocos de los nuevos escritores extremeños han sabido
aprovechar las lecciones que tantos y tantos poetas y narradores españoles y
portugueses han sembrado en las sesiones de esas Aulas. Y no sólo han servido a
los jóvenes. Nuestro secular atraso se vio neutralizado con estas bocanadas de
aire literario fresco que llegaban de otras partes del país, que es tanto como
decir del mundo.
Y
ahí, al fondo, “dondequiera que eso quede”, por parafrasear a Elizabeth Bishop,
Ángel, o Pámpano, como le llama Gonzalo Hidalgo Bayal, o Angelito, como
decimos, siquiera a ratos, sus amigos.
Uno
conoce al nuevo director de la Editora, y se acuerda de Ángel. Uno se mete en
un nuevo empeño poético y, entre las dudas, surge Ángel. Uno descubre a un
poeta que no conocía y piensa de inmediato en Ángel, un lector con criterio que
supo desbrozarnos el camino cuando apenas levantamos un verso del suelo. Uno,
por fin, reflexiona sobre la situación política o cultural de Extremadura y,
cómo no, convoca sin querer al querido fantasma de Ángel, siempre al
quite.
El
premio que lleva su nombre ha llegado a su cuarta edición. No se han presentado
demasiados originales. Quienes formamos parte del jurado que me honro en
presidir nos preguntamos acerca de su futuro. Queremos que siga adelante y en
las mejores condiciones. Además de proyección (sobre todo a través de las
inesquivables redes sociales), nos falta, o eso creo, la complicidad de los
profesores de Secundaria y Bachillerato. Lo digo sin acritud.
En
estos momentos, en los del auge de la parapoesía
(así la ha denominado Luis Alberto de Cuenca), una suerte de poesía juvenil que
a uno le parece de todo menos poesía, en su sentido más estricto y riguroso (el
que Ángel hubiera defendido), una poesía simple como una patata sin cocinar y
con el vuelo rasante de un ave gallinácea; en estos tiempos, decía, no resulta
comprensible que los muchachos y muchachas, que siempre han necesitado de los
versos para intentar comprender lo que les pasa, no se estiren más y compongan
poemas tan malos, por lo menos, como los de esos autores que, por lo visto,
tanto venden. A los que ellos leen, incluso. De ahí lo de las
complicidades.
Con
todo, lo que nos ocupa esta tarde es celebrar el Premio Hispano Portugués de
Poesía Joven «Ángel Campos Pámpano», patrocinado por la Asociación Cultural «Vicente Rollano»,
que en su cuarta edición ha conseguido Isabel Maria Jaló Alexandre, alumna del
Instituto de Secundaria «António Inácio Da Cruz» de Grândola, nada menos, la
ciudad que da nombre a la emocionante canción de la Revolución de los Claveles
que José “Zeca” Afonso compuso como
homenaje a la “Sociedad Musical Fraternidad Operaria Grandolense”.
El
poema ganador, sin título, empieza: “Vida é um estado antes de morrer”. Nos lo
leerá luego completo su autora y será un placer volver a escuchar, aquí en La
Raya, la segunda lengua de Ángel.
Muitas
felicidades, Maria. Também por ter vindo de tão longe. Ojalá sigas escribiendo y podamos leer, dentro de unos años, un
libro tuyo. Traducido, además, por algún extremeño que haya continuado los pasos
–todo un ejemplo– de nuestro añorado y querido Ángel Campos Pámpano.