Agrada por su modestia. Como dijo uno de los que ha pasado por ella, Benjamín Prado, es de tamaño humano, accesible, y la comparó con la de Madrid, tan inabarcable. Según costumbre, no paseé delante de las casetas ni compré ningún libro. Los beneméritos libreros sabrán perdonarme. Tampoco asistí a todos los actos. Ni a la mitad siquiera. Los autores y Juanra Santos, del que todos elogian sus dotes organizativas (yo incluido), también me disculparán. Bajé a la plaza (que es su sitio) para escuchar a Elías Moro. Judith Rico presentó De nómadas y guerreros, que más allá de los débitos (prefiero hablar de homenajes) a Estampas de ultramar, de Aníbal Núñez, y a la clásica antología de poesía primitiva de Ernesto Cardenal, me ha parecido un libro estupendo, lleno de fuerza. Y de poesía, lo que no siempre ocurre con los libros del género. También bajé para darle un abrazo, aunque tenga que auparme, y charlar un ratino con él. Ya puestos, nos quedamos a escuchar a Benjamín Prado. Nos recordó, a Gonzalo y a mí, que lo trajimos al Aula de Literatura en 2002. Sí, cómo pasa el tiempo. Yolanda recordó que cenamos con él en un restaurante que duró "lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks", por citar a su amigo Sabina. No voy a descubrir ahora que es un profesional como la copa de un pino (su presencia en radio y televisión avalan esta afirmación) y que su labia es proverbial e inaudita su capacidad para entretener o encandilar. Envidio esa capacidad suya para citar a otros, qué memoria, y para contar divertidas anécdotas, que por lo demás no suelen repetirse. Vino para dar cuenta de su poesía reunida (Visor), por más que Nica Gil, su presentador, nombrara la palabra antología. Y ya que hablamos de anécdotas, cabe mencionar que su editor se ha olvidado del índice en la primera edición, por lo que la obra será codiciada por coleccionistas y bibliófilos. Habló y leyó poco, pero muy bien. La voz le acompaña. Unos cuantos poemas que dan fe de su condición de poeta, amén de otras cosas, y que a uno le reconcilió con sus versos, que ahora espero leer con la debida calma. Ni en el café previo ni en las cañas de después me atreví a sacar el tema de la dichosa parapoesía, que él defiende. No era el momento. Es, sin duda, un tipo cariñoso y encantador y así no hay quien pueda ponerse a polemizar, que es algo que a uno siempre le cuesta. Me pasó aquí atrás con Manuel Vilas, con el que disiento en materia poética, pero otra excelente persona en las distancias cortas, ahora en el candelabro por su Ordesa (que, por cierto, me resisto a leer).
Al día siguiente había quedado con el nuevo director de la Editora Regional, Fran Amaya. Como me suele ocurrir, acabé sentado con él en la terraza de El Español. Uno sólo se sienta en los veladores de la plaza cuando recibe visitas de fuera. Llegó puntual y la charla fue intensa y muy agradable. Es como me lo imaginaba. Parece buena gente. No le falta criterio, lo repito, ni la pasión necesaria. Ni espíritu de trabajo. Tiene algunas ideas claras y sólo espera que la administración le deje hacer. Por lo pronto, el martes presentó sus aportaciones al Plan de Fomento de la Lectura, que también coordina, y me consta que causaron una grata impresión. También sé que se está reuniendo (o hablando por teléfono) con muchos escritores y personas e instituciones involucradas en esto de la cultura, lo que dice no poco a favor de su talante. Se ve que no pretende ser una isla. Tampoco viene dispuesto a salvarnos. La Editora necesita salir a flote, sin duda, pero, si le dejan, puede que sepa guiar esa nave a buen puerto. Sin aspavientos, además. Mediante una gestión eficiente. Por lo demás, suma adhesiones. En Plasencia, una plaza fuerte, me da que ha conseguido unas cuantas. Ojalá se hubiera encontrado con el alcalde Pizarro. Deberían conocerse. (Durante mis años en la Editora, jamás crucé una palabra acerca de mi trabajo en Mérida con mi alcaldesa.) Tras la presentación del libro de entrevistas de Álex Chico, Vivir enfrente, otro rato agradable, nos despedimos con un afectuoso abrazo. Sabe que puede contar conmigo, por poco que uno pueda ayudarle.