29.10.18

Salamanca

Alfredo Pérez Alencart es el responsable de la magna antología (seiscientas páginas) Por ocho centurias. Lleva por subtítulo "XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Antología en homenaje a las universidades de Salamanca y San Marcos de Lima, y a los poetas Diego de Torres Villarroel y Alejandro Romualdo". Suya es la selección, los pórticos y las notas. La publica (en edición no venal) la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, que ha tenido el detalle de facilitar su lectura a quien quiera en esta dirección
En el prólogo, el profesor Alencart escribe: "Como un auténtico privilegio acogí la sugerencia de Alfonso Fernández Mañueco, alcalde de Salamanca, para celebrar, dentro del XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, el VIII centenario de la Universidad de Salamanca. La tomé como el mejor de los premios que podría obtener, porque ello me permitiría devolver lo mucho que he recibido de mi Universidad y de quienes son o han sido parte de ella a lo largo de estas centurias.
Y este darme al Estudio -al cual estoy vinculado desde hace treintaitrés años- tuvo su momento especial cuando Julio López Revuelta, concejal de cultura, aceptó mi sugerencia de incluir en el homenaje a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, atendiendo a que es la primera Universidad de América y que, además, se fundó teniendo en cuenta los Estatutos de Salamanca".
El motivo, así pues, le parece a uno estupendo y que la poesía sea protagonista, un lujo. 
A los poetas invitados al encuentro se nos solicitó, además de una breve muestra de lo ya publicado, un poema sobre esta ciudad inseparable de su condición universitaria. Una difícil encomienda. 

SALAMANCA

Cuando era adolescente imaginé
que sería estudiante en Salamanca,
mi ciudad ideal desde pequeño.
Porque los sueños rara vez se cumplen,
acabé en otra esquina provinciana.
Más próxima, más triste y más al sur.
El caserón donde estudié no era
un dorado edificio en piedra franca,
ni a la universidad la contemplaban
ocho siglos de historia y de cultura.
En esas aulas no enseñó Unamuno
ni pudo uno escuchar sabias lecciones
como las que decíamos ayer.
Fue otro mi destino, sólo eso.
Tampoco he renunciado desde entonces
a pasar cuanto pude en este sitio
donde vivir parece más sencillo.
De este lugar alzado de la ruina
rescato ahora un momento memorable:
el de escuchar a Adam Zagajewski
leer sus versos en el Aula Magna
del Palacio neoclásico de Anaya.
Aquel día bajé las escaleras
con el mismo fervor con que, muchacho,
las habría ascendido hasta ese afán
de hacer Filología en Salamanca.