19.11.18

Otra noche en el Verdugo

 

Ya he aludido otras veces a la "cara de presentación" que se nos pone a quienes intervenimos en alguna o asistimos a ella como público. Tengo comprobado que se agudiza cuando de poesía se trata. La de uno en esta fotografía es de atención. A las sabias palabras de Gonzalo Hidalgo Bayal que podrán ser leídas un día de estos en una revista literaria norteña por los que no tuvieron la suerte de escucharlas la noche otoñal del pasado viernes. La sala estaba concurrida (muchas gracias, Plasencia) y todos, según creo, a gusto. 
Después del turno de Bayal le tocó a uno el suyo. Primero agradecí a algunas personas, y a los asistentes en general, su presencia allí. A Gonzalo, claro, porque "preferiría no hacerlo". A Salvador Retana, autor del primer poema del libro, en la cubierta. Sólo hay una cosa que hace mejor que esas preciosas ilustraciones: los higos secos o pasos, como decimos por aquí. De Gredos. A Álvaro "Quijote", el librero, por poner en el hall su habitual puesto de libros. Con la fidelidad de siempre. Y por elaborar, todo un detalle, un enorme panel con todas las cubiertas de mis libros. Y a Juanra, por organizar el sarao y diseñar el cartel. No me olvidé de mis editores. De Antoni Marí y de Juan Cerezo, tan entusiasta con este libro. Después, leí y comenté algunos poemas de El cuarto del siroco. Desvelé algunos misterios (de los de andar por casa). Dediqué algún poema (a papá Ía, por ejemplo, ya que mi suegra tuvo a bien acompañarme). Me felicité también por una de las sorpresas de la noche, la que me dio Javier Martín Oncina al recordarme que en Una oculta razón, y en concreto en el poema que da título al libro, ya aparece la palabra scirocco, algo que había olvidado. Como en el famoso cuento de Monterroso, cuando creía mencionarlo por primera vez, el siroco "todavía estaba allí". 
Acudieron a escucharnos, además de Yolanda y mi hermano Fernando (mi madre no pudo ir y ella sabe que se lo perdono), Puerto y Sergio, un nutrido grupo de compañeros (solos o con sus respectivas parejas), los leales amigos, un puñado de lectores (si cabe hacer este distingo con respecto al grupo anterior) y algunos desconocidos, pocos. Esto es chico. Como grande es Manolo, el padre de Álex, que no faltó. Uno de los del club, José Carlos Muñoz Bejarano, se atrevió incluso a preguntar, como el exconcejal Ángel Custodio. Por eso hablamos de un posible nuevo libro, de los últimos treinta y tantos años de poesía en Plasencia (desde aquel primerizo Territorio), de la unidad o no unidad del "siroco" (no sabemos bien qué es eso de lo "unitario") y de algunas cosillas más, como de lo peligroso que puede resultar conocer en persona al autor del libro que tienes entre manos. El narrador Jorge Ávila propuso que leyera el poema "Baño", y lo hice encantado. Un rato agradable, sin duda, al menos para mí. Como suelen decir mis compañeros de fatiga literaria, es en estos momentos cuando uno se da cuenta de que no está tan solo como piensa. Que el trabajo solitario de escribir puede ser, a la postre, un hecho social. Un ratino al menos. Por pocos, ay, que a uno le lean. Gracias.