Esta reseña se publicó ayer en el veterano suplemento "Cuadernos del Sur", del Diario Córdoba. Supe de ella por Antonio Rivero Taravillo, tan amble y atento como siempre. Muy agradecido.
POEMAS QUE SACIAN LA SED
Francisco Onieva
Aparecido en octubre pasado, El cuarto del siroco está recibiendo, desde el mismo momento de su publicación, el aplauso unánime de la crítica. El décimo poemario de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), que ha visto la luz cuatro años después de Más allá, Tánger y de dos antologías de su obra poética, está concebido de modo heterogéneo, como el propio autor reconoce en la «Notas, agradecimientos y dedicatorias»: «los poemas que componen este libro han sido escritos en lo que va de siglo, al mismo tiempo que, por ejemplo, Plasencias o Más allá, Tánger. Poema a poema, cabe precisar. Tal vez sea este mi libro menos unitario. De hecho, la ordenación es, en general, cronológica». Pese al largo período de escritura y reescritura, los setenta y cinco poemas -un número bastante más extenso de lo que suele ser habitual en él- no se resienten y tienen una profunda unidad tonal, de pensamiento y de estilo, conseguida con un lento proceso de sucesivas relecturas y correcciones.
A partir de la imagen de una estancia que, según cuenta Leonardo Sciascia, existía en las casas patricias sicilianas, en la cual las familias se refugiaban de la violencia de este viento procedente del norte de África («Un lugar recogido, a modo de refugio,/en el que cobijarse/del triste pensamiento de la muerte»), el poeta placentino construye toda una metáfora de la poesía y, por qué no, de una poética construida con humildad y honestidad a lo largo de más de tres décadas, desde aquel inaugural Territorio: una poesía reflexiva, nacida de la contemplación, que busca entender el mundo y los desajustes que lo componen, al tiempo que celebra y goza de la belleza, aunque sea efímera, de los pequeños instantes, en los que se revela la dimensión de toda existencia.
Ahora bien, este cuarto no es definido en ningún momento como un espacio cerrado. Aunque es un refugio contra la intemperie, está construido y necesita del afuera para existir, siendo, por tanto, un ámbito múltiple, en el que se funden interior y exterior.
Así, los principales ejes temáticos sobre los que se articula este diario poético, de inevitable tono confesional, en el que los poemas nacen del devenir diario y diverso que conforman el propio ser, son la fugacidad de la vida, la muerte, la melancolía, la memoria, la elegía a algunos amigos muertos -Ángel Campos Pámpano, Santiago Castelo o Fernando Pérez González-, que «nos viven» y conforman parte de nuestras señas de identidad, y la celebración de la existencia, bien sea a través de la visión gozosa de la naturaleza bien a través de la evocación de los paraísos perdidos de la infancia y de la juventud.
El rigor en la construcción y la exigencia de un escritor consciente de su oficio llevan a un discurso depurado tanto en la perspectiva y en la temática como en la arquitectura lingüística y formal de cada poema y del libro. Una magistral muestra de esta sobria contención, lograda mediante una palabra precisa y transparente, que aspira a la sencillez, es el poema «La poesía», donde afirma: «la poesía/que hoy solo se me antoja/tan sencilla/como el gesto de alguien/que da un vaso de agua/a quien padece sed».
Y en ese gesto mínimo radica la esencia de estos poemas honestos que buscan permanecer a través de la precisión y de la sencillez, emocionar al lector y acompañarlo en la construcción de una estancia donde cabe el hombre y lo que lo rodea, que es concebido como un regalo que se debe disfrutar. Poemas que sacian la sed.
POEMAS QUE SACIAN LA SED
Francisco Onieva
Aparecido en octubre pasado, El cuarto del siroco está recibiendo, desde el mismo momento de su publicación, el aplauso unánime de la crítica. El décimo poemario de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), que ha visto la luz cuatro años después de Más allá, Tánger y de dos antologías de su obra poética, está concebido de modo heterogéneo, como el propio autor reconoce en la «Notas, agradecimientos y dedicatorias»: «los poemas que componen este libro han sido escritos en lo que va de siglo, al mismo tiempo que, por ejemplo, Plasencias o Más allá, Tánger. Poema a poema, cabe precisar. Tal vez sea este mi libro menos unitario. De hecho, la ordenación es, en general, cronológica». Pese al largo período de escritura y reescritura, los setenta y cinco poemas -un número bastante más extenso de lo que suele ser habitual en él- no se resienten y tienen una profunda unidad tonal, de pensamiento y de estilo, conseguida con un lento proceso de sucesivas relecturas y correcciones.
A partir de la imagen de una estancia que, según cuenta Leonardo Sciascia, existía en las casas patricias sicilianas, en la cual las familias se refugiaban de la violencia de este viento procedente del norte de África («Un lugar recogido, a modo de refugio,/en el que cobijarse/del triste pensamiento de la muerte»), el poeta placentino construye toda una metáfora de la poesía y, por qué no, de una poética construida con humildad y honestidad a lo largo de más de tres décadas, desde aquel inaugural Territorio: una poesía reflexiva, nacida de la contemplación, que busca entender el mundo y los desajustes que lo componen, al tiempo que celebra y goza de la belleza, aunque sea efímera, de los pequeños instantes, en los que se revela la dimensión de toda existencia.
Ahora bien, este cuarto no es definido en ningún momento como un espacio cerrado. Aunque es un refugio contra la intemperie, está construido y necesita del afuera para existir, siendo, por tanto, un ámbito múltiple, en el que se funden interior y exterior.
Así, los principales ejes temáticos sobre los que se articula este diario poético, de inevitable tono confesional, en el que los poemas nacen del devenir diario y diverso que conforman el propio ser, son la fugacidad de la vida, la muerte, la melancolía, la memoria, la elegía a algunos amigos muertos -Ángel Campos Pámpano, Santiago Castelo o Fernando Pérez González-, que «nos viven» y conforman parte de nuestras señas de identidad, y la celebración de la existencia, bien sea a través de la visión gozosa de la naturaleza bien a través de la evocación de los paraísos perdidos de la infancia y de la juventud.
El rigor en la construcción y la exigencia de un escritor consciente de su oficio llevan a un discurso depurado tanto en la perspectiva y en la temática como en la arquitectura lingüística y formal de cada poema y del libro. Una magistral muestra de esta sobria contención, lograda mediante una palabra precisa y transparente, que aspira a la sencillez, es el poema «La poesía», donde afirma: «la poesía/que hoy solo se me antoja/tan sencilla/como el gesto de alguien/que da un vaso de agua/a quien padece sed».
Y en ese gesto mínimo radica la esencia de estos poemas honestos que buscan permanecer a través de la precisión y de la sencillez, emocionar al lector y acompañarlo en la construcción de una estancia donde cabe el hombre y lo que lo rodea, que es concebido como un regalo que se debe disfrutar. Poemas que sacian la sed.