25.5.19

Isabel Sánchez lee el "siroco"

Los lectores y lectoras de poesía somos, en ocasiones, muy exigentes. Le pedimos al poema que nos regale imágenes, metáforas y palabras.
Palabras que nos consuelen, que nos acompañen, que nos resuelvan dudas o que nos den respuestas.
Pero no todos los poetas son capaces de atender tantos requisitos, no toda la poesía es capaz de hacernos sentir el poema o dotarlo de la suficiente sensibilidad e inteligencia para que nos permita mirar claro, mirar lejos, mirar dentro. Pero Álvaro Valverde sí. Sus poemas son claros y sobrios, provienen de la meditación y la construcción de un pensamiento elaborado, se han gestado a base de observar con mirada perspicaz y crítica la realidad que le rodea y esto se transmite en cada uno de sus poemas. No hay engaño. Álvaro nos habla, a través de su poesía, de manera auténtica y honesta y así, acierta en la diana de nuestras emociones y nos ofrece aquello que esperábamos o necesitábamos. 
Ayer, en el molino / me bañé otra vez solo / en el estanque. / Como siempre, al entrar, aquel me pareció mi primer baño. / Como siempre, al salir, / tuve la sensación de que era el último. 
Un buen poema hay que escribirlo desde un refugio bien construido. Un refugio en el que uno ha sido capaz de rodearse de todas aquellas cosas que ha ido recogiendo en el camino, para poder así comunicar la auténtica esencia de aquello que queremos transmitir a los que van a recibirlo. Sólo así conseguiremos que algo indefinido vibre dentro de nosotr@s, como cuando escuchamos una buena música o admiramos un buen cuadro o un bello paisaje. La verdad, lo auténtico, es el mejor atuendo de cualquier obra artística, de cualquier forma de expresión. La verdad, la serenidad y la armonía: Estás sentado solo frente al valle / con un libro en las manos / que abandona a ratos / para poder mirar, / con la calma debida, / cuanto la vista alcanza (...)
Permaneces aquí / por propia voluntad: / es éste tu lugar. / Tú eres él.
Álvaro Valverde es un poeta que defiende la sencillez y la discreción como los mejores atributos de un poema. Hay cierto rechazo, desde siempre, en su poesía a lo grandilocuente, lo histriónico, al abuso de palabras rimbombantes, a metáforas rebuscadas o a imágenes excesivamente retóricas. 
Su poesía está hecha de palabras y lugares familiares, de hechos cotidianos, de personas y paisajes cercanos. Incluso, cuando habla de ciudades lejanas, lo hace con la cercanía de aquello de lo que te apropias de lo que haces tuyo para siempre. 
Su lenguaje es claro y limpio, melancólico en ocasiones, despojado de artificios y, por eso, necesario y delicado. 
La poesía, / sus elucubraciones, / los asedios / que gravitan en vano / —teóricos, abstrusos— / sobre ella. // La poesía / que hoy sólo se me antoja / tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed.
La escritura es para Álvaro Valverde ese lugar en el que poder refugiarse cuando acucian los problemas o la existencia se vuelve insoportable, un lugar desde el que contemplar el paso del tiempo y sus logros y fracasos. Un refugio construido sin muros que le permiten prolongar su mirada hacia el interior o hacia otros horizontes lejanos. 
También la muerte, que desde hace tiempo planea como una sombra sobre esos espacios, la muerte de los seres queridos y la propia muerte a la que uno se resiste con cierta tozudez serena. 
El que resiste sereno a la intemperie. / Aquél que no consigue / ni darse por vencido.
Álvaro se ha convertido ya en uno de los poetas de referencia de la literatura española actual y este cuarto del siroco, es su décimo libro de poesía. Es un libro extenso y variado. Dice su autor que «Los poemas que componen el libro han sido escritos en lo que va de siglo. […] Poema a poema, cabe precisar. Tal vez sea éste mi libro menos unitario. De hecho, la ordenación es, en general, cronológica».
Para nosotros, los que llevamos siguiendo a Álvaro Valverde desde hace muchos años y disfrutando con su poesía, es el libro que nos habla de sentimientos y sensaciones familiares con las palabras exactas que a veces, no tenemos.
“Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas” decía Juan Ramón Jiménez.
Aunque Álvaro siempre ha tenido una posición muy clara del lugar desde el que mira el mundo, ese lugar en el que vive, pasea, sueña o escribe es quizás, en este libro, donde más claros se ven sus paisajes, donde mejor podemos entender ese compromiso ético adquirido con su tierra y con los suyos. 
El cuarto del siroco era, en las casas patricias sicilianas, el refugio para sus habitantes de ese viento abrasante y agresivo. Y algo parecido sucede con la poesía, nos dice Álvaro. 
La poesía como refugio, sí, pero también como lugar en el que escondernos, en el que apartarnos del mundo, en el que sentirnos a salvo durante unos instantes. Nos escondemos en la poesía, en los libros, para huir de los vientos abrasadores y excesivos.
Entramos en este libro buscando ese escondite y a medida que avanzamos por sus páginas vamos encontrando las respuestas o el bálsamo a nuestras inquietudes. Desde el primer poema, “A modo de poética” hasta el último, titulado “Aquél”, un poema que Álvaro nos regaló para el disco Resilience, del guitarrista pacense Javier Alcántara, iniciamos un camino de transformación que sólo nos permiten hacer los buenos libros, esos de los que sales distinta a la que entraste, los que consiguen un poder transformador a partir de su lectura. 
La ciudad que nos vio nacer y la nostalgia de algunas ciudades que visitamos, los paisajes que nos salvan o los que dejaron una huella imborrable dentro de nosotros, los autores que nos marcaron, las lecturas que nos acompañaron, las meditaciones, la contemplación, la aceptación y las pérdidas, el amor y sus contradicciones, el silencio interior y la melancolía, las decisiones que tomamos y los sueños que nunca se cumplieron… 
Y al final, la serenidad que nos va dando el paso de los años o el reconocimiento de la felicidad en un instante de plenitud, la capacidad para elogiar las pérdidas y algunas esperanzas que, afortunadamente, se mantienen intactas mientras seguimos viviendo. 
El camino de la vida, en definitiva, hecho poema. 
Todo esto es, ni más ni menos, para mí, este Cuarto del siroco de Álvaro Valverde.

Nota: Este es el texto que leyó Isabel Sánchez en la presentación salmantina del libro el pasado 18 de mayo.