22.5.19

León, Salamanca...

Primera parada, León. Y bien que la agradecimos después del traqueteo entre Benavente y la capital del antiguo reino. En obras, lo que supuso un retraso considerable al tener que ir en doble dirección y sin adelantamientos posibles. Una cruz. Nos alojaron en unos cucos apartamentos de sofisticada tecnología situados en la céntrica Calle Ancha, a un paso de la catedral y a tres de la Feria del Libro. Las autoridades y sus débitos con los medios obligaron a los pregoneros, Marta Sanz y Avelino Fierro, a terminar más tarde de lo previsto. Ya se sabe que la puntualidad aquí no es norma, y eso vale para León y para Castilla y para España entera, incluida Cataluña. Ese retraso supuso que también nosotros, Tomás Sánchez Santiago y yo, empezáramos con retraso y que tuviéramos que cerrar la presentación de forma un tanto abrupta. Cosas del directo. Dio tiempo, sí, a que el escritor zamorano leyera, ya saben, un precioso texto sobre el "siroco" (y sobre mi poesía en general) que tituló con acierto "El poeta sitiado". Por lo de los sitios o lugares, tan presentes en mis versos, y por el estado de sitio (entre murallas) donde uno se ha encontrado siempre. Perdido (y solo) en su rincón. Hablé luego del libro, de su génesis (por decirlo en pedante), y leí algunos (pocos) poemas. Y con ganas me quedé, sí, de conversar un poco con quienes me escuchaban, distinguido público.
Ya se ve en las fotos de Maica Rivera que la mesa era muy alta y las sillas, ay, muy bajas. Eso y que nosotros tampoco damos para mucho, es cierto, ocasionó que uno se viera en una posición algo ridícula, como pugnando por ser visto, lo que cuadra bien con "el grotesco papelón de literato" al que se refirió Ferlosio y que no queda más remedio que representar de vez en cuando a los poetas de provincias. Y a los que no. 
Al terminar (no sin garabatear bajo la carpa las dedicatorias en un par de libros), nos fuimos a El Capricho, en la Plaza de San Marcelo, la de la Feria. Todo lo que comimos estaba muy rico (la cecina, las croquetas, la ensalada...), pero lo mejor fue la charla con el director de aquello, el editor y librero Héctor Escobar (de Eolas) y con con los citados Tomás, a mi diestra (a mi izquierda estaba Yolanda), y Avelino, enfrente, al que sólo conocía de leídas. Resultó ser como imaginaba, tal vez porque es como escribe. O porque escribe como es: "de verdad", que diría un vasco. Noctámbulo incurable, le dejamos camino de algún pub mientras el resto se recogía.
De Tomás me traje Años de mayor cuantía, novela, pongamos (como tantas obras de hoy, rompe los límites del género), con la que ha conseguido los premios Tigre Juan y el de la Crítica de Castilla y León.
A la mañana siguiente, desayunamos (bien aconsejados) en el París y emprendimos la vuelta a casa no sin detenernos, según costumbre, en Salamanca, nuestra ciudad de servicios favorita.

Y aquí, en la Plaza Mayor de Salamanca, presentamos (de momento, por última vez) el "siroco". Ofició como introductora del acto Isabel Sánchez que, más que bibliotecaria o gestora cultural o profesora o animadora de la lectura, es lectora, una de las mejores que conozco. Su presentación (anticipó, con modestia, que sólo eran sus impresiones de lectura) fue espléndida. Más páginas llenas de sentido sobre un libro que ya parecía blindado ante nuevos asedios. No, cada lector es un mundo y cada lectura amplía el vasto o pequeño universo del libro en cuestión. Es el caso. Muito obrigado. Se notó, además, que esta vez tocó presentadora, la única de la minigira, ay. No quisiera uno caer en el tópico, ni ponerme políticamente incorrecto (a qué teme ahora un hombre más), pero aprecié sensibilidad a raudales. Otra mirada. Pronto podrá leer quien quiera esas palabras. Lo merecen.
La Feria, por lo demás, no había ido bien por culpa de varias deserciones, justificadas o no. Poca cosa si se ve desde fuera, pero no para nuestra bibliotecaria, persona eficiente y responsable donde las haya. Tal vez por eso, y por la tensión acumulada tras tantos días de frenética actividad (esa es una Feria importante que llena una de las plazas más bonitas del mundo), la cosa empezó de aquella manera. Para colmo, hizo aparición el frío (por eso eché otra vez mano del chalequino), que en esas tierras altas se aprecia mucho más que en las extremeñas del norte. Lo cierto es que dentro de la carpa, y en cuanto tomó la palabra la introductora, todo fue de maravilla. Otro refugio. Cómodo, cálido, casi silencioso. La mesa baja, la silla sin ruedas, Carlos Santiago haciendo fotografías, un puñado de amigos enfrente: entre ellos, las poetas Charo Ruano y Asunción Escribano (autoras, respectivamente, de dos libros recientes: Pregúntale a Eva y Salmos de la lluvia); el poeta José Manuel Regalado; paisanos, como el matrimonio Crespo; Tomás, que bajó de El Bierzo, las fieles lectoras del club de lectura de la Torrente Ballester...
Cuando terminó aquello, preguntas mediante y el par de dedicatorias consiguientes, salimos pitando. Costumbre sagrada, ya habíamos estado tomando las cañitas sabatinas en Plasencia, con Gonzalo y María José, así que... No obstante, como buenos placentinos, paramos en Cuatro Calzadas a probar, otra bendita tradición, el jamón y el queso de la casa. Y el pan, parte fundamental del refrigerio.
En la radio, bajo esa luna inmensa que nunca deja de asombrarnos, sonaban las incesantes canciones de Eurovisión.

Nota: la fotografía superior es de Maica Rivera y la de abajo de Carlos Santiago.