28.6.19

Carta de Garrovillas


Según costumbre, ayer celebramos el último claustro del curso fuera del colegio. Este año, en Garrovillas de Alconétar. En su magnífica Hospedería. Los más fuimos en microbús. Uno, por aquello del dichoso mareo, de copiloto. 
Nadie queda impasible, ni siquiera los que ya le hemos visto muchas veces, al entrar en su Plaza; así, con mayúscula. Una de las más bonitas de España y, por eso, del mundo. De ahí que me atreviera a dedicarle hace tiempo un poema. (Uno de sus versos, por cierto, dio para título de la antología siltoliana.)
Tras la reunión de trabajo en un noble salón del antiguo Palacio de los Condes de Alba de Liste (donde fue reconocida la labor internáutica de mi compañero y amigo Jesús D. Martín), con parada incluida para degustar un sabroso desayuno en el jardín, nos fuimos a la iglesia de Santa María para ver el órgano renacentista que en esa parroquia se conserva. Que se conserva y más, pues su funcionamiento es perfecto gracias al interés de cuatro garrovillanos empeñados en rescatar el rico patrimonio artístico y cultural de esa villa. Hasta este pueblo un tanto perdido, pero que impresiona al visitante por su empaque, llega de vez en cuando el organista italiano Francesco Cera para grabar sus discos
Cuando supe del viaje a Garrovillas, pensé de inmediato en el instrumento (que al parecer va a ser reconocido como Bien de Interés Cultural) y me puse en comunicación con uno de esos paisanos inquietos que mencionaba antes, extremeño de pro, académico de la Extremeña y alma del Club Senior de Extremadura, José Julián Barriga Bravo, un hortelano impertinente (como titula su blog), que, a su vez, me puso en contacto con nuestro amable guía (otro de los cuatro), Pedro Dómine. Todos quedamos impresionados, y eso que no pudimos escucharlo. Gracias.
Antes de sentarnos en un lateral de la plaza porticada, donde la ola de calor no se notaba, para tomar unas cervezas, tuvimos tiempo de entrar en el coqueto Corral de Comedias, otro ejemplo de que en este pueblo las cosas se hacen bien. 
La comida, sofisticada y amena, volvió a resaltar que esa Hospedería merece de sobra parada y fonda. Por si hubiera tiempo, en el zaguán (me da no sé qué decir hall) hay una estantería con libros de la Editora. De los que vi, ajados por el uso (una alegría), recomendaría el emotivo, crudo diario de mi querido José Antonio Gabriel y Galán. 
Ya de nuevo en el jardín, algunos se tomaron unas copas, una compañera se bañó en la piscina y, en cuanto apareció Pedro, otros cogimos el camino de vuelta.
Once cursos lleva uno compartiendo trabajo con gente estupenda, profesionales como la copa de un pino, y los que quedan, si Dios quiere (vieja expresión que le escuche pronunciar a Dómine cuando nos despedimos después de concretar nuestra cita). ¡Así cómo voy a querer jubilarme!