21.1.20

Mujeres, hombres (y viceversa)

1. Ya he comentado aquí más de una vez que leo poesía sin que me importe en absoluto quién la ha escrito, si un hombre o una mujer. En ocasiones, al leer, eso se nota (o se hace notar) y en otras, no. Sí, la firma al pie del poema o del libro delatan el género, pero, insisto, a uno eso le da igual O es poesía o no, y punto. Lo digo porque, en alguna ocasión, alguien, a favor de estos insidiosos y dictatoriales tiempos de la corrección política y del feminismo a ultranza, ha tenido la desfachatez de acusarme de lector o crítico escorado, digamos, hacia los poetas, cuando, en rigor, no es cierto. Con la cantidad de libros escritos por mujeres que se publican ahora, eso ya es estadísticamente imposible. Buena prueba de mi inclinación natural hacia la poesía, pongamos, femenina es este puñado de libros que me han sacado estos días de un llamativo bloqueo lector que me tenía, por inédito, asustado. Lo achaco a la considerable cantidad de libros que siguen llegando a esta casa. Libros, uno a uno, deseables y hasta maravillosos, no me cabe duda, y que agradezco recibir, pero que, sin embargo, puestos uno encima de otro acaban por formar un muro de papel capaz de desanimar al más borgeano. Con todo, no sin esfuerzo (¿cuál sí, cuál no?), he logrado disfrutar de, por ejemplo, dos libros editados, con el primor que acostumbra, por papelesmínimos (de Imanol Bértolo), esto es, Camuflaje, de Lupe Gómez (traducido por Antón Lopo del gallego), y Poemas de la izquierda erótica, de la guatemalteca Ana María Rodas. No tengo tiempo de reseñarlos, pero, como del resto de los que voy a mencionar, al menos daré testimonio de su alta calidad. 
La aldea, el campo, la madre y la infancia son protagonistas del primero, de tono cercano, melancólico, autobiográfico e intimista. Allí, en la Galicia profunda, que viene a ser la España real en cualquier parte. Y digo España pero debería decir el mundo. Lo universal que toda poesía que lo es instaura.
En el segundo, Rodas despliega todas sus armas de mujer para ofrecernos un libro (publicado por primera vez en 1973, pero que no ha perdido un ápice de frescura) descarado, genuino, erótico, verdadero y, al cabo, sorprendente. Un gran libro, sin duda, adelantado a su tiempo (más si tenemos en cuenta su lado ultramarino) y que demuestra que en la poesía "femenina" (a pesar de lo que digan algunas) estaba casi todo inventado. Un vendaval, este de Rodas. 
Distinta en todos los sentidos me parece la poesía de Emma Villazón, boliviana y muerta prematuramente. Dos libros y un tercero póstumo e inconcluso conforman su obra completa. Lumbre de ciervos se reedita, seis años después de su primera edición, en otra elegante editorial, Ultramarinos, en una selecta colección que dirige el poeta Unai Velasco, la misma donde se publicó el libro de Xaime Martínez que ganó el Nacional de Poesía Joven el año pasado. 
Poeta elíptica, que diría Zagajewski, lo hermético juega con lo real en una interesante partida donde la densidad lingüística se alía con el más sugerente misterio. No, no siempre se llega a la comprensión, si es que en poesía este término resulta pertinente. Lo que sé es que, a pesar de esa dificultad, los versos de Villazón te atrapan y sus intermitentes iluminaciones te compensan, por nítidas y poderosas. A uno con el poema "Parlamento" le habría bastado. Y con la carta de M. Tsvetáieva a R. M. Rilke que se reproduce en la página 36: "Te conviertes en poeta (si acaso es posible convertirse en él, si no se es desde el nacimiento), para no ser francés o ruso, para ser —todos. En otras palabras: tú eres poeta porque no eres francés".
Por cierto, también en Ultramarinos se publica la segunda entrega de la Poesía reunida de la también gallega Chus Pato, en traducción de Gonzalo Hermo, uno de los jóvenes poetas más acreditados en la preciosa lengua de Rosalía.
La bejarana Yolanda Izard ganó con Lumbre y ceniza la última edición del premio Miguel Hernández. Publica el libro Devenir (la veterana colección fundada por Juan Pastor). 
"A veces pienso que la poesía me ha abandonado", escribe. No lo creo. Este libro lo demuestra. Ahora que tanto se lleva la figura del padre, tanto en narrativa como en poesía, con resultados logrados y con algún ejercicio penoso que prefiero no señalar, Izard titula la segunda parte "Mi padre". Ahí están acaso los mejores poemas del conjunto. Reflexiona sobre la poesía, más misterio para el poeta que para nadie. Evoca su mundo familiar perdido. La luz de la felicidad y la sombra de la tristeza. Me gusta, por elegir, su "Me acuerdo" o el homenaje a Celan y a otros líricos cadáveres.
Otro libro exigente, hondo y gustoso, publicado en la bonita colección La Gruta de las Palabras de Prensas de la Universidad de Zaragoza (que dirige Fernando Sanmartín), es Derivas (qué cubierta tan sugerente, por cierto), de la periodista radiofónica Lara López.
Un viaje a Grecia (que siempre es más que eso), al paisaje y al mito, con aires de diario (las notas a los poemas dan pistas), centra, se podría decir, una indagación acerca de la vida donde la observación, mediante la mirada meticulosa de los detalles, ofrece al cabo esas claves existenciales que el lector asume como propias. 
Dejo para el final otra pequeña joya: las Rubaiyat de Omar Jayam que, a partir de la edición de 1859 de Edward FitzGerald, Victoria León ha traducido (pura poesía) para Reino de Cordelia (que dirige el periodista leonés Jesús Egido), y que va ilustrada con dibujos de Willy Pogány (como el que ilustra esta entrada) y con prólogo de Luis Alberto de Cuenca.

¡Llenad la copa, entonces, y os diré nuevamente 
que el tiempo se desliza veloz bajo los pies! 
No ha nacido el mañana. El ayer ya está muerto. 
Pero, ¿qué ha de importarnos, si es tan dulce el ahora?"