24.2.20

Hombre, mujeres (y viceversa)

2. La pila de libros leídos va creciendo tras el desbloqueo. Los tengo a mano, cerca de la mesa donde escribo. Entre ellos, por ejemplo, Y de pronto Rimbaud, del veterano poeta y editor (amén de traductor) Jesús Munárriz, que aparece en Renacimiento, un libro lleno de fuerza y de verdad que viene a desmotar el mito del joven poeta que precisamente el francés construyó. "Versos, tenemos muchos; tú, vida, sólo una".
Pablo Fidalgo vuelve a sorprendernos con Anarquismos & Daniel Faria, que publica, con la exquisitez acostumbrada, papelesmínimos. "Todas las obras buscan su lector perfecto", leemos en el epílogo del segundo texto. Y todos los poetas, cabe parafrasear, quien sepa imaginar su retrato más fiel. Eso consigue el gallego, asentado en Lisboa, con uno de los mejores poetas portugueses (y, por ende, europeos y universales) de todas las épocas. Ese segundo, extenso poema en tres movimientos es, según creo, de lo mejor que ha escrito Fidalgo. 
Enrique Baltanás es tal vez un poeta secreto. Acaso cada vez más. En la discreta editorial Cypress ve la luz Esta sombra que fui. Sin sorpresas, con la cadencia habitual, serena y sentenciosa, tocada de una luz melancólica, el sevillano medita sobre el paso del tiempo, el amor ("Pero qué somos / si no somos amor."), la poesía... "Ante todo, prohibido que vayas de poeta", escribe en "Manifiesto". Pues eso. Dicho y hecho. "Yo sólo soy un hombre que pregunta".
Lorenzo Oliván ha entregado a la colección La Gruta de las Palabras (que dirige Fernando Sanmartín para PUZ) un librito precioso, Tres movimientos. "Segundos vértices", lo subtitula. No sabemos muy bien, ni falta que hace, dónde termina la poesía y empieza el aforismo, o viceversa. Lo que sí sé es que en estos brevísimos poemas se condensa la mejor poesía del de Castro Urdiales. "Aprende de los ritmos de la luz / la naturalidad / con que unas veces pierde / y otras conquista". Formas sintientes. 
Otra colección memorable, Vandalia, que dirige Jacobo Cortines para la Fundación José Manuel Lara, sigue apostando por libros de poetas novísimos o de esa promoción. Como Arquitectura oblicua, de Jaime Siles, donde el valenciano reúne un amplio número de poemas donde la muerte y, antes, el balance de una vida, tienen un peso sustancial. Y ello con versos rimados y largas composiciones discursivas, ligeros unos y densas las otras, donde, ya digo, se hace alusión a asuntos sustanciales que tienen que ver con la existencia de cualquiera.  
De una promoción posterior, la de los 80 o de la Democracia, es Juan Cobos Wilkins, del que he leído, con cierto retraso, Matar poetas. Reconozco que su lectura me ha conmovido. Más allá de su llamativo título y de su estructura formal, nada al uso, con poemas doblados de cara y cruz en los que sobresale la potencia de su lenguaje, me ha interesado la carga de verdad que contienen. Su contenido desgarramiento. Como en "Intento explicarme mi suicidio".
A estas alturas de la vida uno, como lector (y, por tanto, como persona) sólo espera eso en los versos de otro: verdad. Y es lo que he encontrado en los de Wilkins y en los del resto de poetas y libros que vengo nombrando. Aseguro que no es poco.
También se me quedaba atrás el último libro de José María Jurado García-Posada, Herbario de sombras, hermosamente publicado en una de las editoriales más cuidadosas del panorama, Los Papeles del Sitio, que dirige Abel Feu. Con regustos barrocos, andaluz por los cuatro costado (o sevillano, puestos a precisar), el tono clásico de la poesía de Jurado es inconfundible. Sí, poesía culta, pero sin culturalismos, serena y sosegada, elegante, de emociones contenidas, meditativa y sugerente, de la memoria y del tiempo. De la luz, además, por más que este "herbario" proyecte también sus "sombras". Su rico lenguaje se paladea como si de un buen aceite o de un vino exquisito se tratara. No faltan -ahora se pronuncia el placentino que lee- ni la evocación del campo extremeño ni los recuerdos del paso del poeta por Cáceres. "Y, así, entre los inciertos anaqueles de la vida, vamos acumulando pliegos para un herbario de sombras", escribe Jurado en la acotación que lo abre.
Porque de prosa también se vive, un par de menciones. La novela, por llamar al libro de alguna manera, Los cuerpos partidos, de Álex Chico (Candaya), otro ejemplo de literatura "verdadera", a la busca de la memoria de su abuelo emigrante (y mucho más, pues, en tono ensayístico, no deja de ser una nueva indagación sobre la noción de lugar trufado de citas que conviene retener), y Enfermos antiguos, de Vicente Valero (Periférica), en la estela de Los extraños (también de Las transiciones Duelo de alfiles), donde el poeta ibicenco vuelve a los territorios familiares de la infancia, siempre en el ámbito particular y cerrado de su isla natal. Por hipocondriaco, tomé con cautela una lectura de la que he salido, por muchas razones, fortalecido y más sano. Destacaría la todavía no demasiado explotada vena humorística de Valero (léase el capítulo 11), porque de lo bien que escribe ya teníamos sobrada noticia.