1.5.20

Ya en mayo (apuntes)

Cuenta mi madre que un 1 de mayo, debido al intenso calor, los placentinos huyeron a las orillas del río Jerte para refrescarse. Hoy ha amanecido nublado y llovizna. Se anuncian, eso sí, temperaturas muy altas para los próximos días. 
Dudo si saldré de casa, ahora que nos han dado permiso para hacerlo. Sería, en todo caso, a primera hora de la mañana. No me gusta pasear por la tarde si no es temprano, después de comer, que es, para mí, el mejor momento, salvo en verano. Si hay que salir con guantes y mascarilla... Y luego al llegar... En fin. Y total para estar fuera un ratino y no alejarse más de un kilómetro. Habrá que consultar Google Maps. No camino con el móvil encima.
Qué situación. Desconcierta "esta vida en suspenso" (Doce dixit), lo que me recuerda un poema de A debida distancia, el que cerraba el libro, inspirado en un viaje a Nápoles, que titulé "El canto suspendido", un rótulo robado al compositor italiano Luigi Nono, de su cantata "Il canto sospeso", aunque nada tenga que ver con ella.
La lectura me ayuda a salvarme de la confusión. Y escribir sobre lo que han escrito otros. Sigo sacando adelante reseñas. Es lo único que puedo hacer, aunque algún verso, qué remedio, también se me haya escapado. Poca cosa.
Lo demás, cartas que van y viene con unos pocos amigos y alguna esporádica charla telefónica. (Lo confieso: no me gusta hablar por teléfono. No sé.) Fija, la de cada día con mi madre. Cada vez más corta. Me anima su estoicismo. Resignación, diría ella, un término menos pagano. Su conformado aguante. Ayer me comentaba que no tiene ninguna prisa por salir. ¿Vamos a saber hacerlo?
Esta semana tendría que haber presentado en La Puerta de Tannhäuser No se puede mirar (y otras estampas), de El Roto (Reservoir Books), lo que me hacía mucha ilusión, y en la Feria del Libro de Plasencia, Porque olvido, que me hacía menos. La anterior hubiéramos estado en la de Cáceres. Pronto, iríamos a la de Salamanca. Otra vez será.
Al menos ya somos tres en el encierro. Se ha unido a nosotros nuestro hijo Alberto, que estaba confinado en Cáceres. Viajó sólo en un microbús desde allí. En medio de un paisaje apocalíptico. Con lo que uno ha odiado siempre las películas de catástrofes futuristas.
Ahora las conversaciones son más extensas. Y las sensaciones y los afectos más intensos. Aunque su madre le tenga en cuarentena.