8.6.20

Una carta

Para Salvador Retana, que la escribe

Solo, como quien dice a la intemperie, me he encerrado en la casa de Gredos nueve días. Ha sido como aislarme en un confinamiento que está dentro de otro. He visto el aislamiento desde fuera. Una experiencia, bien lo sé, de las que justifican el sentido final de toda vida. Fue duro soportar esa clausura que elegí libremente. En medio de tormentas de esas que en la sierra parecen presagiar el fin del mundo. Cayeron granizadas y agua a mares y un viento impetuoso que ululaba con un sonido propiamente humano. Padecí noches sin luz y tampoco tenía cobertura para comunicarme con los míos. Comí poco por alargar mi estancia.
Cuando escampaba, atendía a los quehaceres pendientes. He dejado plantada la huerta. Realicé otras labores de urgencia. Hay hierba en todas partes, también en el tejado.
He leído y pintado a diario. Un sólo tema: la montaña que tengo justo enfrente del estudio. Ella, mi Sainte-Victoire; yo, su Cézanne. Como un pequeño Fuji en Gredos. Un libro de acuarelas, como un mantra, como una larga serie de secuencias —fijas, meditativas— en las que veo aparecer y desaparecer el monte entre la niebla. Matices interiores, personales, de mi estado de ánimo.
Conmigo, eso sí, mis dos mastines. Otra experiencia. Llevaban ya solos una quincena y con poca comida. Cada día, a mi modo, conversaba con ellos. Recordaba el diálogo de Cipión y Berganza. La humildad, que es la madre de todas las virtudes. Y nosotros, los hombres, nuestra altiva soberbia. Cuando hay tormenta, los animales tienen miedo. No se separan de casa y de mí. Al final de esos días, para ellos felices, se quedaron muy tristes.
Ya de vuelta, estoy impresionado por esta situación en que vivimos. Mirarnos a distancia, ver el mundo, la turbia realidad de cada uno. Por momentos, yo también he sentido tristeza. Lo que tú no percibes cuando estás dentro de ella. Allí, en esa soledad y ese silencio que no rompen siquiera la presencia y el canto de los pájaros. No sabía cómo volver. Vivir con uno mismo es complicado, igual o más que hacerlo con los otros. Nos conocemos poco y mal. Se acumula en la vida de cualquiera demasiado tiempo muerto. Se ve que andamos por el mal camino. Nos hemos olvidado del origen. De las cosas menudas. De la naturaleza. He meditado mucho en ello. En el fondo, hemos perdido el norte. El ritmo, la armonía, la serenidad.

Nota: Este poema en prosa, digamos, se ha publicado en la cuarta parte de la antología Pándémica, terrestre, infernal, en torno al confinamiento que hemos padecido. Se viene publicando, coordinada por César Iglesias, en la revista asturiana El Cuaderno
La ilustración es de Salvador Retana, de la serie de la que se habla en el texto.