16.9.20

Carlos Alcorta lee "Porque olvido"



    Todo diario es una lucha contra el olvido. Dejar constancia no solo de lo sucedido día tras día, sino de los pensamientos que han suscitado determinados acontecimientos, es una labor ardua, propia solo de quienes poseen la virtud de la perseverancia —en realidad, también son proclives a llevar un diario ciertos ególatras que viven en la certeza de que cualquier cosa que (se) les ocurra es digna de ser contada, pero este no es, evidentemente, el caso— y de quienes tienen la experiencia y el oficio necesarios para saber contarlo, porque, al menos en el caso que nos ocupa, la vocación de estas anotaciones no fue la de quedarse en el anonimato, sino la de ver la luz con la suficiente inmediatez como para que los hechos narrados pudieran ser, cuando de actos públicos se trataba, constatados y contados sin los filtros que pone a disposición del escritor la memoria. Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) nos dice que fue «incapaz de mantener un diario con la debida asiduidad y la obligada exigencia hasta que el 2 de mayo de 2005 [inició] la publicación de un blog en Internet». Ese blog que echó a andar hace ahora ya quince años es el origen de este Porque olvido, título que procede de un verso del primer libro de nuestro autor, Territorio. Valverde nos informa además de que, a la hora de publicar estas anotaciones por métodos tradicionales, es decir, en el formato de libro impreso, apenas ha corregido nada: «Alguna errata, ciertas frases, varios nombres…», aunque también nos avisa de que dicha publicación no reproduce con exactitud lo escrito en el blog: «He dejado fuera todo aquello que queda al margen de lo, digamos, más personal […] Se trata, ya se dijo, de una muestra selectiva» y en esa muestra caben un sinfín de posibilidades, desde las lógicas reservas que provoca un  empeño como este, que requiere una fidelidad y una constancia admirables: «¿Seré capaz de llevar el diario que nunca fui capaz de llevar?», se pregunta Álvaro Valverde al inicio de estas páginas. Ahora sabemos que sí, que esa obligación autoimpuesta de dotar de contenido al blog, con el paso del tiempo, fue conformando un corpus de notable envergadura. En ese corpus tienen cabida, como objetos en el tinglado de un chamarilero, toda clase de comentarios, desde los que suscita la lectura de un libro —son muchos los que desfilan por estas páginas: Marca de agua, de Brodsky, por ejemplo— a los que surgen a partir de un viaje, sea al remoto país del pasado o a algún otro lugar más cercano tanto en el tiempo como en el espacio. Así, el viejo molino con su mastín, al que teme no regresar, el Cementerio Alemán de Yuste, Salamanca —el café Novelty—, Gijón —el Dindurra—, Monfrague y, por supuesto, Plasencia. Otra cosa son los viajes por motivos estrictamente laborales, la cantidad enorme de horas pasadas con las manos al volante, horas que dan para una meditación y una observación, alimentarán posteriormente las páginas de su diario. Como es lógico, en las entradas de este diario —de lo contrario, sería un dietario— abundan las reflexiones sobre el paso del tiempo, sobre las veleidades del éxito, sobre política o sobre los aspectos más comunes de la cotidianidad, como esta, escrita con cierta ironía: «A estas alturas de mi vida, su hay algo que no soporto son los malos modos. O la falta de buenos modales», que comparto a pie juntillas.
     No falta en estas cuatrocientas páginas la trágica enumeración de amigos que se va llevando el río del tiempo. Fernando Pérez, director de la Editora Regional; BV Carande, Julián Marías, Gloria Castelao Villanueva, su mecánico, un compañero en labores profesionales como Tomás García Verdejo, el pintor Francisco Palazuelo, el poeta Ángel González, el poeta Antonio Cabrera o el también poeta y amigo íntimo de Álvaro, Ángel Campos Pámpano («le admiré siempre como agitador cultural, sí, pero más como poeta») y un largo etcétera que con su desaparición dan fe de vida a quien escribe y a quien lo lee. «Bien sabemos —afirma Valverde—que la vida es una línea sucesiva de renuncias, una reunión de derrotas». Los actos públicos, casi siempre relacionados con asuntos culturales, ocupan también su buena porción de espacio. Actos que son descritos con la minuciosidad propia de quien observa desde un lugar privilegiado, no solo resumiendo las aportaciones discursivas de los anfitriones, sino haciendo alusión a todos aquellos asistentes con los que mantiene alguna relación ya sea profesional, de admiración o amistosa, y es que Álvaro Valverde hace gala de una amistad inquebrantable a lo largo de los años a ciertos amigos como Gonzalo Hidalgo Bayal, Miguel Ángel Lama o Jordi Doce, por citar solo unos pocos. No escatima tampoco opiniones sobre la poesía — «Mi poesía es como yo, solitaria. Busca en la naturaleza, sobre todo, la soledad. Es el perfecto ámbito del retiro, ese asunto tan extremeño» y es que la naturaleza es considerada por nuestro autor el ámbito perfecto para sentir con plenitud el rumor de la existencia: «Me gusta frecuentarla para dar paseos. Visitarla para leer y, cómo no, para descansar», escribe— y los poetas —«Siento una debilidad por los poetas y novelistas por antonomasia; por los que se autoproclaman genios incomprendidos en su negra provincia de Flaubert; por los independientes que, eso sí, publican sus libros gracias a las subvenciones públicas de ayuntamientos, diputaciones y autonomías…..». Más adelante, renueva sus debilidades: «Siento debilidad por los poetas que se compran camisas en Katmandú; por los feroces y del extremo que posan con traje de chaqueta y corbata…, por los marginales y libertarios que ganan becas y ayudas de la Administración…; siento, en fin, debilidad por los poetas de “lengua radical”, cuya poesía no radica precisamente en la lengua». Como se ve, en esta enumeración irónica, no deja títere con cabeza, porque, si nos atenemos a los distintos grupos que conforman sus debilidades, prácticamente abarcan el espectro poético de nuestros lares, aunque, a veces, la prudencia le aconseja administrar la beligerancia y mantenerla a raya, en una especie de limbo escrito: «Como escribir tiene algo de terapéutico, a veces basta con expresar tal o cual opinión para quedarse a gusto. Publicarlo ya es otro asunto. Más delicado. El silencio es un arma poderosa. A veces, más que la palabra». El volumen está también plagado de aforismos, no propiamente dichos, sino entresacados de sus enjundiosas reflexiones. Y es que «La poesía no es complicada, es compleja, como la vida». Como digo, son cuatrocientas páginas plagadas de hechos minúsculos pero relevantes en su vida, de anécdotas y circunstancias de carácter más social, pero que intervienen también en la formación del carácter del escritor, de impresiones y opiniones y ,sobre todo, de una atmósfera poética muy similar a la envuelve su poesía, quizá porque, en el caso de Álvaro Valverde, no exista mucha distinción entre los géneros literarios se enfrente a cualquiera de ellos con idéntico ánimo, con idéntico rigor, ese que nos hace adentrarnos a sus lectores en sus páginas sabiendo que vamos a encontrar fragmentos de la vida de un hombre descritos con mesura, con sobriedad y con las gotas exactas de pura esencia poética.