22.11.20

Colinas o la poesía del fervor

La poesía de Antonio Colinas (La Bañeza, 1946), reconocida con premios como el Nacional, el de la Crítica o el Reina Sofía, se reunió en Obra poética completa. 1967-2010 (2011). Después, además de algunas antologías, publicó Canciones para una música silente.
En Memorias del estanque (2016), un libro que complementa a En los prados sembrados de ojos (donde ya aparecían poemas recogidos aquí), escribía Colinas: “Es necesaria la evolución para decir cuanto debemos decir, sintiendo y pensando a la vez. La poesía como vía de conocimiento”. Así, aunque esta nueva entrega sigue la senda de las anteriores (en especial de las cinco últimas), siempre fiel al humanismo y a la búsqueda de la armonía que siempre la ha caracterizado, se aprecian cambios en una poética asentada y personal como pocas del panorama. Por contraste quizá: Oriente y Occidente, el origen y la universalidad, la narratividad y el lirismo, la realidad y el ensoñamiento, la luz y la sombra, la conciencia (consciente) y lo alucinatorio, el ascenso y el descenso, el cielo (estrellas, firmamento) y la tierra (isla y piedras: Ibiza y el noroeste castellano y leonés), etc.
La unidad viene dada no sólo por la voz, sino también por la “realidad profunda” que intenta mostrarse en consonancia con los versos de Machado: “el alma del poeta / se orienta hacia el misterio”. Una visión propia de alguien que contempla el mundo con “ojos de piedad”. Al encuentro de la “expresión esencial” mediante la soledad, la serenidad y el silencio. “En la oscuridad / (en mi oscuridad), / veo sin ver / y encuentro / sin buscar”, leemos.
Seis partes (que podrían ser otros tantos libros) componen el volumen. La primera es una vuelta a los orígenes, a sus raíces. De nuevo remito a “Un valle, dos valles”, el epílogo de sus Memorias. Léase “La estrella final”: “¿Por qué te fuiste tan lejos / si la meta final estaba aquí, / en el lugar del que partiste”. Allí, la infancia: “Solo eres el niño que fuiste”. Las “ruinas fértiles”. Sitios como el huerto frayluisiano de La Flecha, Tábara (León Felipe y “la piedra humilde”), la sierra cordobesa de su adolescencia (y Góngora)... Y otros símbolos: la fuente, los álamos, la calzada, el río, la casa, el castro, las montañas, el bosque, la encina... Y maestros: santa Teresa, Azorín y Rubén Darío.
Al Extremo Oriente (uno de sus pilares filosóficos y literarios) dedica los poemas de la segunda parte. Se sitúan en India, Corea y China. Mezclan lo reflexivo con anotaciones de un diario de viajes. Homenajea a Tagore, Li Bai o Wang Mian (en forma de monólogo dramático).
En la tercera, escrita en Formentor e inspirada en los paisajes del pintor modernista Anglada Camarasa, dialogan dos islas mediterráneas: Mallorca e Ibiza.
Como en el resto del libro, los poemas extensos, discursivos, llenos de preguntas, meditativos o metafísicos (sin desdeñar lo ensayístico). Versos que fluyen de una inspiración que adopta a rachas un tono surreal y en los que afloran palabras compuestas: “luces-lágrimas”, “amor-ciervo”, esquirlas-rubíes”, etc.
Un epistolario inacabado ocupa la cuarta parte. Pound y Eliot, la romana Villa Torlonia, una ladera en Toscana, el último naufragio de Shelley, el Tera (su primer río), el padre y los cuentos de Andersen, canciones para sus hijos (Clara y Jandro) y María José, su mujer, personal capital en su vida, dedicataria del libro: “¡Y la inefable infinitud de amar!”
Precisamente la mujer, símbolo coliniano, centra la quinta parte, acaso la más enigmática. Donde leemos, por cierto, el poema “Un ruego para tiempos de pandemia”.
“Tres poemas mayores” conforman la sexta. Sus temas: la música (la de su juventud en Milán), Cervantes (en su noche final) y la “eterna dualidad”: palabra y silencio, una meditación en Arabí.
Recuerda Colinas que la poesía es un don, pero también “un constante y firme ejercicio de la voluntad”. De ahí su perseverante “peregrinación” hacia el “poema sagrado”.   
 
En los prados sembrados de ojos
Siruela, Madrid, 2020. 162 páginas. 20 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital asturiana El Cuaderno