Con motivo de la concesión del Premio Cervantes al poeta valenciano
Francisco Brines (1932), la editorial Pre-Textos ha tenido la feliz idea de
dedicarle, a modo de homenaje, una antología con un puñado de poemas suyos: Desde Elca. En la
colección más bonita de la casa: La Cruz del Sur. Al decir “casa” no puedo por
menos que elogiar el preciosa viñeta de Joan Millet (“Elca”) que luce en la
cubierta con la casa de la partida de Elca (nombre por el se conoce ese sitio),
cerca de su natal Oliva. Dentro aparece en una fotografía que, blanca en la
luz, muestra aún mejor lo imponente que es.
El libro lleva un breve prólogo para la ocasión firmado por el periodista
Fernando Delgado, “Aquello que Brines me contó”, donde rememora una entrevista
que le hizo en la revista Insula. Allí reconocía a Marcial y Catulo
como dos cercanos contemporáneos y decía que “sólo si nos aceptamos desnudos a
nosotros mismos podremos aceptar a los demás”. Y hablaba de la ética y de que “nunca
me ha preocupado la originalidad y no he movido un solo dedo por encontrarla”.
Delgado, en fin, le agradece que nos haya “inventado un mundo”.
Viene después un texto sustancioso del propio poeta, escrito con una prosa
nada común, que se basa en una conferencia pronunciada en 2008 en Barcelona. Me
recuerda la sutil, lúcida y extraordinaria poética que abría la antología Selección
propia (Cátedra, 1984), que luego rescató en Poesía y collage (Renacimiento,
2019), donde encontramos perlas como estas: “El lector no es el autor del
texto, pero sí lo es del poema, quiero decir, de ese texto transformado por él
en emoción”. “Se necesitan, pues, un autor y un lector, ambos capaces de crear
la poesía, cada uno desde su propio lugar”. De ahí, añade, que “los poetas no
dejen nunca de ser lectores”.
Más adelante afirma: “El asombro que en la adolescencia era para mí la
poesía es ahora revelación”. Y matiza: “que no viene de fuera, sino de mi
interior secreto y oscurecido”. Y sigue: “La poesía no es un espejo, es un
desvelamiento. En ella nos hacemos a nosotros mismos. No buscamos reconocernos
en ella, sino conocernos”.
Desde la experiencia, destaca que “la poesía posee una ética que ayuda al
lector a ser un mejor ciudadano”. Brines concibe el poema “como un instrumento
ético” que propicia una “lección de tolerancia”. La que le dieron sus padres “al
aceptar mi vocación de poeta”
“En la oscuridad de la escritura -leemos-, misteriosamente, todo se aclara
y se fija”. Y: “La crítica del lector es importante, pero aún más es su
intuición. Para Eliot la sobrepasa”. Luego matiza: “La labor crítica en la
creación es tan importante como la intuitiva, ya que si esta es la condición sine
qua non de la facultad creadora, sólo la primera, la crítica, hará
posible su validez”.
Termina reconociendo que ha recibido con “emoción y enorme gratitud” el
Cervantes. Y que conoció la noticia en Elca, “donde transcurrió lo mejor de mi
infancia, desde el lugar donde me dispuse a contemplar con sosiego y temblor,
la vida y que para mí ha llegado a simbolizar el espacio del mundo”. “Un
territorio se convierte en lugar en el momento en que le otorgamos unas
posibilidades afectivas, y ese proceso siempre reclama la mirada del otro”. Y
concluye: “Elca, el lugar donde se han cruzado todas mis edades”.
Muchos de los poemas seleccionados para la antología tienen ese “lugar”.
Desde el título a veces: “Espejo en Elca”, “Elca”, “Elca y Montgó” y “Lamento
en Elca”. Y en el verano, basta con el leer “Los veranos”, uno de los más
logrados de Brines, como otros que se recogen también. Sigo quedándome con los
de la serie inglesa de Palabras a la oscuridad (Mere
Road, pongo por caso). O con ejemplos como “La última costa” (el que
cierra el volumen), “Desde Bassai y el mar de Oliva”, “El otoño de las rosas” o
“Epitafio romano”, por mencionar sólo unos pocos.
Lo mejor, acaso, de la muestra son los inéditos que incorpora. De ese libro
ya anunciado: Donde muere la muerte, título de uno de los siete
poemas que se adelantan. Por lo leído, no va a ser un libro cualquiera. Eso en
Brines es impensable, lo sé, su rigor y capacidad autocrítica le avalan. Pero
podría uno estar tentado de pensar que a cierta edad... Nada de eso. Son poemas
a la altura de su más elevado listón. Impresionantes, si se me permite el
exceso. Me refiero a “Reencuentro”, “El último viaje”, “El testigo”, “El vaso
quebrado”, “Las últimas preguntas”, “Mi resumen” y el citado “Donde muere la
muerte.
No voy a entrar en más detalles. Ni acerca del contenido de estos poemas ni
de la poesía de Brines en general. Remito al lector curioso al artículo (“Francisco
Brines, el sueño de una luz que nunca cesa“) que publiqué en El Cultural cuando
le concedieron el galardón más importante de las letras hispanoamericanas.
Después de leer y releer su poesía, me parece más merecido que nunca. Llámenlo
fervor.
Desde Elca (Antología)
Francisco Brines
Prólogo de Fernando
Delgado
Pre-Textos, Valencia,
2020. 128 páginas. 15.00 €
La casa del poeta en Elca |
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.