11.3.21

Un neoyorkino de Toledo


María José Muñoz García, coordinadora del suplemento cultural del diario ABC Artes & Letras de Castilla-La Mancha, explica en el epílogo de Adiós, Toledo cómo empezaron las colaboraciones de Hilario Barrero en sus páginas. Esos "recuadritos", como los denomina este toledano (1946) que vive desde 1978 en Nueva York, y más concretamente en el barrio de Brooklyn, se reúnen ahora en un libro que publica Newcastle Ediciones. 
Quienes hayan leído los poemas del autor de Libro de Familia o Educación nocturna o las prosas de sus diarios (Días de Brooklyn, Nueva York a diario y Prospect Park, entre otros) volverán a encontrarse con el hombre que, a pesar de los años transcurridos y de la distancia, sigue añorando la ciudad donde nació y de la que salió un buen día desesperado por su agobiante cerrazón. Por eso, esta recopilación de relatos y apuntes podría haberse titulado Hola, Toledo. El del Corpus (rememora su honrosa condición de pregonero de esa fiesta mayor), el del barrio de Santo Tomé donde pasó su infancia, el de los árboles (talados o no) de Zocodover, el de El Greco, el de la madre... Y siempre en diálogo con la ciudad en la que reside desde hace tantos años con el amor de su vida, siempre discretamente a su lado. No hay día en que algo que sucede allí no sea motivo para la comparación con algo de lo ocurrido aquí. Cualquier detalle le permite evocar un recuerdo ("El recuerdo es como un enemigo que está siempre en guardia"), que se active la memoria y regrese lo que, en realidad, nunca se ha perdido. "Y es entonces cuando sabes que no te has ido nunca del lugar en que naciste". Lejos de la Ciudad Imperial, pero tan cerca. 
En el libro se mezclan con naturalidad la arquitectura neoyorkina de Gustavino y el Domingo de Ramos, la Zona Cero con Marañón y Urabayen, los toldos toledanos y Lorca en Columbia... 
Y aparece el sufrido profesor universitario ya jubilado, el paciente del oftalmólogo y el que se duele de la espalda, el paseante de bruklin y Prospect Park, el amigo de Muñoz Millanes y de la ópera, el amante de la poesía (la propia, la leída, la memorizada -como la de Gabriel y Galán- y la traducida), el veraneante gijonés...
Desde las altas ventanas del poema de Larkin, Barrero observa la ciudad. A veces ve la que tiene delante de sus ojos y otra la que vive en su memoria. La nieve, la niebla o el pegajoso calor del verano van y vienen, como sus vivencias. Lo dice en el quinto artículo de esta recopilación: "Toledo, pasión de mi vida, estás siempre ardiendo dentro de mi corazón". 
"Al final hemos decidido descansar en Toledo", leemos en "Y que venga la noche". "Ya tenemos el texto preparado: «HB/JN. Sí, somos polvo, pero enamorado». 
No puedo dejar atrás algo muy importante: el lenguaje. No es sólo lo que cuenta Barrero, sino cómo lo hace, con qué palabras y en qué tono. Porque por encima de la autobiografía brilla la literatura, verdadera razón de ser de "nuestro poeta en Nueva York".