23.4.21

El arte de decir

Javier Almuzara (Oviedo, 1969), un asturiano vinculado a la tertulia Oliver y, por tanto, al ya largo magisterio lírico de José Luis García Martín, es autor de los libros de poesía El sueño de una sombra (tankas), Por la secreta escala, Constantes vitales (Premio Emilio Alarcos), Caravana y desierto (recreaciones líricas de las rubayatas de Jayyam), A la de tres (haikus) y de Quede claro: Antología poética 1989-2013 (que incluía el inédito Siempre y cuando). Además, en prosa, ha publicado el dietario Letra y música, Títere con cabeza (Premio Café Bretón) y Catálogo de asombros (una colección de ensayos sobre literatura, música y autobiografía).
Fue codirector de la revista Reloj de arena y colabora en publicaciones periódicas como la revista Clarín o el periódico Asturias Diario.
En su vertiente musical (Almuzara sostiene que “la poesía es música que piensa”), fue guionista del programa televisivo Manos a la ópera y libretista de la ópera Fuenteovejuna que, con música de Jorge Muñiz, inauguró la temporada de Ópera 2018-2019 del ovetense Teatro Campoamor.
Los compositores Rui Paulo Teixeira, Rubén Díez, Ángel Casado y Pablo Moras, entre otros, han puesto música a sus poemas. Joaquín Pixán los ha cantado.
Ahora, de nuevo en Renacimiento (donde ya se habían editado cuatro libros suyos), Almuzara presenta Todos los besos son de despedida.
Compuesto por tres partes y un epílogo, en el libro se cumple esta afirmación del poeta a la periodista argentina Adriana Bianco: “Yo soy de los que cree en la estrofa clásica, igual que Borges, quien creía en el metro tradicional, incluso en la rima. Ninguna de esas hechuras me condicionan, al revés, me liberan”. Y con sonetos empieza la primera sección, “Razón de ser” y, para más inri, de asunto religioso, por si no era ya poco temerario lo de la estrofa, el metro y la rima. Uno hablaría, en general, de clasicidad más que de clasicismo, una constante en su obra.
Pronto nos encontramos de frente con poemas tan breves como certeros, de corte epigramático, que definen bien esta poesía irónica y juguetona, por más que el rigor, fruto del oficio (“Pero no caen del cielo los poemas”, “son obra del oficio”), nunca falte, hasta el punto de rozar cierto virtuosismo: “La lógica del verso / paciente orfebrería”. Poemas como “Para ser justos”, “Soleá” o “Proporción áurea”, que reza: “¿El arte de verdad? / Un poco de misterio / y mucha claridad”. Lo que nos lleva al poema siguiente, donde afirma: “gustándome Manuel, yo soy de Antonio”, si bien lo machadiano, o eso piensa este lector, se incline del lado del autor de El mal poema, al menos, si cabe tal distingo, en lo formal. En “Qué pasa conmigo”, pongo por caso, escrito “en pareado”.
Pronto también, lo autobiográfico (en el “espejo de papel”), siempre con esa elegante distancia que resalta su incisivo sentido del humor: “Ayúdame a olvidarme de mí mismo, / porque solo descansa / quien se ha dejado atrás”.
Y lo literario, por medio de la intertextualidad. Léase “Roma revisitada”, por ejemplo, escrito “a partir de Francisco de Quevedo”, que termina: “Huye de lo que era firme y solamente / el turisteo permanece y dura”. No es el único “a partir de” del conjunto. Hay otros con Leo Ferrero, Kipling o Blanco White.
Desde el principio uno piensa, por esto y por aquello, en Jon Juaristi o en Miguel d’Ors (preclaros maestros de no pocos poetas asturianos del momento) a la hora de buscar referentes de esta poesía de estirpe borgeana.
No falta el tono meditativo. En poemas como “Resplandeciente oscuridad” o “No es oro”.
La segunda sección, “Cordialmente”, reúne poemas sobre el amor y, cómo no, el desamor. Como “Infidelidades” y “Tener o no tener”. “Pienso en nosotros / como si fueran otros / que me amargaron el tiempo en que se amaron”, leemos en “Pares y nones”.
Al hilo de tan jugoso asunto, no faltan algunas ocurrencias, un peligro que siempre acecha cuando de jugar se trata. Incluso en serio. Ese arriesgado caminar por la delgada línea que separa frivolidad y levedad.
Y ya que lo mencionamos, la tercera sección, “El arte de decir adiós”,  gira en torno al tema de la muerte y de los muertos. No por eso pierde de vista el humor, como en “Cosas de la edad”. Logrados me parecen “Epitafios de la guerra”, “En resumen” (“¿Eso era todo? / La vida no fue nada / del otro mundo. / Y ahora sé, además, / que la muerte tampoco.”), “El guion” (con Gil de Biedma al fondo), “Rendición de cuentas” (pues no perdió la vida; / murió, que es otra cosa”), “Ascendientes” (que le habría gustado al mencionado Borges) y “Con esperanza, sin convencimiento (éste a Ángel González).
“Nada de lo que fue para nada. / Nuestro norte es la muerte, ¿quién lo duda?”, leemos en “Para quien sangra angustia”. “Mortal” termina: “porque para la muerte / la poesía es mortal”.
El poema que dedica a su abuelo Ángel es especialmente emotivo. Su estrofa final dice: “He escrito este poema convencido / de que la muerte, abuelo, es un engaño. / Tú sigues siendo el mismo y yo te extraño / a pesar de no haberte conocido”.
Le aguarda al lector todavía una sorpresa (que siento desvelar). El epílogo, que titula “Línea de canto”, agrupa un puñado de lúcidos aforismos que dan fe de su propia poética, lo que no obsta para que pueda ser compartida por muchos. Nos ayuda a leer con otros ojos los poemas que la preceden.
“Así en la poesía como en la música”, dice el primero. ¿Otros? “El arte es necesario porque la vida no es suficiente”. “La poesía nos recuerda lo que no sabíamos que sabíamos”. “La sencillez es el secreto mejor guardado de la belleza”. “No recelo de la tradición porque creo en mi originalidad”. “Gracias al gimnasio de los clásicos, no soy un poeta formal, sino en buena forma”. “En poesía solo hay un mandamiento: piensa bien y acertarás; sin olvidar que el corazón también tiene razones y la razón corazonadas”.
En otro leemos: “Hable de lo que hable, hablo de mí. Si lo he hecho bien, me lea quien me lea, se leerá a sí mismo”. Mal no ha debido hacerlo Almuzara porque, al menos para uno, el adagio se ha cumplido.
 
Todos los besos son de despedida
Javier Almuzara
Sevilla, Renacimiento, 2021. 120 páginas. 12 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital astuariana EL CUADERNO.