3.4.21

Los frutos imprevistos del asombro

José Saborit (Valencia, 1960) dibuja desde niño y en la actualidad es catedrático de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia, donde enseña desde 1985. Su carrera docente (en las aulas y fuera de ellas) ha sido intensa. Es, además, Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos.
Más allá, como pintor, ha realizado numerosas exposiciones colectivas e individuales y su obra figura en diferentes instituciones y colecciones privadas nacionales y extranjeras. Sus cuadros y dibujos son, por generalizar, figurativos y podrían encuadrarse dentro de lo que se conoce como “pintura del paisaje”. Es también autor de ensayos como La imagen publicitaria en televisión, El hígado de las estrellas, La construcción de la Naturaleza (con José L. Albelda), Retórica de la pintura (con Alberto Carrere), El sol del membrillo. Una película de Víctor Erice sobre el trabajo del pintor Antonio López y Formas de caminar (donde reunió una serie de columnas publicadas en el diario ABC). También es autor de textos para catálogos de artes plásticas, revistas y diarios y, junto a Manuel Ramírez, ha dirigido la colección de libros de arte y literatura Correspondencias (Pre-Textos-UPV).
Pero hay otra vertiente de Saborit que no conviene olvidar: la de poeta. En 2008 publicó su ópera prima: Flor de sal, libro al que han seguido La eternidad y un día, La misma savia (Premio Unicaja) y Carta al hijo.
No sé hasta qué punto estamos ante un pintor que escribe o ante un poeta que pinta. Sin descuidar al hombre que reflexiona, poco importa en qué campo. Después de leer Con los ojos de nadie, lo que este lector tiene claro es que Saborit es poeta. Quiero decir que si a alguien se le diese a leer este libro sin informarle de las otras facetas artísticas que cultiva, confirmaría lo que señalo. Y sin demora. Desde el primer poema. Se titula “Ahora”, está dedicado a la memoria de Agustín García Calvo (un poeta que vuelve) y su primera estrofa dice: “Porque el paso es efímero / y consuela nombrar / la hora que habitamos / se inventó la palabra / que intenta traducir / lo que no tiene nombre, / la palabra que muere / cuando se sustantiva / y se escribe «el ahora»”. Termina: “Ahora no es memoria. / Ahora no es potencia. // Ahora es sólo ahora, siempre ahora”.
Se aprecia de inmediato esa impronta meditativa que caracteriza la poesía de Saborit. La suya y, por extensión, la de un nutrido grupo de poetas, una suerte de nueva “escuela levantina”, a los que se nombra en el libro a través de las dedicatorias de los poemas y del volumen en sí, ofrecido a Lola Mascarell y a Antonio Cabrera. A estos nombres podemos sumar los, también citados, Vicente Gallego, Carlos Marzal, Juan Vicente Piqueras (al que dedica uno de los mejores poemas del conjunto: “Aquí, ahora”: “Llegamos hasta aquí / con los ojos cerrados”) o Antonio Moreno. Su maestro, está claro, también aparece en la lista y no es otro que el gran, éste sí, Francisco Brines.
Que estemos ante un poeta al que no sea preciso adjetivar no significa que el libro no sea el de alguien que ve el mundo a través de la mirada (palabra esencial) del pintor. Hay muestra de ello en no pocos poemas; así, “Blanco sobre blanco”, “El ojo gira”, “Lección del ojo”, “Ante una pintura”, “Del ver”, “Acuarela”, “Preguntas del ojo”, etc. Qué decir de “Pincelada taoísta”, dedicado a otra poeta del grupo valenciano: Susana Benet.
Antes, en la misma cubierta, donde aparece “La sombra”; para uno, el primer poema del libro.
No es sólo la mirada, se aprecia además en el cuidado por los detalles, por aquello que a cualquiera le podría pasar desapercibido, pero no a Saborit. Léase, por ejemplo, “Idilio”, unos versos sobre plantas y flores. O “Cristal roto”, donde reflexiona acerca de su oficio.
Y todo, claro, bajo la luz. La del Mediterráneo. Otra constante que da forma a las cosas, que, al iluminarlas, las hace aún más significantes.
En poemas como “Desvelo” el aire es levemente metafísico. O en “A lo lejos”.
“Pausa” y los tres poemas con el título “Caminar” (I, II y III) me recuerdan a Cabrera, otro feliz caminante: “¿hay otra levedad / más cierta que el andar?”. “Caminar es el ritmo que nos salva”.
La perplejidad está muy presente en esta poesía. Lo cotidiano no deja de sorprender a quien observa lo que le rodea con ojos nuevos, con una mirada atenta y penetrante. Como ocurre en “La casa de tu casa”: “¿Cómo hacerse una idea desde dentro?”.
La naturaleza es arte y parte de la poesía (y de la vida, dos términos inseparables) de Saborit. En “Traducción”, pongo por caso, otro poema logrado. O en el precioso “Ver el verde”.
La mujer (y el amor y el deseo) se deslizan con sutileza (nunca falta misterio en esta poética) en “A mano alzada”, “Cima” y “Regresos”.
“Viaje” nos lleva a los olores y a la infancia. Como “Barro”: “Después de tanto andar / la infancia se hizo barro en la memoria”.
“Columnas de humo” define a la perfección la mencionada poética, una mezcla de mirada, emoción y pensamiento. La que, por cierto, se refleja en “Versos”.
En “Sombras” brilla la amistad. En “Autorretrato”, el camino machadiano. En “Concéntrico” (que dedica a los Pre-Textos), el verano. En “Brasas”, la nostalgia agosteña del fuego. Una mediterraneidad que no cesa. En “Vencejos”, por fin, vuela de nuevo el espíritu aéreo e inmortal de Antonio Cabrera.
“Edad”, dedicado a Brines, recoge a la perfección la lección aprendida del maestro: “Nada tienes que hacer, sólo dejarte, / persistir a la espera en abandono, / con los ojos abiertos y sin prisa, / sentir cómo se encienden los minutos, / cómo llena tus manos, ya desnudas, / los frutos imprevistos del asombro”.
“Desaparición” cierra este libro singular y muy hermoso. Empieza: “Me esfumo, me evaporo en cuanto escribo”. Paradójicamente, añade: “No hay nada que conozca, / nada de lo que yo pueda dar cuenta”. Luego concluye: “Yo es ahora un extraño”.
 
Con los ojos de nadie
José Saborit
Pre-Textos, Valencia, 2021. 70 páginas. 15 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.