Salvo en el Thysssen (donde hay dos cuadros suyos), nunca había visto obras de Giorgio Morandi (en la realidad de su presencia, quiero decir) hasta que el pasado lunes visité en Madrid la exposición que la Fundación Mapfre ha dedicado al artista italiano. "Morandi. Resonancia infinita" está comisariada por Beatrice Avanzi y Daniela Ferrari y ha contado con la asesoría científica, selección de arte contemporáneo, de Alessia Masi, autora del texto que abre el catálogo: "El eco perdurable de Morandi".
Se recorren en ella, óleos y grabados mediante, varias estaciones pictóricas del pintor boloñés de Via Fondazza: los inicios, los encantamientos metafísicos, los paisajes de duración infinita (por los alrededores de Grizzana, en los Apeninos, donde pasaba los veranos), el perfume negado (de las simbólicas flores), el timbre
autónomo
del grabado, los colores
del blanco y los diálogos
silenciosos (con los objetos de sus naturalezas muertas). Al fondo y siempre, la luz.
Apenas salió de su cuarto-taller. Aislado, leía a Leopardi y a Pascal. Y aprendía de los viejos maestros: Giotto, Masaccio, Uccello, Piero della Francesca, Chardin y Corot; y de los más cercanos: Cezanne, Picasso, Braque, De Chirico, Carrà...
No hace falta decir que ese intenso paseo por su pintura me ha emocionado. No en vano es uno de mis pintores favoritos. De entre los contemporáneos... En diciembre de 1999 publiqué en Nueva revista un artículo extenso sobre él que no deja de ser una poética. Lo titulé "Morandi, el mismo cuadro". "Quien interprete la pintura contemporánea en clave de poesía, de lo absoluto y perenne de la poesía, deberá, creo, pronunciar diversos nombres, y uno ante todos: Morandi", afirmó con tino C. L. Ragghianti.
Los que componen esta muestra dialogan, además, con obras de otros artistas. Las que más me han gustado son de Bertozzi & Casoni (ceramistas, como Luigi Ontani), Edmund de Waal (el autor de La liebre con ojos de ámbar opta por lo blanco y minimalista), Tony Cragg (su instalación de vidrio esmerilado impone), Alfredo Alcaín (¡qué delicadeza!), Lawrence Carroll (que elige el dibujo), Dis Berlin (que definió a Morandi como "un eremita de la pintura", nos presenta su escultura en madera "El eremita"), Alessandro Taiana (qué buen intérprete de Morandi), Juan José Aquerreta (a quien Alcaín llamó "el Morandi de Pamplona", homenajea al italiano, desde la pura sugerencia, con "Huerta tapiada" y "Naturaleza muerta con media pera", en torno a las dos líneas que aquél más cultivó) y Carlo Benvenuto (un fotógrafo).
Para terminar, diré que prefiero los paisajes a las naturalezas muertas. Y que me han sorprendido sus grabados, sus impresionantes aguafuertes, en especial los más pequeños.
«Para mí no existe nada abstracto; por otra parte, creo que no hay nada
más surrealista, nada más abstracto
que lo real», sostuvo Morandi, lo que viene a resumir muy bien el espíritu de su pintura.
"Paesaggio" (1928), la imagen que ilustra esta entrada (me la trajo, en forma de postal, mi amigo Paco Antón después de visitar la exposición con su hermano Santiago, que vino, otro detalle, con un ejemplar del catálogo para mí) es la que tengo como imagen en mi perfil de WhatsApp. Con eso lo digo todo.