A pesar de mis limitaciones narrativas como lector, qué buena idea tuvieron Paca Flores e Irene Antón, directoras, respectivamente, de las editoriales Periférica y Errata Naturae, al enviarme de mutuo acuerdo, cuánto se lo agradezco, las novelas Concierto sin poeta, de Klaus Modick (traducida por Jorge Seca), y Estar aquí es espléndido.Vida de Paula M. Becker, de Marie Darrieussecq (traducida por Regina López Muñoz). He disfrutado mucho leyéndolas sin prisa.
Sí, es preferible leer las dos. Y en el orden descrito. Se complementan. La pintora Paula Becker (la "M." es de Modersohn, el apellido de su esposo, también pintor) vivió en la colonia de artistas de Worpswede, en el norte de Alemania, cerca de Bremen, a la que el poeta Rainer Maria Rilke dedicó un libro.
Uno de los fundadores, Heinrich Vogeler, es el protagonista de la primera narración, que gira en torno a su cuadro Tarde de verano o El concierto, en el que no aparece (de ahí el título de la obra) el autor de Elegías de Duino, quien, por cierto, conoció allí a la escultora Clara Westhoff, con la que se casó y tuvo una hija. Eso fue en el verano de 1900, en el que se centra la historia (magníficamente contada) de Modick. También estaban allí Paula Becker y el que sería su marido, Otto. Rilke coqueteó con las dos y ésta pintó uno de los retratos más famosos de Rilke, en realidad inacabado.
Es cierto que la novela de Modick es más que un mero relato de unos hechos aproximadamente verdaderos (basado en documentos reales, no obstante). Estamos ante una reflexión sobre el arte y la poesía (con sus inevitables contradicciones) digna de elogio.
Uno, que nunca pecó de rilkeano (aunque haya leído casi todo lo publicado aquí de él), ha tenido ocasión de comprobar en esas páginas que el personaje no sólo me resulta indigesto a mí, más allá de su alta poesía, en la que, lo confieso, nunca he sido capaz de entrar por completo salvo en contadas ocasiones. Por suerte no todo es solemne y sublime en el praguense. Y que perdone el poeta Basilio Sánchez, excelente lector de Rilke, mi torpeza.
Las descripciones, en fin, son memorables, tanto las referentes al paisaje pantanoso de Worpswede como las de las casas que componían la colonia; la de Vogeler, ahora museo, ante todas. No en vano, aquello era un paraíso.
Por su parte, Darrieussecq ha escrito una apasionada biografía de Paula M. Becker (con pasajes autobiográficos) que recupera la figura de una pintora que luchó a toda costa por serlo, a pesar de las limitaciones que sufrió por ser mujer. "Estoy convirtiéndome en alguien", escribió en una de sus cartas (podría haber sido en su diario, al que fue fiel). Desde París, ciudad en la que se formó y llegó a residir de forma precaria.
La novela (por llamar de alguna manera a este texto lírico y fragmentario), escrita en clave feminista (lo habitual en esta época reivindicativa y del Me Too), constata que de aquella colonia de artistas tal vez sea su obra la que mejor ha soportado el paso del tiempo. En el mundo de la pintura, su reconocimiento es un hecho.
Fue, además, la primera mujer que se pintó desnuda y la autora del "primer autorretrato de una embarazada desnuda en la historia del arte". No es poco y dice mucho de su valentía.
Dieciocho días después de dar a luz a su hija, muere a los treinta y un años de una embolia pulmonar.
Su amigo Rainer Maria Rilke le dedicó su poema “Réquiem”.
Son muchos los hallazgos que contienen estos dos libros que, ya decía, uno ha leído con calma, lápìz en mano, y con frecuentes paradas para consultar en internet tal o cual cuadro, tal o cual fotografía o documento. Rilke, Vogeler, Becker, Modersohn... ¡Menuda tropa!