28.3.23

Fernando Sanmartín lee "Sobre el azar..."


VALVERDE Y MATEOS VAN A LO ESENCIAL
 
Hay escritores con los que mantengo una extraña fidelidad. Y nunca me defraudan. De ser tenistas andarían, seguro, en buenos puestos del Grand Slam. Porque un poema también puede colocarse en la red o en el fondo de la pista. ¿Que asimilo a un escritor con un jugador de tenis? ¿Por qué no? 
Acaban de publicarse dos libros, muy distintos entre sí, de dos poetas a los que leo siempre, donde no encuentro tufo de hornillo ni versos impostados. Son libros que hacen cumbre, se alejan de la contaminación y de los purés espesos y no contienen experimentalismos ni brebaje de chamán.
 
La memoria de Valverde
El primero de ellos es ‘Sobre el azar del mapa’, de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), autor sólido y para quien lo vivido configura desde hace tiempo el espejo de su escritura, ese espacio donde la verdad evita los laberintos. Lo dijo y lo escribió: «Mi tema es la memoria». Así lo define en ‘A debida distancia’. Pero el viaje, los lugares cotidianos o que visita, están siempre en sus libros, como sucede en ‘Mecánica terrestre’ («aquella mañana de domingo en Estoril»), en ‘Desde fuera’ («la luz mortecina en Rotterdam») o en ‘Más allá, Tánger’.
Si tuviéramos que definir en pocas palabras lo que hay en estas páginas, diríamos que se trata de los textos que un viajero escribe. La primera parte, con cincuenta poemas, constituyen el ‘Cuaderno de Sofía’. Y Valverde nos habla de la ciudad («A vista de pájaro, / la ciudad es un mapa/ cubierto por la nieve»), de los aleros y las losas precarias, de las calles angostas que no son avenidas, del frío como «expresión de la pureza», de «estatuas de hombres admirables o de simples tiranos», del monasterio de Rila (‘Lejos del mundo,/estás en el mundo’) y de una foto de sir Patrick Leigh Fermor. Aparece lo visible y lo que hay más allá de la apariencia.
Los cincuenta poemas podrían ser uno solo, con la atmósfera y sencillez que traslada al lector, con unos versos desnudos que tienen el abrigo necesario de la hondura, que transmiten la intimidad de lo que se ha contemplado; poesía grande que refleja, además, varios parámetros que no se omiten y la confesión de que «lleva uno a otra ciudad/ su ciudad dentro».
La segunda parte del libro la componen otros veinte poemas articulados para configurar el ‘Cuaderno suizo’. Y aquí la escritura busca de nuevo la luz en el fragmento, las descripciones de la naturaleza urbana, el escenario y sus rasgos, si bien crecen las referencias literarias, homenaje evidente, entre otros, a Jorge Luis Borges, José Ángel Valente y María Zambrano. Y de este cuaderno suizo recuerdo que ese viaje tuvo reflejo narrado en el blog que su autor mantiene desde hace años. Y el contraste entre los poemas y las entradas en ese blog evidencian, como decía José Hierro, que la poesía sirve para contar aquello que no puede contarse de otra forma.

La clarividencia de Mateos
José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), impulsor de inolvidables proyectos como los ‘Cuadernos de la Moderna’ o codirector de la revista ‘Nadie parecía’, es autor de libros en los que siempre ha mantenido que la realidad, los sucesos de la vida, cobran «plena significación mediante la escritura del poema». No puede extrañarnos, por ello, que en ‘La hora del lobo’, donde hay textos titula dos ‘Habitación 472’ o ‘En una servilleta de hospital’, nos diga que existe «un lugar donde la muerte acaba». Esto nos lleva a recordar que en uno de sus primeros libros, ‘Días en claro’ (Pre textos, 1995), afirmaba que nunca estás solo porque «la muerte te acompaña».
Hay aquí una treintena de poemas que golpean por su clarividencia, con dos partes muy diferenciadas
que se agrupan con los títulos de ‘Dentro’ y ‘Fuera’, reflejo de la enfermedad y del viaje que existe para escapar de ella, con palabras que respiran por sí solas, con una armonía que muestra el horizonte íntimo y la voz confesional y limpia de José Mateos, merodeando cerca Montaigne, Cicerón y Epicuro, sin temor a la afirmación de «Ya sé que a veces lo que canto es triste». Libro lleno de hondura, infrecuente, de afirmaciones sobre el alma, de cómo es la noche o esos instantes donde la vida se convierte en un eco.

José Mateos y Álvaro Valverde no hacen poesía ‘after shave’. Jamás sucederá. Conocen lo esencial y lo reflejan. Leerlos, ocurre siempre, resulta enriquecedor. 

NOTA: Esta reseña se publicado en Heraldo de Aragón.