
Fue (es) una de las grandes, sin duda. Admirable.
Para empezar, ya que los mencionamos, el sello hispanomexicano incluye en su catálogo Palabras en el aire, la correspondencia entre ambos, que ocupa en la edición española 1.276 páginas. Para seguir, lo más importante: su poesía completa, esto es, apenas un centenar de poemas (101 para ser exactos), y sin embargo... De su traducción se ocupó Jeannette L. Clariond, fundadora de la editorial. En Vaso Roto está también su prosa (reseñada aquí), vertida por Mariano Peyrou.
A sus relaciones con la brasileña Lota de Macedo Soares, el gran amor de su vida, se dedican los títulos Flores raras y banalísimas. La historia de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares, de Carmen L. Oliveira, un ensayo, y Cuanto más te debo. El viaje interior de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares, una novela de Michael Sledge. A eso se suma Una antología de poesía brasileña, con poemas, entre otros, de Oswald y Mário de Andrade, Cecília Meireles, Carlos Drummond de Andrade, Vinícius de Moraes y João Cabral de Melo Neto.
Es, con todo, en Elizabeth Bishop. Un milagro para el desayuno (traducido por la profesora Laura de la Parra Fernández) donde me gustaría centrarme. Se trata de una magna biografía (medio millar de páginas) de la poeta bostoniana escrita por Megan Marshall, Premio Pulitzer y fugaz alumna suya, que vio la luz el año pasado (la primera edición, de Mariner Books, es de 2017) y que se lee como una novela. Hasta ahora no había podido disfrutarla y cuánto me alegro de haberlo hecho por fin. No es cuestión de entrar en detalles, pero buena parte de su vida se resume en una infancia complicada e infeliz: "muerte prematura de su padre, la locura de su madre, la orfandad de su niñez que pasó entre hogares, internados y campamentos de verano sin un tutor concreto", explica Marshall; una madre, ya decimos, enferma que desaparece demasiado pronto, de ahí su miedo a la locura; una familia (abuelos, tíos) muy particular y dispersa; serios problemas con la timidez, la soledad, el asma, la depresión, el insomnio, el arrepentimiento, la culpa, el suicidio y, sobre todo, la bebida; amores episódicos (enamoramientos de mujeres de "físico americano", jóvenes y rubias, casi siempre) y uno "apasionado y duradero" con la citada Lota, aunque su relación con Alice Methfessel también fue importante; su condición de mujer, por supuesto, pionera en muchas cosas (fue la primera "en impartir una clase de escritura avanzada en Harvard"), una feminista sin pancarta (a la que le incomodaban los términos "gay" y "lesbiana") convencida de que los hombres y las mujeres "no escriben de forma diferente" —"no quería que la clasificaran como «mujer poeta»" y hasta renunció a formar parte de una antología de Mujeres poetas en lengua inglesa— porque "la literatura es literatura, la produzca quien la produzca"; su larga estancia en Brasil (desde 1951 a 1967), donde tuvo su propio hogar: Casa Mariana, "la casa de mis sueños", en Ouro Prêto; su profunda amistad con su médico Anny Baumann y con Cal Lowell o menos intensa con Marianne Moore (su primera mentora y otra de las grandes), Adrienne Rich o Frank Bidart (uno de sus albaceas literarios junto a Alice Methfessel); algunos viajes a Europa (era alguien con "curiosidad geográfica") y, cómo no, su permanente lucha por sacar adelante, a pesar de todos los pesares, una obra digna de trascender al tiempo, algo que, según creo, logró con creces. Si no voluminosa, sí conseguida y exigente. Mundo y voz propios.
Me ha interesado más lo que tiene que ver con la lenta composición de sus poemas y otros intríngulis de su poética (la biógrafa, que intercala al final de cada capítulo —seis y una contera— notas de su propia biografía, sabe bien de qué habla: ella misma aspiró a ser poeta) que los vericuetos sentimentales, digamos, de la Bishop (que han dado lugar incluso a una película: Luna en Brasil). Un caso digno de mención es el análisis del poema "En la sala de espera", donde Bishop explica la "precoz conciencia de sí misma", la temprana consecución de su don poético, o el que hace de "Un arte", una villanela, "la elegía que siempre quiso escribir", un poema "inmortal" del que existen diecisiete borradores.
En una ocasión confesó: "Realmente no sé cómo se escribe la poesía". Y en otra: "Hay misterio y sorpresa, y después mucho trabajo duro". No deja de ser una "huida". "Mente en acción". Su materia: "lo omitido". Fue su refugio, y la salvó.
Da gusto comprobar lo documentada que está la obra, cuyo apartado de "Notas" (380) ocupa 66 páginas. No falta un práctico "Índice onomástico" y otro de ilustraciones (que amenizan la lectura). La lista de nombres que ocupan los "Agradecimientos" da fe de la cantidad de consultas realizadas por la autora.
Me he divertido mucho con la anécdota que cuenta Marshall a propósito de su labor como profesora de "escritura creativa" ("otra frase que despreciaba"): "Se negó a enseñar la poesía de John Ashbery, cuyo Autorretrato en espejo convexo [lo tradujo al español Javier Marías años más tarde] ganó el Premio Pulitzer en 1976, diciendo que no lo entendía". Cuarenta años después, en su funeral, el propio Ashbery, nos recuerda Marshall, leyó el poema que da título a este libro: la sextina "Un milagro para el desayuno".
Fue una crítica libre e incisiva. A Octavio Paz, que la tradujo (donde tal vez uno la leyó por vez primera), le reprochaba que era "demasiado impreciso".
Dejo para el final una reflexión o, mejor, una pregunta: ¿por qué los editores españoles rehúyen la publicación de biografías de poetas? Extranjeros, quiero decir, y no es que abunden las de vates patrios, Antonio Rivero Taravillo (Cirlot, Cernuda) o Antonio Colinas (Leopardi, Alberti) mediante. Recuerdo ahora la de Szymborska que sacó Pre-Textos o la de Ajmatova en Circe, que tiene una colección dedicada a este género, tan ajeno a nosotros, por desgracia. Cabe reconocer, como dijo el citado Paz, que la verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas, y puede que tuviera razón.