11.3.25

Relatos de un editor

Hace unos meses, con motivo del Congreso de Escritores Extremeños celebrado en Alcántara, en una mesa redonda dedicada a conmemorar los 40 años de la Editora Regional, donde evoqué la figura de Fernando Tomás Pérez González, un "intelectual silencioso" que fue su ejemplar director durante una década dorada, dije: "Siempre sospeché que la escritura creativa también había quedado aparcada. Su capacidad lectora, y desde temprano, alimentó siempre esa conjetura de la que no tengo más pruebas que la mera intuición. Sus artículos acaso le delaten, como aquel «Académicos de Argamasilla», que publicó en el HOY tres meses antes de su fallecimiento y que, como afirmé en su momento, «tiene algo de testamento literario y moral»". (Artículos, cabe precisar, que se recogieron en otro libro póstumo de Pérez González: Artículos y ensayos, del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, y los editores fueron Asunción Fernández Blasco y Fernando Pérez Fernández, mujer e hijo mayor del autor, que dividieron el libro en dos partes: "Contribuciones a la historia del pensamiento español" y "Edición y crítica".) Detalles aparte, aquí está la prueba de que aquellas intuiciones tenían sentido: El cuaderno de hule negro (Relatos), que ve la luz en la mencionada Editora y cuyo editor es de nuevo su hijo Fernando. 
De momento vi claro que lo más natural hubiera sido que apareciera en su colección preferida: La Gaveta. Luego, pensándolo bien, deduje que de haber sido así nos hubiéramos perdido una parte sustancial de la obra que tenemos delante, publicada al fin en otra colección importante (remito al catálogo): Rescate. Sí, porque si bien lo que se vienen a salvar son sus relatos (a lo que aquella benemérita colección está dedicada, incluyendo la novela breve), el extenso prólogo que va delante aporta al libro un redoblado valor, pues se trata de un enjundioso ensayo, entre lo biográfico –con abundancia de lo "auto"– y lo analítico, algo que en aquella colección no hubiera tenido cabida. 
Comprendo que no ha de leer igual las cincuenta páginas iniciales quien conociera, poco o mucho, a Pérez González que aquel otro que no tuviese esa suerte. A todos se lo pone fácil Pérez Fernández. Su texto es de una claridad manifiesta y está escrito magníficamente, con un estilo que recuerda la sencillez azoriniana, con toques barojianos, de su abuelo y de su padre, escritores antes que él. 
"Mi padre era un hombre modesto y austero, mesurado, por sensibilidad racionalista y por espíritu cívico". Esta es la primera línea de la introducción. Resumen bien al personaje. Ante todo, muerto a una edad temprana, "una voz al fondo del pasillo" que aboga por la lectura; alguien "leyendo y dando a leer", con "una contumaz preocupación por las palabras". 
Tras diez años de duelo, con la ayuda de su madre y de su tía Isabel, se armó definitivamente este libro, "pues era lo justo, ya que la escritura «literaria» de mi padre merece ser conocida".
Aborda después el editor las distintas etapas vitales de Pérez González. El "oro de la infancia" es la primera. Y ahí, sus abuelos: Fernando y Celestina. En Santa Marta de los Barros, donde ambos se conocen y se casan. Tuvieron ocho hijos y Fernando era el mayor. Un peso: el de la responsabilidad. La idílica vida rural termina cuando la familia se traslada a Badajoz, a la ciudad. Un "trauma". De la escuela de su padre, su maestro (en todos los sentidos), a los Maristas. De esos "años escolares" hay diarios por lo que resulta más fácil seguirle la pista. A sus melancolías, sobre todo. Y a sus lecturas, ya imparables. De Baroja, por ejemplo. 
En el verano del 72 se va a Marsella. Trabaja en la hostelería. Su conciencia política despierta. Sus "deberes cívicos" se fortalecen en sus años universitarios. En Sevilla (donde conoce a su íntimo amigo Antonio Franco, más tarde director del MEIAC) y Madrid (donde culmina su carrera de Filosofía en la Complutense). De 1977 en adelante, perdida la oportunidad de seguir la vía académica, "inicia los peregrinajes del docente interino" por distintos institutos. En el de Jerez de los Caballeros conoce a Susy, que acabaría siendo su mujer. Por fin, Cáceres, donde habían decidido que iban a vivir. 
Compaginó esa labor con la investigación, centrada en la filosofía de la ciencia y en la historia del pensamiento. El prologuista detalla su "método", propio de quien sabe lo que se hace. De su amplio campo de acción, no limitado a esas materias, dan buena cuenta sus libros, ensayos y artículos. 
A los diez años que estuvo dirigiendo la Editora Regional de Extremadura dedica Pérez Fernández no pocas páginas. Es lógico. Lo hizo muy bien y tal vez fuera lo mejor, en el ámbito profesional, de su existencia. Su análisis es concienzudo. Ya he ponderado en otras ocasiones su contribución a esa suerte de milagro, tan respetado como envidiado por españoles que residen en otras Comunidades. Es evidente que este hombre "se compromete a trabajar en la Editora con un proyecto muy claro y gran vocación de servicio público". Sí, porque su proyección, en una tierra atrasada donde casi todo estaba por hacer, y no sólo en lo cultural, iba más allá (en la Editora lo ha ido siempre) del mero hecho de editar libros. Destaca su hijo que "ante todo, primaba la brújula moral" (importante si tenemos en cuenta que estaba rodeado de políticos) y que "creía en el rigor del trabajo bien hecho". Repasa las colecciones que fundó y no olvida citar a su mano derecha en esa exigente tarea: Julián Rodríguez Marcos. Si añadimos el nombre de María José Hernández, el equipo estaría completo. Como editor, quiso ser el "intermediario" entre la obra que recibía de un autor y el libro "que acaba ante los ojos de quienes lo leen". 
Fui privilegiado testigo de su última etapa, ya seriamente enfermo, y de cómo se aferró hasta su último aliento (en sentido literal) en la escritura de su último ensayo, eje teórico de la magna exposición "Extremadura en sus páginas, del papel a la Web", que él comisarió junto al historiador Juan Gil. Me refiero a "La Ilustración pasa en berlina". "Hay que mantener seca la pólvora" fue en esos días su expresión favorita. Su entereza conmovía. 
Pero que fuera una persona excepcional llena de valores (siempre preocupado por los "asuntos morales") no justifica lo que este libro pretende, esto es, rescatar del olvido su vertiente literaria. Y a ello dedica Pérez Fernández (que, como poeta, firma significativamente sus libros como Fernando P. Fernández) la segunda parte de su prólogo. Al cuaderno de hule negro donde anotaba todas las palabras "desconocidas que iba encontrando, luego rastreaba su significado y las transcribía (...) por orden de entrada". Ya se habló de su obstinado interés por ellas. 
En "Sobre los textos" se nos explican pormenorizadamente los detalles de cada uno de ellos y el "montaje", previa "poda", del volumen. Si no he contado mal, son veintidós relatos, todos inéditos salvo los tres finales. 
Por generalizar, estamos ante una escritura realista, muy en consonancia con el carácter de su autor, y de marcado tono autobiográfico. Razón de más para que el editor haya trazado una biografía intelectual de su padre como paso previo a la lectura de sus cuentos. 
Se leen muy bien. Quiero decir que su lenguaje es sobrio y sencillo. Que su estilo no estorba, aunque lo haya, como en cualquier artefacto literario. Ya mencionamos a Baroja y, de pasada, a Azorín (sin ánimo peyorativo, al revés, ¿no fue su padre, Fernando Pérez Marqués, un Azorín extremeño o "en Santa Marta"?), pero cabe añadir a la lista toda una nómina de escritores de estirpe cervantina que bien podría concluir en la de su admirado amigo Andrés Trapiello, al que, extremeño de adopción, editó. También podría citar, por su cercanía, a Julián Rodríguez, pero a pesar de que sus ideas coincidieran en numerosos asuntos (no sólo los tipográficos), sus maneras de escribir son, según creo, distantes. 
Anota Pérez Fernández que en su prosa "se detecta la preocupación por la palabra justa, el término técnico, la cohesión estilística y el rigor de las descripciones". 
"A medio camino entre el ensayo y la memoria" podemos situar casi todos. Ya se aludió a lo autobiográfico. Aquí no es la imaginación lo que prima. Nunca la fantasía. Es verdad que alguno, como "Marycara" es "puramente ficticio" y "presenta una carga neta de inventiva", pero, insisto, eso no es lo normal. Son los hechos reales quienes fundamentan las diferentes historias. Propias de alguien que se siente concernido por ellas. Directamente. Por ejemplo en "A Madrid se llegaba en tren", "La matanza", "El Palancar" o "Mohamed". Bajo el título de "Viñetas, escenas e historias de vida" podrán agruparse la mayoría. 
Casi todos los relatos son breves, sin llegar al grado micro. Hay excepciones, como "Un suceso de La Mina", que además de extenso está muy elaborado. Remite a las novelas de Sciascia, el neorrealismo italiano o, ya en España, a Galdós, Aldecoa o López Salinas (que con La mina fue finalista del Nadal en 1959), como apunta con pertinencia el editor. Sus cinco partes dan casi para nouvelle
Otro relato de semejante factura es "Labrarás la tierra", aún más largo que el anterior y tal vez el más sofisticado en lo que su armazón literario respecta. De "muy particular" lo califica Pérez Fernández. Diría que detrás está la historia personal de uno de sus hermanos, el que no llegó a culminar carrera universitaria alguna y volvió al pueblo voluntariamente y sin remedio en cuanto pudo. El que desde chico quería "un perru y una tótola". Ya que de campo hablamos, la querida oveja negra de la familia. 
Un elogio de la lectura, "Alegoría en la escuela" o, lo que es lo mismo, la emocionante semblanza moral de su padre, maestro rural (escrito en colaboración con su hermana Isabel), y otra defensa del lector en sus primeras lecturas ("Un día me hice ferviente barojiano"), completan esta brillante panorámica narrativa de un hombre que antepuso otras ocupaciones a la de escritor, pero que, y este libro por fin lo demuestra, llegó a serlo. Siquiera sea póstumamente. 
 
El cuaderno de hule negro (Relatos)
Fernando T. Pérez González
Edición, introducción y notas de Fernando Pérez Fernández
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024. 201 páginas. 14 €

Nota. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.