Si me lo cuentan no me lo creo. Ha nevado en Plasencia, como en tantas partes. Como todos los domingos, no hemos renunciado a ir al campo. Era raro ver los bancales de Santa Bárbara cubiertos. O, ya por la carretera de Gargüera, las laderas con nieve. Al llegar a la iglesia del pueblo (donde ayer tarde fue el funeral por el aviador muerto y pudimos apreciar la larga comitiva de coches tan inusual allí como la nieve), el paisaje era ya del todo blanco. Fue al bajar al molino cuando sucedió lo imprevisto. Lo que parecía en el estrecho camino de bajada una leve capa de nieve se convirtió de golpe en una trampa con hielo y el coche se ha ido sin remedio a la cuneta. Hemos despejado aquello a base de palas y un rastrillo hasta que he logrado sacar el vehículo marcha atrás del atolladero. Ha sido un rato agotador. El frío era muy intenso. Desde dentro del coche me miraba con asombro mi hijo. En el momento crítico de la maniobra final, se bajó, supongo que temiendo lo peor. Por si aquello no resultaba y acabábamos en un huerto o en el barranco.
¡Menuda aventura! En lugar de comer la paella al lado de la lumbre, la hemos disfrutado en casa con calefacción. No es lo mismo, pero...
¡Menuda aventura! En lugar de comer la paella al lado de la lumbre, la hemos disfrutado en casa con calefacción. No es lo mismo, pero...