Que muchas cosas dependen del carácter es algo que se pone de evidencia con la llegada del Carnaval: soy un negado, lo he sido siempre, para estas fiestas.
Me disfracé una vez, por razones laborales (los niños del colegio me lo exigieron), y nunca más. Cuando en Plasencia (ciudad anticarnavalera por excelencia) hubo desfiles, siempre los vi (cuando los vi) desde las aceras.
Ni el clima exterior ni, en mi caso, el interior me animan a disfrazarme.
Por aquello de que goza de un gran prestigio literario, me invitaron un año a dar el correspondiente pregón. A pesar de mi nula vocación de pregonero, decliné el ofrecimiento, más que nada, por no aguarles la fiesta. Dijera lo que dijera, carecería de gracia. Para eso, ay, no la tengo.
Me disfracé una vez, por razones laborales (los niños del colegio me lo exigieron), y nunca más. Cuando en Plasencia (ciudad anticarnavalera por excelencia) hubo desfiles, siempre los vi (cuando los vi) desde las aceras.
Ni el clima exterior ni, en mi caso, el interior me animan a disfrazarme.
Por aquello de que goza de un gran prestigio literario, me invitaron un año a dar el correspondiente pregón. A pesar de mi nula vocación de pregonero, decliné el ofrecimiento, más que nada, por no aguarles la fiesta. Dijera lo que dijera, carecería de gracia. Para eso, ay, no la tengo.