Esa acelerada existencia que uno lleva (la que, según mi amigo Basilio Sánchez, médico intensivista, nadie debería llevar) me ha impedido visitar las veces que hubiera querido Boxoyo, la librería de Jaime Naranjo. Sí pasé en distintas ocasiones por su primer local, un amplio piso de Cánovas. También frecuento su sede virtual en internet, una de las mejores librerías de viejo de España, además de uno de los pocos lugares donde podemos encontrar libros escritos por extremeños o que traten de Extremadura. Cada poco, por razones profesionales, me encuentro con Jaime Naranjo hijo, alguien en quien uno aprecia la misma pasión por los libros que adorna la personalidad de su señor padre. Es aquí, en lo del entusiasmo, donde debería haberse centrado la polémica suscitada por el cierre cautelar de su librería resuelto ayer parcialmente por el Ayuntamiento de Cáceres. Ahí estaba la clave de su dolor (antes que de su natural disgusto: al fin y al cabo vive de eso) y, por extensión solidaria, del nuestro: los que amamos la lectura y los libros. Otros, amén del interesado, han puesto sobre el papel los datos técnicos y los informes periciales que avalaban lo aparentemente injusto de la decisión municipal. Sin ir más lejos, Alonso de la Torre en este mismo periódico. Más allá de las grietas (que pudieron provocar unas reformas del anterior propietario), el peso de los volúmenes (los 18.000 kilos iniciales han quedado en 3.000) y el cambio de uso del citado local, parece oportuno ir al fondo del asunto y éste no es otro que en una ciudad que presume, con justicia, de culta y que aspira, por ello, a ser Ciudad Europea de la Cultura en 2016 no debería cerrar ni cautelarmente ni de ninguna otra manera una librería so pena de parecer lo que no es: un villorrio inculto que tolera que se incumpla la normativa en lo referente, pongo por caso, a los ruidos nocturnos y toda la secuela de molestias que ocasionan a los sufridos vecinos (no a uno, a miles) y, sin embargo, es inflexible a la hora de clausurar una pequeña industria cultural. Ya lo han dicho otros también, pero lo reitero: si Cáceres tuviera un número de librerías significativo… Como en Hay-on-Wye, digamos, ese pequeño pueblo del País de Gales donde 1.400 habitantes se reparten 42. No es el caso.
Una librería, por cierto, que como se ha dicho, viene a dinamizar la Parte Antigua, tan necesitada de ello. Y que lo hace gracias a un negocio (si es que vender libros, en rigor, lo es) ideal para esa revitalización.
Uno le tiene mucho respeto, como es lógico, al alcalde Saponi y a la concejala del ramo, Cristina Leirachá. Baste un detalle para justificar esa estima: la Feria del Libro que organizan en estrecha colaboración con los libreros (que, por cierto, están convenientemente asociados) y que no sólo es una de las mejores, si no la mejor, de las extremeñas sino que, por añadidura, no cae, como otras, en el vulgar error de la politización. Por suerte, a Cáceres se invita a escritores (no a uno o dos para disimular) y no a escribidores de esos que copan las falsarias listas de éxitos. Los mismos que luego emiten sus incendiarios programas radiofónicos desde aquí y dejan sus opiniones cínicas y falaces en los periódicos de la región previo cobro de unos pingües honorarios.
Es un secreto a voces que los Naranjo han estado desde el principio detrás de esa ejemplar Feria y esto es un suma y sigue de las poderosas razones que les asisten, razones de peso (éstas sí) que, antes que nadie, debería reconocer el Ayuntamiento de su ciudad.
La semana pasada los dueños de Boxoyo pidieron su apertura inmediata y la nulidad del proceso mediante un recurso de reposición. Ayer se atendió, con condiciones, esa solicitud.
Repetimos cada poco que la imagen lo es (casi) todo y a la menor de cambio la tiramos alegremente por la borda.
Ya sé que a quienes criticamos el cierre de Boxoyo se nos pudo acusar, con simpleza, de demagogos. Me temo, no obstante, que el favor popular no se gana estando a favor de las librerías, pues la mayor parte de la gente no lee. Será por eso que a los políticos no les resultó difícil adoptar la decisión del cierre, a sabiendas de que no les iba a pasar lo que podría haber sucedido si lo sellado hubiera sido, insisto, un bar. Hay más bebedores que lectores, está claro. Ahora bien, con semejante espíritu, que se olviden los cacereños de aspirar a nada; a nada, preciso, que tenga que ver con esa Cultura con mayúsculas de la que les gusta alardear, al menos de boquilla y en público. Serán personas como Jaime Naranjo y librerías como Boxoyo quienes puedan impulsar ese noble deseo, no actitudes romas como ésas a las que, por ahora, ha tenido a bien renunciar el Ayuntamiento.