1.- VOCACIÓN
decía el poeta valenciano César Simón que "la poesía es, antes que nada, un carácter", que "existe como una forma de vida". Unas palabras de su paisano y amigo Francisco Brines podrían complementar esa afirmación de estilo cernudiano: "El poeta sólo existe cuando escribe, y en los restantes momento es sólo el hombre que es". Por eso, nada más triste que ir “de poeta” por ahí.
No sé si el poeta nace o se hace, si la ciencia acabará demostrando que quienes escribimos poesía tenemos un determinado gen que nos impulsa a ello, lo que sí sé es que hace tiempo que la uso como método de conocimiento de mí mismo y del mundo.
Como José Ángel Valente, pienso que el poeta se constituye en torno a dos reinos: el de la memoria (la poesía busca ser memorable) y el de la visión (que prefiero denominar “de la mirada”). Si algo caracteriza al poeta es su capacidad para recordar (Wordsworth habló de la poesía como “emoción evocada desde la tranquilidad”) y su don de observación, ese estar atento siempre y en todo lugar que acaso le distingue del resto de sus congéneres.
3.- INMEDIATEZ
En dos sentidos. De un parte por su facultad para decir más con menos. Su economía verbal, su laconismo, su concentración, su cercanía incluso al silencio son virtudes que no poseen otros géneros literarios ni otras expresiones artísticas. Quitándole cualquier matiz ofensivo, bien podría hablarse de la pobreza como una de las bondades de la poesía.
De otra, por la rapidez con que llega al lector. En una sociedad global dominada por la prisa, ningún medio mejor para llegar al corazón y a la cabeza del hombre y de la mujer que leen.
Esa inmediatez no sólo busca la mayor exactitud sino, además, la máxima excelencia. No se puede olvidar que, por encima de todo, la poesía es lenguaje.Un lenguaje no utilitarista o instrumental.
Relacionado con lo anterior, en todas las catástrofes –y hemos vivido en los últimos años algunas enormes- la primera reacción para mitigar el dolor es acudir a la poesía. Eso ocurrió en el atentado terrorista del 11 de marzo en Madrid pero también cuando este país clamó en contra de la injusta guerra de Irak.
Pero no sólo recurrimos a ella en medio de las calamidades colectivas, también lo hacemos dentro de nuestra propia soledad. Antes que nadie, el poeta.
Porque hay un temor que supera a cualquier otro, Gamoneda ha dado en el clavo al afirmar que “la poesía existe porque existe la muerte”. Eliot lo dijo de otra manera: “Todo poema es un epitafio”.
La poesía, en fin, es un trasunto de la serenitas humanista.
Me considero, ante todo, un lector de poesía. Podría decir, incluso que la condición natural para mí es leerla antes que escribirla o, lo que es lo mismo, que sólo para ese fin puede que la escriba. Como a Jaime Gil de Biedma, la mención de la palabra "poesía" evoca en mí la imagen "no de un hombre escribiendo un poema, sino la de un hombre ‑yo‑ leyendo un poema". Digo, con Borges: "Que otros se jacten de las páginas que han escrito, / que a mí me enorgullecen las que he leído". Como él, también he imaginado el paraíso bajo la forma infinita de una biblioteca.
Recuerdo el verso de José Emilio Pacheco: "No leemos a otros, nos leemos en ellos". Ese me parece el sentido y la dirección del acto poético. El poeta se convierte en poco más que privilegiado primer lector de sus versos.
Aunque no sólo he escrito poesía, me gustaría que se me considerara, antes que nada, poeta. Ya se dijo: por vocación, es lo que he querido ser. Como Rosa Chacel, cuando escribí mis dos novelas. "decidí encerrar en la novela la poesía.". Eso es todo.
Todos mis libros remiten a un lugar común: un mundo propio, sí, pero habitable para mis lectores.
La misma precisión y claridad que busco para mis poemas es la que pretendo para mi prosa.
Mucho antes de que se me ocurriera escribir una novela, Octavio Paz dijo de uno de mis libros que “encerraba un argumento novelesco”. Lo que entonces me sorprendió, al cabo del tiempo me parece una lectura singular de un lector extraordinario.
En última (y en primera) instancia, uno escribe por necesidad y dice lo que tiene que decir del mejor modo en que pueda expresarlo. Más allá de los géneros.
La poesía es un hecho universal que no distingue fronteras ni separa culturas, al contrario. Está ahí, casi desde el principio de los tiempos, unida a la música (George Steiner la ha definido como “música del pensamiento”). La suya es una tradición de tradiciones.
Alguien ha dicho que es lo que queda después de la traducción. Paradójicamente, un poema es, en rigor, intraducible. Con todo, la poesía está por encima de los idiomas. Vence la resistencia de la palabra exacta y única. Precisamente Steiner se ha referido a la mezcla de lenguas que enriquece el mundo como la “bendición de Babel” y no como el bíblico castigo divino.
La poesía es, en sí misma, una sinrazón. Para la inmensa mayoría, carece, como se dijo, de sentido práctico.
Habita desde hace demasiado tiempo “en las catacumbas, en el subsuelo de nuestra sociedad” (Paz dixit), ajena al público (no a los lectores, la “inmensa minoría” juanramoniana).
La prueba de fuego de su ínfimo precio (no hablamos, ay, de valor) es que está fuera del mercado, lo que, de paso, la preserva de la vulgaridad y el descrédito en el que ha caído la novela, sujeta, ésta sí, a los vaivenes comerciales y las cuentas de resultados. Según Enzensberger, eso la hace “incorruptible”.
Marianne Moore resume a la perfección lo que uno piensa acerca de esta sinrazón que denominamos poesía:
A mí tampoco me gusta; hay cosas más importantes que toda esta alharaca.
Al leerla, empero, con total desprecio, uno descubre en
ella, después de todo, un lugar para lo genuino.