Ayer mañana me acerqué hasta El Barco de Ávila, Valle arriba. Me gustan estas breves escapadas en solitario por carreteras secundarias. Me permiten volver sobre paisajes cercanos, sí, muy vividos. No en vano recorrí a diario (laborable) el trayecto que separa Plasencia del pueblo de Jerte durante años. Tras cruzar el puerto de Tornavacas (antes tomé un café en un ventorro), me acerqué hasta Solana. Quiero subir con mi hijo a la laguna y aproveché para rememorar otras visitas. ¡Hace tanto! Uno era joven (de verdad) entonces. Y ayer cumplí 47.
Mientras atravesaba los pueblos y comprobaba que las casas de campo han transformado esos parajes, pensaba en lo diferente que resulta el veraneo interior de ese otro de playa que algunos, esporádicamente, practicamos. No me cabe la menor duda: éste es más descansado. Reparador de verdad. Aquí residen la tranquilidad y el silencio. A uno le gustaría compatibilizarlos. No puede ser.
Barco, como decimos en casa, es uno de mis lugares predilectos. Había mucha gente por las calles: al parecer están en fiestas. Aproveché para regalarme un libro. Pregunté en la ferretería por llaveros de latón. Perdí en la plaza de Zalamea uno que me habían comprado allí hace años. Ya no los pedimos, comentó para mi tristeza el dependiente.
Di una vuelta, curioseé y, tras disfrutar un rato del fresquito (casi diez grados menos que en mi pueblo), tomé el camino de vuelta. El día se había torcido a media mañana, pero este viaje a la belleza y a la memoria lo enderezó. Sin duda.
Mientras atravesaba los pueblos y comprobaba que las casas de campo han transformado esos parajes, pensaba en lo diferente que resulta el veraneo interior de ese otro de playa que algunos, esporádicamente, practicamos. No me cabe la menor duda: éste es más descansado. Reparador de verdad. Aquí residen la tranquilidad y el silencio. A uno le gustaría compatibilizarlos. No puede ser.
Barco, como decimos en casa, es uno de mis lugares predilectos. Había mucha gente por las calles: al parecer están en fiestas. Aproveché para regalarme un libro. Pregunté en la ferretería por llaveros de latón. Perdí en la plaza de Zalamea uno que me habían comprado allí hace años. Ya no los pedimos, comentó para mi tristeza el dependiente.
Di una vuelta, curioseé y, tras disfrutar un rato del fresquito (casi diez grados menos que en mi pueblo), tomé el camino de vuelta. El día se había torcido a media mañana, pero este viaje a la belleza y a la memoria lo enderezó. Sin duda.