24.3.08

Carta de Barcelona

Hemos pasado la Semana Santa en una ciudad donde, por suerte, no existe. Tampoco esperaba uno tanto frío y... Se ve que lo normal no siempre es lo previsible. Que se lo digan si no a Rajoy.
Viajes al margen (no muy malos, a pesar del tráfico y, a la vuelta, del viento y hasta de la nieve), los días se nos han ido en pasear por los alrededores del piso de la familia (Diagonal, Casanova, Muntaner, Gracia...), en bajar al mar (mi hijo no conocía Barcelona y, en consecuencia, tampoco la catedral -ni la del Mar ni la otra-, Las Ramblas, La Boquería...), en subir a Montserrat en el aeri (para escuchar a la Escolanía), etc. Todo muy típico, como les corresponde a unos turistas.
Tal cual suele ocurrir, nos encontramos con unos paisanos en la puerta del Parque Güell y vimos de lejos a un concejal del pueblo en un área de servicio de la autopista. Lo de siempre, ya digo.
En fin, no pude dedicarle el tiempo que hubiera querido a las librerías (bastó, para matar el gusanillo, una breve visita a Áncora y Delfín) ni a otras cosas que hubieran merecido la pena: ver a los amigos que allí viven y escriben, por ejemplo. Ellos comprenderán que uno iba de incógnito.