3.3.08

Molino

Si no fuera porque hace mucha falta el agua, el de ayer habría sido un día perfecto. De primavera adelantada. Hacía tiempo que uno no se sentaba al sol y leía tanto rato seguido, a solas y en silencio. Viajé a la Provenza de la mano de Vicente Valero y allí me encontré con Petrarca, Cézanne, Mallarmé, Char, Camus, van Gogh... Después de la preceptiva paella, dimos el acostumbrado paseo y vimos algunos cerezos en flor. Con el mismo asombro de la primera vez. En la fuente de los alisos, me lavé la cara. En invierno sólo me refresco las manos. En verano me mojo incluso la cabeza. Al fin y al cabo, "lo mejor el agua", que diría Juan Antonio González-Iglesias, al modo de Píndaro. La tarde dio para leer Bajo el signo de Horacio, la admirable defensa de la poesía que escribió el salmantino para su cita en el ciclo de la Fundación March.
Para disgusto de Alberto, su madre quemó en la chimenea la papelera que ha estado debajo de mi mesa de trabajo durante los últimos veinticinco años. Al arder, parecía una pequeña celosía de Cristina Iglesias. Fue un momento. El olor del mimbre quemado me llenó de nostalgia.