"El poeta escribe poemas; el concursante profesional, libros de poemas. La obra literaria es el poema, que viene cuando quiere, que ha de ser necesario por sí mismo, que ha de bastarse a sí mismo. Luego, cada cierto tiempo, que suele contarse por años o incluso décadas, los poemas se agrupan y la unidad del conjunto suele darla la personalidad de autor y la época de su vida en que han sido escritos. Así ocurre en la mayoría de los casos que vale la pena leer y seguir leyendo, de Antonio Machado a Ángel González, de Luis Cernuda a Francisco Brines, por no citar a Garcilaso o Espronceda.
El concursante profesional escribe libros unitarios, que son los que gustan a los jurados, y muy marcadamente poéticos o antipoéticos (nada más banal que la presunta novedad de ciertas originalidades). Algunos aprenden bien el oficio, lo ejercitan con brillantez y son adecuadamente recompensados: no hay galardón que lleve convocándose cierto tiempo que no cuente con un libro de Joaquín Márquez, de Ramírez Lozano, de Enrique Gracia. Uno de los más veteranos y exitosos concursantes, Pedro Rodríguez Pacheco, imprimió una tarjeta promocional en la que afirmaba que su poesía había sido avalada por Pablo García Baena, José Hierro, Claudio Rodríguez y todos los grandes poetas y críticos de los últimos tiempos (todos ellos habían formado parte de los jurados que premiaron alguno de sus libros), pero tantos prestigiosos avales no han logrado librarle del descrédito, la desatención, el olvido. Los profesionales de los premios forman un escalafón aparte: se asoman con frecuencia a las páginas de los periódicos, pero no logran hacer pie en las antologías ni en la memoria de los lectores".
José Luis García Martín, de su artículo Poesía a la carta o contra los premios, publicado en La Nueva España.