Ayer recuperé una festividad perdida: la del Día del Maestro. Para cambiar de aires, nunca mejor dicho, nos fuimos Yolanda y yo a Salamanca. Como tantos placentinos cada poco. Por el tortuoso camino en que se ha convertido ese trayecto por culpa de las obras de la autovía, íbamos hablando de Ángel. Salamanca era uno de sus lugares. Y ya allí, todo nos recordaba a él. Y es que, como bien dice Tomás, ahora "todo es Ángel". Por la Rúa, uno de sus pisos de estudiante, al lado de la sede de la CNT. Más allá, en Portonaris, donde entramos a por la antología de Pablo García Baena que ha preparado el salmantino Juan Antonio González Iglesias, el librero nos habló de Ángel y nos enseñó los recortes con algunas necrológicas. La de El Mundo, por ejemplo, que no conocíamos. Aunque fuimos a Víctor Jara, no me atreví a visitar Hydria. No me encontraba con ánimos de saludar a Suso. Hacía demasiado que... La Plaza estaba llena de enormes esculturas de Manolo Valdés. Amenazaba nieve. De nuevo la nieve. Por la tarde, en una mesa del centro comercial, me refugiaba en la poesía del cordobés. Del frío, de la intemperie, de la vida.