Dos: la poesía. El poeta Álvaro Valverde me escribió el miércoles diciéndome que acababa de morir un poeta de su tierra y de nuestra generación: Ángel Campos Pámpano: había nacido en 1957. Recordé su labor de enlace entre la cultura española y la portuguesa en esa ya tradición contemporánea donde cierto cosmopolitismo extremeño nace y se desarrolla en Lisboa. Recordé también su poemario La ciudad blanca –con el mismo título que una de mis películas favoritas y con la misma ciudad, Lisboa, ahí al fondo–. Subí al estudio para leer los poemas de aquel libro, como quien lee una oración. Me costó encontrarlo: no estaba donde creía. Seguí buscándolo y lo descubrí, luego, colocado en horizontal sobre otro poemario que también me había gustado tiempo atrás –Estampas de Ultramar– de un poeta muerto hace veinte años: el salmantino Aníbal Núñez. Abrí el libro de Ángel Campos al azar. Ahí, en esa página abierta había una dedicatoria: para Aníbal Núñez. Pensé que ya estaban juntos, mirando cómo la tarde enciende las luces del puerto, mientras en medio de la bruma, un barco cruza el estuario.
(Publicado en Diario de Mallorca por José Carlos Llop)