13.12.10

Una vida

Para M. J. y A., en la muerte de su hijo

Ha pasado una semana. Sonó el teléfono y entramos en una pesadilla. De ahí no salimos. Otros antes nos contaron el mal sueño en el que ahora estamos encerrados. A pesar de todos los indicios, no fuimos capaces de intuir a lo que en realidad nos enfrentábamos. Esto era insospechable. Todo sucedió tan deprisa. Si pudiéramos volver atrás. Si el tiempo retrocediese.
La muerte, lo sabemos, no es un país extranjero. En ese sentido, nadie muere solo. Él no ha muerto solo. Nosotros le seguimos. Estamos en medio de la nada y no vemos luz por parte alguna. Si estuvieras aquí, no nos reconocerías. Somos otros. El dolor es inmenso. De golpe, ha pasado la vida delante de nosotros y no logramos volver a darla alcance. A él le resultará ya del todo imposible. A nosotros... ¿Dónde el consuelo? Quizá en revivir su veloz existencia. La que nosotros le dimos. La que, sin compasión, nos han arrebatado.